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4. Discurso académico en oposición a la posverdad

 

 

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La idea de vivir en un entorno de la posverdad ha sido reconocida como algo natural desde el 2016, siendo elegida como la palabra del año por Oxford Dictionaries, quien canonizó el término definiéndolo como un adjetivo relacionado con, o que denota circunstancias en cuyo objetivo los hechos son menos influyentes en la conformación de la opinión pública que las apelaciones a la emoción y a la creencia personal[1]. Nos hemos conformado con la simulación, preferimos los engaños que el rigor de la justificación de la verdad, nos sumergimos en la pasividad y olvidamos su identidad, lo que promueve que las personas consideren soluciones que emergen del estudio juicioso de la realidad discernible. 


Podríamos objetar sobre la decadencia de la verdad, esta ha sido impulsada por las transformaciones políticas que tienen lugar en un mundo cambiante, pero, restringiéndose a unos pocos en el poder. ¿Sería eso posible? y ¿si fuese algo más sencillo, más humano?, actualmente se dispone de todo tipo de información accesible a usuarios de cualquier índole que afirman y defienden su información, cómo podría alguien comprobar su objetividad, que detonaría su curiosidad para una búsqueda e interrogación estructurada. Todos creemos ser expertos en un determinado momento sobre algún área del conocimiento y nos complace expresar recomendaciones, pero en la Web, el anonimato se presenta como un escudo infranqueable. Mentiras, suposiciones y alegatos estériles traen a sus autores penas, se pierde la credibilidad de estos medios de subsistencia social. Con frecuencia muchos intelectuales, afirman que la razón de las personas es bombardeada con noticias falsas, reconociéndolo como una práctica establecida entre los líderes políticos que al ser descubiertos in fraganti, no muestran vergüenza o remordimiento por la distorsión o atropellamiento de la verdad. 


Si alguien tiene la impresión de que no le queda nada que perder si miente, será más propenso a mentir, parece que la honorabilidad de la verdad desaparece al sentirnos absueltos de reprimendas. Un ambiente de posvergüenza implica un entorno digno de confianza, una evaluación de la verdad que no se rige por lo que alguien llega a decir en determinado momento. Opiniones sin legitimidad en su verdad, pierden virtud en las aportaciones a la sociedad. A menudo las personas piensan que se les han negado fuentes confiables de información, tomando como refugio lo que se quiere creer, la verdad puede ser tan prometedora como abrumadora. El filósofo C. S. Peirce coloca la incomodidad de tener que permanecer en la incertidumbre como el impulso primordial para perseguir la certeza[2].


En la posverdad se afirma que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión que apelaciones a la emoción, esto implica que en el reconocimiento de hechos objetivos se considera a la identificación de hechos y a la identificación de su verdad como exactamente lo mismo, en un ambiente de posverdad no encontraremos personas compartiendo sus pensamientos o siquiera comprendiéndolos[3]. Si el concepto de verdad fuera a menguar, el concepto de hecho decaería con él. Harry Frankfurt  en On Bullshit  considera a la mentira el vicio arraigado de los insensatos, quienes hacen afirmaciones sin tener preocupación por la verdad que declaran y, en el otro extremo, los que hablan con la verdad comparten esa misma preocupación como el honor conferido a la verdad a la que aspiran[4].


¿Podría haber habido un mundo en el que apelaciones a la emoción y a la creencia personal fuesen menos poderosos que la trascendencia de un hecho objetivo? Fue la interrogante que Francis Bacon declaraba a principios del siglo XVII, lamentablemente se da esta tendencia  de anteponer esperanzas, temores y alegatos estériles ante la verdad. ¿Y entonces es realmente  sensato poner en contraste creencias personales frente a hechos objetivos? Para desarraigar a las personas de la pasividad ante los hechos objetivos, estas personas deben hacer de las creencias objetivas algo personal. En el mundo se piensa que algunas cosas son verdaderas y magnificentes maravillas si otros lo creen, y vivir fuera de la comunidad basados en la realidad escapa a nuestras opciones. Filósofos han afirmado ser escépticos sobre el propio concepto de verdad, pero a menudo resulta que además son escépticos de nuestras propias perspectivas de legitimar la verdad en algún dominio del saber, aludiendo a la distorsión de nuestras interpretaciones. Al ser ajenos a la preocupación por la verdad, sentimos engrandecernos al vislumbrar sus virtudes, pero, desde luego que conviene la humildad ante lo desconocido. Al hacer propia la verdad en su legitimidad, nos sentimos protegidos de la injusticia, y esperamos que esta verdad sea reconocida por los demás, lo hacemos representando en literatura un medio trascendental en el progreso ético de la sociedad.


La razón fundamental del por qué creemos  que el concepto de verdad nunca va a morir, es que  ninguna cosa en sí misma puede adoptar una postura sobre su verdad. Además, no somos capaces de actuar sin creencias, puesto que se necesita planificación como soporte de actuación en nuestro discurso en el mundo.


Enfoques clásicos 


Existe un aire de divinidad cerniéndose sobre el concepto de verdad. La verdad representa el objetivo de la investigación y experimentación científica, es estándar de señalización para diferenciar entre lo que es adecuado creer y lo malo de hacerlo sin criterio. En ocasiones, más a menudo de lo que pensamos, la verdad se oculta a sí misma, y debemos esforzarnos en  simplificaciones, modelos, idealizaciones, analogías, metáforas e incluso meras especulaciones. Estas pueden ser útiles, ¿pero pensamos en ellas como la mejor posibilidad para allanar el camino al altar de la verdad? En su lugar, tendríamos que conformarnos  con meras opiniones y conjeturas en el vacío de la evidencia, pero al Dios de la verdad, es mejor servirlo con deidades acompañantes como motivo de justificación y objetividad. Encontrar la verdad irradia beneficios en conocimiento y quizás, más particularmente, en el éxito para enfrentar el mundo. Es la teología que intenta, con dudoso éxito, desentrañar la naturaleza de las deidades, pero es la filosofía la que persigue la naturaleza de la verdad. 


Correspondencia con la realidad


Un buen mapa se corresponde con el paisaje y cada uno de sus símbolos está asociado a un objeto real expresado en su naturaleza. Las convenciones no siempre son obvias y los signos en ellos plasmados pueden apreciarse con distintas interpretaciones, y aún en el más honorable esfuerzo por la creación de convenios universales, no es posible  reunir en ellos cada uno de los elementos conocidos y no conocidos. Por lo tanto, leer un mapa es una habilidad necesaria en la educación. Pero una vez que se entienden las convenciones, un buen mapa se corresponde con las marcas de caminar en tierra firme. 


¿Qué tipo de cosas son verdaderas? Debemos dejar de lado el apego a las idealizaciones y en medida de lo posible evitar el sesgo cognitivo, y concentrarnos en las cosas que se afirman o piensan. De manera estándar son traídas por sentencias indicativas que empleamos para afirmar que algo tiene lugar como creencia expresada, pensamiento, afirmación, juicios o proposiciones que consideramos verdaderas por su coherencia en un experimento mental matemático. Los cuestionamientos en sí mismos no son falsos o verdaderos, aunque su resolución será verdadera o falsa. No son mandatos u órdenes aunque pueden ser obedecidos o desacatados, al pensar una idea como verdadera o falsa, debemos notar que un pensamiento puede ser entretenido sin ser acertado. Creencias y afirmaciones son los candidatos preferidos a ser verdaderos o no, una creencia es identificada por su contenido, que es aproximadamente a la suma neta de lo que  hace verdadera o falsa su proposición. 


En este sentido, las creencias son de propiedad pública, puedo creer lo que usted cree si entrañamos las condiciones de comunicación necesarias compartiendo o no un código lingüístico, o si abrigamos creencias que sentimos inexpresables aun sabiendo que hay algo que decir, sin saber lo que es, extraviándonos en la frustración de creer sin saber. 


Lo primero que objetivamente podemos reconocer en las creencias verdaderas es que como los mapas, también deben corresponder con algo. Deben corresponder con los hechos –el mundo es así-. Esta visión estándar fue engendrada por Aristóteles “para decir que es lo que lo es o que no es lo que no lo es, lo verdadero[5]”. Es decir, declaraciones verdaderas presentan los atributos como son, creencias verdaderas informan adecuadamente. Para esto, debe lograrse una adecuada comprensión de los hechos como categoría y la correspondencia como relación de una creencia o afirmación que conduce a los hechos. La idea de correspondencia no es suficiente para decretar una verdad u ofrecer una explicación sobre sus atributos, aunque como expresó Donald Davison: la idea de correspondencia no es tán incorrecta como el vacío[6]. Mientras opositores como Richard Rorty y Peter Strawson demostraron su desprecio a la idea de correspondencia, no como algo que  necesitaba refinamiento o mejores explicaciones, sino como algo que debía eliminarse por completo.


Por ejemplo, las personas a menudo se cuestionan sobre la existencia de hechos éticos (dados desacuerdos éticos insuperables) o si existen hechos estéticos (dado la diferencia de gustos y preferencias). Pensemos en un hecho condicional o hipotético en el que se le obliga a tomar partido inicialmente, Usted deberá interpretar su situación ante el hecho, la suma de lo conocido y lo desconocido, su aprobación y desprecio, y en lo que pareciera una sencilla reflexión usted ha formulado una creencia. Podemos comparar un mapa y el paisaje que se nos muestra, evaluar su grado de éxito de correspondencia con la realidad, pero lo que no podemos es comparar un hecho con nuestra fe porque si el modo de aseverar un hecho, es el puente creado por nuestras propias ideas, lo auténtico siempre se nos escapa. Es como si en nuestra mente el hecho estuviera unido a la creencia. No es casualidad que hechos y creencias sean descritos con frases indicativas, esto nos alerta que debemos ser cuidadosos en el cómo usamos las palabras para expresar nuestras creencias, esperando que sean hechos aun sabiendo que su conciliación en la realidad es en mayor o menor grado inexistente. Los hechos existen de modo incorruptible en la realidad, pero en nuestra mente los dimensionamos unidos a una creencia, y esta no se presenta como una cosa o presencia reconocida por su intelecto, es más como una disposición de la información por afinidad a esta. Creer algo (es lo mismo que creerlo verdadero), no es un proceso tripartito de la fijación en su mente, si A, entonces B,  y luego compararlos en su correspondencia. 


Podemos comparar un hecho con la naturaleza de una cosa, esta última es transferible y sus propiedades dependen de la manipulación acorde a su grado de complejidad, en contraste un hecho no es una estructura localizable, solo es falso o verdadero en la medida que la ciencia y el lenguaje lo designen. De manera similar Gottlob Frege describió: que el sol haya salido, no es un objeto emitiendo rayos que alcancen a ver mis ojos, no es algo visible como el sol en sí mismo[7]. El proceso es una revisión de nuestras creencias, necesitamos la información en su verdad; observaciones objetivas son el camino real para concretarlo. Sus certezas deben verificarse  en la información en el mismo límite del conocimiento, en una designación no influenciable por nuestras interpretaciones. Al término se emitirá un juicio que sustentará o descreditará una creencia. Interpretaciones y creencias son necesarias pues engloban los  eslabones que de ser reconocidos como verdaderos, materializarán un hecho. 


En cuanto las sensaciones puras de la verdad, necesitan del ordenamiento de las ideas para llegar al estatus de creencia. Las sensaciones no pueden por sí mismas, ir más allá de ellas mismas. En la filosofía de la mente persiste la interrogante de si las sensaciones no son interpretadas por completo, o si toda sensación lleva consigo su interpretación. Nuestra verdad es solo el proceso de interpretación, la predilección a un candidato de la verdad. William James describió que nuevas experiencias siempre vienen y están, somos capaces de reconocerlas como verdaderas, pero la verdad es lo que decimos sobre ellas[8]. En su visión de lo humano, lo que conservamos de las experiencias en nuestra existencia es más significativo que el juicio de interpretación de lo falso o verdadero.  Esto es el problema de una debilidad lingüística frente al discurso objetivo. Las superficiales críticas a la teoría de la correspondencia, los sujetos la objetan como vacía y la perciben perniciosa, insinuando imágenes falsas de lo que la mente relaciona con el mundo. Las personas son observadas como receptores pasivos, sin interés en los esfuerzos de la interpretación del mundo, no son investigadores honrados, autores de su propia categorización de las ideas y su verdad o interpretación de las cosas, el ruido del mundo lo ha agotado y el tedio le invade todo su ser.


Coherencia


Ante las dificultades de confrontarse con los hechos, algunos filósofos destacan en oposición el trabajo activo de la mente en la interpretación de datos sensoriales, ello a la luz de cualquier categoría en la que los pensamientos han sido desarrollados por largos procesos de aprendizaje y experiencia. En toda investigación deben estar contenidos términos de estructuras coherentes, que se enclavan en un equilibrio reflexivo en el que todas nuestras creencias sobre un determinado tema se encuentran en armonía –claro está, si las dudas han sido resueltas con suficiencia-. Entonces, ¿por qué no decir que la verdad consiste en…? ¿Por qué no conformarse con la coherencia de la información que podemos obtener, en oposición a la falsa fantasía  de una confrontación entre nuestras creencias en relación a los hechos?, ¿qué escapa al medio de la coherencia? Esta es la sugerencia de la teoría de la coherencia de la verdad. 


Podríamos desconfiar de que un equilibrio puede lograrse al encontrarnos totalmente extraviados fuera de la pista de la verdad. Al atormentarnos mostrando un gran escepticismo, como el que Descartes planteó, el escepticismo cartesiano, una duda que aún cuando conserva todos sus elementos en concordancia, y está según lo esperado, nos hace encontrarnos en el camino más aberrante y equivocado, viviendo en el paraíso de los tontos, viviendo para siempre desterrados de los hechos reales de la verdad en la realidad. Los teóricos consideran a la coherencia la búsqueda Cartesiana de fundaciones infalibles, piedras de certeza que resistan al escepticismo más burdo, quizá tan decidido como erróneo. Tenemos que comenzar no por lo irreal, con dudas de las ideas simples, sino en el medio de la naturaleza de las cosas. Cuando tenemos una duda que necesitamos resolver y al tratar de resolverla, no vaciamos nuestra mente de todo lo que sabe, no partimos de una pizarra en blanco desde la ignorancia pura, sino que mantenemos lo que sabemos y con ello, mantenemos las influencias que tienen lugar en nuestra interpretación al evaluar las fuentes de evidencia, esto deforma nuestra visión global del mundo si un término es claro a la solución de nuestras dudas. 


La teoría de la coherencia ha sido influenciada por idealistas y filósofos como Kant y Hegel promoviéndola especialmente en el siglo XIX. Una de sus consecuencias es que las creencias no pertenecen a sistemas disueltos de la forma en que encontramos guijarros en la superficie de una playa, desconectados entre sí e independientes de sus semejantes. Por el contrario, pertenecen orgánicamente a otros sistemas enteros, es decir, a las teorías del mundo de la manera en que una mano pertenece a un brazo y este último a un cuerpo, el sistema completo tiene el carácter de un cuerpo vivo, un todo orgánico en el que cada parte adquiere su valor precisamente por ser una parte con sentido propio dentro del todo. Pero aprender el discurso objetivo requiere de esfuerzo y el coraje intelectual para enfrentar el rigor, aprender todo un sistema, requiere aprender su conjunto de implicaciones interconectadas y aplicaciones, y luego como describió Wittgenstein:  la luz desciende en el amanecer poco a poco sobre todo[9].


La coherencia es una medida individual, es lo mejor que podemos lograr con el procesamiento de nuestros conocimientos, nuestra coherencia no puede ser de los dioses, no es como un punto inalcanzable al final del arcoíris, eso nos convertiría en entes desconectados del mundo. El mundo empírico percibido por los sentidos y la ciencia más rigurosa en la mente, representan el aspecto de una misma realidad de diferente naturaleza. Pero la idealidad de cómo percibimos el mundo y cómo formamos las ideas, es un sendero oscuro e inestable, el poder racional de la estructuración de la mente está presente en ambos, pero, el discernimiento más fino de la realidad se encuentra influenciado por nuestros estilos de pensamiento.


El teórico de la coherencia de Oxford H. H. Joachim fue acusado por opositores de canonizar a la teoría de la coherencia de la verdad, al instar que la verdad pertenecía no a creencias individuales, sino a la inmersión completa de sus elementos en un estado divino de “toda la verdad” que nunca obtendremos[10]. Creencias individuales siempre eran solo parcialmente verdaderas, y su error consistía en una certeza fuera de las proporciones de su trascendencia, y este sesgo, es provocado por nosotros al considerar algo parcialmente cierto como verdadero. Aunque en ocasiones podemos estar convencidos de las cosas que poseen escasa evidencia, valoramos la información procesándola selectivamente en las conexiones racionales en nuestro cerebro, no nos permiten creer cualquier cosa, y si lo hacemos, es resultado de la fantasía en una idealización sin vínculo con la realidad. Los sueños como narraciones no aportan ningún razonamiento para creerlos como verdaderos, la fantasía conduce a la incoherencia en una pérdida irrevocable de la esperanza en la vida consciente.  


Ficciones finamente elaboradas como literatura pueden parecer coherentes, es por ello que, la teoría de la coherencia de la verdad proclama principios rectores que determinan un sistema de “certeza” coherente. Un pensamiento es solo un candidato apropiado a creer en la verdad que enuncia, debe ser resultado de procesos de investigación e interpretación que han validado su perpetuidad y son de aplicación universal. La mayoría de las creencias entran en nuestro propio sistema de creencias a través de la experiencia perceptiva, o en el caso de creencias históricas, a través de la investigación en textos y archivos legítimos. Mientras las creencias por científicos  radican en procedimientos bien establecidos en la experimentación y observación, el juicio de certeza de una creencia no es infalible, el mundo ofrece inmensas sorpresas y con la atención adecuada, algunas de estas son reveladas desnudas ante el razonamiento humano, mostrando su inconfundible resistencia a las falsas expectativas. El modo en que las cosas son deseadas no modifica la naturaleza en la confrontación bruta con los hechos. Mediante la observación o métodos menos directos, nos colocamos en un estado causal que condiciona lo que hemos llegado a creer, en este sentido, la correcta interpretación permitirá el juicio equilibrado de una creencia, y solo una mente preparada dentro de la lógica modal, podrá apreciar el regalo de la verdad revelado ante sus ojos, siendo capaz de dimensionar el entorno en medio de la fricción y la resistencia de las cosas. 

El camino desde la percepción a la interpretación puede presentarse corto e inmediato o largo sinuoso y falible, pero mantenernos en esa búsqueda crítica representa un punto de apoyo a la verdad. Seguidores del coherentismo han titubeado al ofrecer una explicación sobre la trascendencia de regirse por la observación, William James lo llamó las coerciones del mundo de los sentidos, eludiendo el proceso de razonamiento abierto y justificación coherente de las ideas,  se limita a defender la conclusión de que “nada puede contar como razón pura para sostener una creencia”, excepto otra creencia. Pero este parece ser un recurso desesperado, y con ello el más engañoso. Él refirió a las ideas verdaderas como aquellas que pueden ser asimiladas, validadas, corroboradas y verificadas[11]. 


La confiabilidad del proceso de revisión de la verdad que declara una creencia desde la percepción a la interpretación, dependerá de la experiencia vivencial de cada persona, su rigor en pensamiento y honestidad para no caer en la simulación de creer lo que se nos presenta con el menor rigor para nuestra comodidad, es nuestra obligación como miembros de la comunidad académica de pensamiento, hacer un esfuerzo por reconocer, comprender e interpretar su estado de verdad. Por supuesto, nada garantiza que los procesos de verificación y observación implicados estén libres de error, al debatirlos con los otros tomamos una postura de respeto a sus creencias, y asumimos un entorno de diálogo abierto, pero todo se fragmenta cuando en una suerte de creencias, se expide  “un juicio racional” que en menor o mayor grado tendrá un impacto en nuestra vida.


Los procesos por los cuales nuestras creencias cambian o se renuevan por la necesidad de adaptación comienzan con el impacto causal de nuestro entorno, y cuando estos son sorprendentes y capaces de cambiar nuestra mente, y es afortunado que esto suceda así, la interpretación de verdad de ciertas creencias se transforma en la medida en que dimensionamos nuestra travesía en la vida, una serie de creencias íntimas y frágiles que tienden al orden, y en ocasiones al agotamiento abrupto de nuestras esperanzas culturales. 


¿Entonces la idea de que nada menos que toda la verdad solo es parcialmente cierta? Uno podría interpretarlo como algo inalcanzable, nadie puede ofrecer la historia completa. Razonablemente podemos preocuparnos de necesitar escuchar el otro lado de la historia, y entonces nos posicionamos en una verdad fuera de nuestros límites, quizá oportunamente lejos de nuestros anhelos e influencias. Pero todos en nuestra perspectiva tenemos un nivel de creencias ideales, y una verdad, deja de lado su universalidad frente a los intereses legítimos de las personas, aunque la verdad no desaparece, solo elegimos ocultarnos a su claridad. La verdad no es algo que aparezca o desaparezca según la intensidad de nuestros deseos. Ninguno de nosotros tiene mentes infinitas, y tampoco somos infalibles. Un sistema de creencias incoherente suele ignorar parte de sus atributos, entreteje contradicciones en sus uniones, defiende algo en determinado momento, para luego abandonarlo en la negación y dentro de cualquier creencia que lo integre, pierde credibilidad. Pero si retrocedamos lo suficiente, imaginemos cómo inicia la formación de nuestras creencias, la respuesta es, creencias individuales bajo nuestra base axiomática dada por la biología, que al agruparse estructurara un sistema de creencias que nosotros reconocemos como verdadero, como un proceso gradual posibilitado por nuestra propia visión del mundo, y cada uno de nosotros aprende a conferir certeza a los argumentos de un modo distinto, pero cómo comprobarlo cuando nos encontramos ante posibilidades incomprobables.


Al encontrarnos en dificultades para comunicarnos, con el fin de identificar el rigor del lenguaje que se está utilizando por un grupo, debemos implementar un principio de caridad, suponiendo que en general creen lo que para ellos es verdadero y desean lo que es bueno para ellos. De lo contrario nunca podríamos comenzar un proceso de interpretación. Ante innegables virtudes quedan dudas persistentes de si la coherencia es suficiente para otorgar el grado de verdad, y en la verdad existe un aspecto hasta ahora faltante que podría reivindicar a la coherencia: su conexión con la acción eficaz.


Pragmatismo 


Cuando nos mantenemos ajenos a la forma en cómo las cosas trabajan,  estamos destinados al fracaso en nuestras acciones, pero cuando reconocemos el camino hacía ellas lo logramos, el éxito nos reconforta haciéndonos creer que estamos haciendo las cosas bien, pero entonces aparecen las fallas, un posible cúmulo de omisiones indicando que hemos fallado. Las asociaciones no son perfectas, aún lo verdadero puede ser interpretado mediocremente y lo falso puede ser presentado con la mayor brillantez.


Un teórico coherentista no necesita considerar un criterio de éxito, este es incluido como parte de su sistema de creencias: marcos teóricos. A finales del siglo XX el posmodernismo tomó una postura irónica respecto a la ciencia, considerando la decadencia de su espíritu antropológico a una simple ideología de una tribu particular en la que cada persona se autodenomina físico, químico, ingeniero… Esto parecía una respuesta sofisticada a la imponencia de la ciencia, pero cómo oponerse a sus maravillantes aportes que han permitido el progreso ético de la sociedad[12]. Es un riesgo delicado y en parte ridículo, es pretender socavar las verdades aceptadas por la ciencia, o teorías proclamadas en su mayor parte como verdaderas mientras alegremente confiamos y nos servimos de tantas cosas a la luz de estas teorías. Una ventaja de conocer el principio de funcionamiento de los elementos de un sistema, es orientarlo hacia nuestros propósitos. Aunque la ciencia puede objetar propósitos propios, debemos ir más allá persiguiendo fines virtuosos a la sociedad, apegados a la coherencia entre lo que pensamos y cómo actuamos, ese es el camino correcto al enfrentarnos al rigor que se nos exige como medio al éxito. 


La conexión entre éxito y las creencias verdaderas está cimentada en la capacidad de asombro y reconocimiento del pensamiento evolucionista. Nuestros imponentes cerebros humanos son notoriamente complejos porque ponen en marcha a la razón, ¿por qué la evolución los involucra? Podrían haber sido considerados limitantes de su progreso, pero es precisamente su inclusión natural lo que nos ha permitido hacerle frente, y en una especie de suerte externa fuimos privilegiados. Mediante el pensamiento aprendemos a superar los obstáculos, inventar nuevas estrategias, hacer uso de las tecnologías y mantenernos en un estatus de innovación esperando con certeza vislumbrar un nuevo atributo de la realidad.


De principio a fin en la naturaleza, la cognición está al servicio de la acción. Karl von Frish en su observación de las abejas, interpretó que en los aspectos de su danza presentaban sutiles cambios respecto a la presencia de alimento (néctar), la dirección y distancia entre unas respecto de otras, correlacionado su comportamiento con el éxito  de otros miembros de la colmena para volar en la dirección correcta, viviendo en armonía en un sentido acertado de su viaje y perpetuidad. Si no hubiera habido comportamientos consecuentes, no habría habido ninguna interpretación de sus movimientos[13]. La conexión entre cognición, como conocimiento de verdades y el papel que permite a las acciones la correspondencia con nuestros deseos o necesidades, se resume en lo expresado en modos distintos por los filósofos: la razón es la esclava de las pasiones (David Hume[14]), una creencia es una preparación para la acción (Alexander Bain[15]). Creemos verdaderas ideas en gran parte porque queremos alcanzar éxito en la acción. 


Pragmáticos americanos, un grupo de filósofos, han expresado que la verdad es la contrariedad a lo que es inestable, lo decepcionante, lo inútil, lo falso y lo que es poco fiable, lo no comprobable y sin soporte, de lo que es inconsistente y contradictorio, de lo que es artificial y excéntrico, de lo que es irreal en el sentido de desconexión a lo práctico… De lo que es de extrañar que su nombre despierte un sentimiento leal.


C. S. Pierce se interesó en la forma en que los científicos identifican la verdad, aunque pueden comenzar con la celebración de diversas teorías o esperando mediante la experimentación aproximarse a los fenómenos de la naturaleza, estos serán dirigidos a converger en algún punto, en el momento de la revelación, el progreso de la investigación dirigido por una fuerza fuera de sí misma  para una misma conclusión[16]. La opinión que es predestinada a ser acordada en última instancia por todos los que la investigan, es lo que damos por significado a la verdad, y el objeto representado en la opinión es lo verdadero. Pero seguramente existen verdades a las que estamos condenados a no descubrir. Pierce no estaba interesado en la realidad como un límite final inmutable, se interesó en los procesos certeros de investigación científica y las formas en las que los procesos tenían convergencia revelando un destello que reconoceríamos como lo verdadero, un proceso riguroso de consensuar lo verdadero. Pero los investigadores deben enfrentar sus ideas preconcebidas, necesidades y deseos prexistentes o incluso lo monótono de la realidad con la objetividad que rige su experiencia, descubrir lo que es verdadero, y no lo que es considerado certero por una creencia infundada y ante el rigor es desacreditada.  


La realidad de hecho nos presiona para creer que es verdadera, pero tristemente, cuando nos empeñamos en creer lo que racionalmente es falso, anteponemos barreras a esa presión. Max Planck lo acreditó diciendo “la verdad no triunfa, sus opositores simplemente mueren[17]”. En modo irreconocible, las pasiones obstaculizan a muchas personas a aceptar lo que es verdadero, un proceso de justificación de lo que aceptamos como verdadero puede parecernos largo y sinuoso, pero de concretarlo, esperamos que la verdad triunfe y con ella nosotros nos habremos librado del naufragio de lo incierto. Pero es imprudente asumir que existe algo inevitable en el proceso, este se limita a las revelaciones sin creaciones de lo esperado. 


Mientras el pragmatismo pretende atar el valor de la verdad a su papel de la generación del éxito en la acción, William James sustenta la verdad en “la más completa suma de satisfacciones[18]”. Refiriendo a que una creencia es para nosotros en última instancia verdadera aún sin ser comprendida, y en defensa a las críticas integró una distinción entre Dios y materia, todos podemos otorgar una forma a las cosas incluso en modo imaginario, pero el alma es intrínseca de la esencia de los entes. Pero una creencia falsa puede destruir todos nuestros proyectos, y todos en algún punto hemos presenciado el resquebrajamiento de nuestras creencias, un sistema sin convergencia de sus elementos que culmina en lo aberrante, eso si tenemos la honradez para reconocerlo. Las más atroces falsedades ganan moneda cuando solo queremos creerlas por ser agradables o nos mantienen en resguardo ante lo que nos es desconocido y nos es más sencillo evadir. 


El Pragmatismo norteamericano no es un rival al coherentismo, sino una elaboración de él, añadiendo la dimensión del éxito en la acción y la investigación. Juntos ofrecen valiosos legados. Existe el estrés en la naturaleza que se enclavija de sistemas de creencias. La desconfianza en el fundacionalismo o la idea de que nuestros cuerpos de conocimiento se basan en lo evidente,  en innegables principios y creencias (axiomas). Postulamos principios de inferencia sagrados, su aceptación radica en la no negación de lo declarado, esto permitió el florecimiento de teorías que han arrojado su luz al mundo, avances como el descubrimiento de la geometría no euclidiana, el entendimiento de la estructura espacio-tiempo por la teoría de la relatividad. Demostrando, que incluso juicios inmediatos solo pueden darse por mentes preparadas, entrenadas en las interpretaciones del mundo objetivo, que pueden o no culminar en la liberación desnuda de lo verdadero, lo que puede ser revisado, reproducido y corroborado a la luz de los demás. Pero también insisten en la irrealidad del papel de las dudas y las limitaciones imperiosas de nuestra estupidez en medio de las cosas al intentar vaciar nuestras mentes de las creencias que han  acompañado nuestra existencia.


La naturaleza de la investigación no es estar parado sobre la base de los hechos. Es caminar sobre un pantano y limitarse a poder declarar que esta tierra parece sostener el presente de nuestra verdad. “Aquí me quedaré hasta que comience a tomar una forma”. Podemos sentir el placer suficiente con nuestras habilidades cognitivas en armonía de lo imperante, pero la fricción y resistencias obligan al cambio en nuestra mente en la emisión de acciones que funcionen mejor a la luz de nuestros deseos y objetivos. Es posible ensañarse en dilucidar una definición de verdad, será posible y meritorio un esfuerzo de tales dimensiones, su concepción implica demasiados puentes tendiéndose y derrocándose en el límite de lo conocido y experimentado. Se supone es algo divino y de autoridad, alcanzable acaso en el agotamiento de la investigación. Confraterniza con absolutos y certidumbres, no con el falibilismo cortés y modesto que dibujamos con cariño. Tal vez esté inextricablemente vinculado a nociones ilusorias de la correspondencia y concepciones inadecuadas al rigor de los hechos, pues somos incapaces de librarnos de las interpretaciones a priori a su concepción. 


Richard Rorty, y en sí mismo pragmático, sugirió que la verdad es, por así decirlo, una noción demasiado pequeña para merecer tal escepticismo[19]. Tiene una trastienda, un papel primordial  pero no denota un enemigo por el que valga la pena luchar. No incluye nada de lo que es necesario definir. Por el contrario, podemos resaltar lo interesante del desempeño de nuestras actividades intelectuales y nuestro pensamiento más complejo. 


Deflacionismo


El deflacionismo comienza con la observación de Frege y establece que no existe diferencia entre  la simple afirmación de algo o la afirmación del prefacio “es cierto que”. En la costumbre lógica digamos que P representa una afirmación arbitraria (proposición, declaración o creencia), mientras T es entendida como “es cierto que”, entonces no existirá diferencia entre P y TP, aunque podría defenderse un énfasis distinto, no muestran diferencias puramente en lo cognitivo o racional[20]. Esta propiedad es llamada transparencia de la verdad. Al introducir una referencia a la verdad, se está introduciendo una nueva propiedad magnificando su relevancia o estableciendo una diferenciación. Pero las propuestas sobre la naturaleza de la verdad no logran respetar la propiedad de transparencia ya que P soporta en una teoría su declaración universal, mientras que T pudo tener lugar en su proceso de investigación, ser en un momento y dejar de serlo en la evolución de la investigación. La proposición de si la verdad corresponde con los hechos, es una propuesta útil, teóricamente valiosa o una red interminable de sinónimos evasivos. La verdad, si el discurso “corresponde con” presenta una relación, y “los hechos” denotan una cosa sustancial, estructura o elemento encontrado en el mundo.


El deflacionismo celebra su transparencia, su núcleo es la idea de que una vez entendida la propiedad de transparencia entendemos todo lo que necesitas sobre la verdad. La verdad es una especie de versión envestida por un gruñido de asentimiento. La noción de verdad debe aportar algo a la afirmación. Esto podría parecer redundante y de hecho alrededor de 1930 el deflacionismo fue conocido como la teoría de la redundancia de la verdad. La verdad es el objetivo de la investigación: en todos los casos el objetivo de la investigación es certificar que P solo si P. La propiedad de transparencia es sencilla y propone que no existe diferencia entre afirmar P, y afirmar que P es verdadera. 


En referencia a la literatura, la verdad es un “dispositivo de referencia indirecta” o “medio de generalización[21]”. Mientras que las teorías de Einstein son verdaderas aún si no sabemos pensar la arquitectura espacio-tiempo, pero cuando aprendo de Einstein el cómo estableció que la curvatura del espacio tiempo era responsable de la gravedad, nos volvemos responsables de hacer un juicio sobre lo verdadero en sus palabras. La verdad se concibe como una noción normativa, con un significado asociado a normas,  reglas, correcciones e incorrecciones, y este es su título a la divinidad. El deflacionismo exige seriedad “debemos creer lo que es verdadero” y esto será abordar un espectro completo de una creencia de P, entonces P, la verdad es sagrada. Mentir aunque sea rigurosamente, se presenta al modo de ”afirmo que P aunque no P, y pretendo engañar acerca de algo” y lo que aparenta una justificación deja abierto a la interpretación su adopción como verdadero, aún sin serlo. 


Discutir el pragmatismo es hablar de la manera en que el éxito de las acciones es un buen indicador de nuestro ser en el camino correcto a lo verdadero. Si diseñamos las cosas según la mejor teoría científica disponible, entonces esto sugiere que la mejor y más refinada teoría científica es verdadera, esto es reconocido por los filósofos como el “realismo científico.” La idea central es que el éxito en los descubrimientos de la ciencia acerca de los fenómenos de la naturaleza y el diseño de los equipos que permiten su monitoreo, comunicación e incluso manipulación, y todas las cosas del mundo moderno, dependen de lo certero de sus propiedades. Si en lugar de una teoría estructurada se nos presenta una especie de ficción, metáfora o imagen en simulación, sería un milagro que funcione acorde a lo esperado, aún si se presentase no podemos mostrarnos satisfechos ante un milagro, su existencia no es admitida ante el rigor y realismo científico. 


En las teorías deflacionarias de la verdad, su grado de éxito determina en menor o mayor grado su estado de verdad. ¿Pero si esto es  así,  no debe la verdad ser una propiedad real, sólida y explicativa? No podemos pretender explicar algo negando los elementos que permiten la concepción como legítimo existencial y lo verdadero. Si una propiedad o relación se somete a explicación, entonces se debe proveer de los elementos en referencia a su realidad a los ojos de los avances en las explicaciones. Pareciera una condición armoniosa, pero es justo lo que el deflacionismo refuta, la verdad es dispositivo de generalización no una noción explicativa robusta y verdadera. No se puede pretender conocer la naturaleza de la existencia de algo, sin los indicios de sus elementos y los principios rectores de su desenvolvimiento en el mundo, y la concepción de este algo (hechos), no puede ser verdadera, si sus elementos constitutivos se reducen a falacias. 


Aclaremos que en “el éxito de la ciencia”  este argumento es obviamente un conglomerado de muchos éxitos distintos con bastas explicaciones discernibles. El éxito de la ingeniería electrónica se sustenta en lo declarado por la teoría cuántica… Y al desagregar estos éxitos y considerarlos de forma fragmentaria, nos encontramos con que el deflacionismo no solo sobrevive, sino que realmente acumula aún más crédito. La objeción a los no elementos encerrados en una teoría, puede jugar a favor de los argumentos del deflacionismo. 


La ciencia se enorgullece de proveer las explicaciones de por qué ocurren las cosas, incluyendo el por qué nuestras prácticas llegan a ser exitosas cuando nos apegamos a las recomendaciones y formulaciones. Pero la ciencia no se ocupa de las nociones de verdad del modo en que la física envuelve cosas como la fuerza, la masa, la aceleración y la carga como propiedades en la materia, y debe resaltarse que es especialmente conveniente mirar la realidad a través de la presencia de la verdad en las explicaciones. La verdad solo está presente como un dispositivo que señala una dirección general en cierto grado correcta en la que la explicación real va a encontrarse. Es más como escuchar a alguien referirse a algo, aunque desconoces en concreto lo que es,  reconoces su existencia, se impone un estado de espera esperando en algún momento termine el periodo de latencia y algo sea revelado, mientras tanto permanecemos en un estado incompleto de información que solo se completará por su valor de verdad. 


Se nos dice que cuando Jesús testificó decir la verdad ante Poncio Pilato este respondió ¿qué es la verdad? Los deflacionistas en respuesta a la pregunta de Pilato declararían “tú dímelo.” No, por supuesto que no puedes decirme la verdad, pero dime algo sobre tu supuesta verdad, creencia, afirmación o juicio si es de tu interés. Y entonces podremos decirle lo que usted necesita saber. Si la pregunta es, si el hombre postrado delante de él finge ser un rey, la respuesta sería verdadera sí y solo sí el hombre postrado adelante finge ser un rey. Y es trabajo de Pilato juzgarlo, no dejarlo todo a instancias de argumentos filosóficos irresueltos, y entonces el planteamiento se transforma en lo que puede ser conocido en el intento de expresión de un hombre mediante el lenguaje, reconocer el trasfondo de sus creencias y juicios que moldean su verdad. 

Quizá la verdad solo aparece en el resquebrajamiento de la noción de una declaración, creencia o afirmación. En lugar de una equivalencia entre TP y P que implicaría que no hay más nada que decir sobre la verdad, agotando su existencia imperiosa y oculta, quizá implique que hay más que decir y desentrañar de la naturaleza la afirmación o la creencia en sí misma. Para hacer de una aserción, que debe llevarse a cabo un compromiso o tal vez una serie de compromisos, y con ello, la vulnerabilidad de comprobar la falsedad en lo declarado. El contenido de la aserción  determina el espectro de los compromisos entrañados, y estos son parte integral de la naturaleza de la aserción, son lo que distingue la legitimidad de nuestra verdad con la especulación de lo infundado. Alguien que informa a las personas lo que en realidad es falso, no solo lesiona la conciencia cognitiva del mundo, sino que expone a las personas a un mayor riesgo de comportarse de modo inapropiado, lo que las arrastra a fallar en sus proyectos, cometer injusticias o dañarse a ellos mismos.  No hay límite para la dimensión de la catástrofe que puede abalanzarse sobre una falsa creencia. 


Una persona puede presentar como verdadero lo que es en realidad una conjetura, corazonada o incluso una puñalada en la oscuridad, como si conociera el modo de autenticación de la verdad, en un modo engañoso en el que ante una audiencia, como autoridad, se pronuncia sobre la materia. Los filósofos han sugerido mantener una postura humilde limitándose a afirmar lo que en su fondo se reconozca como verdadero, respaldándose en las fuentes que lo evidencian como verdadero. Pero impone un nivel excesivamente alto de pureza, hay contextos en los que afirmamos cosas cuando es bastante obvio que desconocemos la verdad, es como si en nuestro entendimiento expresar el cómo percibimos las cosas, como un derecho exento del estado de verdad. Una intención más digna de presentar la información y en cierto grado menos censurable, es presentar solo provisionalmente algo que en la medida de las justificaciones permisibles ha sido demostrado como verdadero. Mostrando una modestia perdonable menos perjudicial que imparte una duda, aún injustificada en lugar de impartir una seguridad no sustentada. 


Otra categoría en la crítica, corresponde no a lo que se dice, ni la seguridad con lo que lo aseveramos, sino a través de rutas indirectas por las posibles implicaciones de lo dicho, o solo decirlo sin concretar nada más. El filosofó H.P. Grice llamó a estas implicaciones “implicancias.” Imaginemos que usted plantea una interrogante abierta sobre el desempeño académico de una institución y en respuesta, obtiene una serie de alusiones al estado emocional de sus colaboradores, quizá podría aportar un enfoque pero en su resolución es inútil y es una evasión como descortesía[22]. 


El otro aspecto de una aserción creada en el deflacionismo es la de cómo llegar a entender lo que las personas deben hacer para concretar una aserción legítima en primer lugar. Una cosa es hacer ruidos o inscripciones a rasguños, pero esto no confiere nada que pueda ser interpretado como vehículo de pensamientos o de creencias. Se necesita de prácticas de interpretación reconocidas por el presentador y su audiencia o convenios de los que ambos sean parte del modo en que un trozo de papel debe estar empotrado en una práctica social establecida para tener validez como billete y como el valor de una nota, puede cambiar mientras la economía evoluciona, así, el estado de nuestra verdad permanece a luz de la inmensidad que espera a ser dimensionada por nuestras mentes. Interpretamos al mundo y somos capaces de nombrarlo y en esta transición reside una complejidad asombrosa, al expresar un pensamiento o creencia pareciera que el lenguaje que lo permite no tiene procedente en ninguna parte. La interpretación de cualquier lenguaje, es una habilidad aprendida en nuestros primeros años, en nuestra lengua materna, e implicará un mayor dolor y esfuerzo si no lo es. 


Tarski y la teoría semántica de la verdad 


Alfred Tarski uno de los teóricos que han estudiado la verdad como lo lógico, su trabajo académico fue llamado “Teoría semántica” de la verdad en 1933[23].  Tarski pretendía proveer una teoría con una definición formalmente correcta de las oraciones verdaderas de un lenguaje, L, que está bajo investigación lógica (lenguaje objeto).  Su valoración estaría dada en otro lenguaje (un metalenguaje) puesto que los problemas se presentan cuando una lengua intenta proporcionar los juicios de sí misma, para su definición. Si L es un lenguaje simple y con la capacidad de formar un número finito de sentencias, la definición podría proporcionarse por las declaraciones de T-sentencias para cada una del lenguaje objeto. Una sentencia T nombraría o describiría una particular en L, y entonces el metalenguaje bajo las circunstancias de las sentencias, provee una definición verdadera en L. Por supuesto que incluso en los lenguajes formales más restringidos, las cosas no son tan simples. Los lenguajes tienen una sintaxis “recursiva”, significados en operaciones que pueden aplicarse a sentencias sencillas para producir frases más complejas, y entonces, se repiten indefinidamente para dar sentencias aún más complejas. La teoría de Tarski no puede concretarse porque la reducción de lo expresado por el lenguaje a una mera correspondencia entre palabras que al fragmentarse, corrompen la verdad. 


En los escritos filosóficos de la lógica puede encontrarse el cómo superar estas dificultades y la maquinaria para hacerlo, pero algo escapa a ellos aún cuando en su apego estricto, son insuficientes. Tarski coqueteó con la proporción de una formulación científica y matemáticamente actualizada de una teoría correspondentista con la verdad, lo que es en absoluto equivocado. La persistencia de la teoría se debe a la permisión de abrazar y enriquecer muchos estudios formales. En la medida en que no podemos dar una sentencia t para cada oración de un lenguaje objeto, somos incapaces de entender el idioma, y si no podemos proporcionar una descripción del modo en que se construyen las proposiciones, entonces no entendemos bien la estructura de la lengua. Quizá la diferencia más reveladora de una visión filosófica de la verdad, es que aspira a establecer algo aplicable en cualquier número de lenguajes: los seres humanos hacemos afirmaciones, disponemos de conceptos basados en la experiencia, hacemos todo del mejor modo posible para conocer la verdad, en lugar de mantenernos pasivos al ignorarla. Sin embargo, la definición ofertada por Tarski al tratar de plantearse como lo universal se rige por la transliteralidad, que evade la transformación y pérdida de significado de lo expresado por un lenguaje a otro. De ello podemos rescatar una interpretación formal de la naturaleza que define al lenguaje, pero no la definición de la verdad con el metalenguaje como medio. No por sí mismos a el metaargumento, se escapan las ideas,  habilidades, convenciones, experiencias y estructuras cognitivas que debe poseer el intérprete del lenguaje objeto, la semántica especializada con que reconocemos al mundo. 


Jeremy Benthan refiere que el procesamiento de la verdad en abstracto puede expandirse hasta alcanzar las estrellas, pero las prácticas reales de personas reales, son las flores bajo nuestros pies[24]. La investigación legítima es certificada como cualquier método que aumenta la probabilidad de que sus resultados sean consistentes con los hechos. Pero ante las limitaciones  de la mente, los hechos son clientes difíciles. Pero, y si los hechos son considerados en primer lugar evaluando al método en términos de su contribución al hecho, estructurando los métodos y después describir el hecho en términos de una meta ideal (que nunca podremos alcanzar) de aplicaciones satisfactorias del método. La pregunta que debe reinventarse en todo momento en nuestras mentes no debería ser ¿Cuál es el hecho estético? Sino ¿Qué hace a una investigación de una estética adecuada? El utilitarismo utiliza un agregado de felicidad humana para medir la bondad de cualquier estrado de los asuntos. Una forma diferente fue sugerida por Aristóteles en la “ética de la virtud”. Lo que nos exige reflexionar, son las cualidades que permiten a las personas vivir bien y pensar en el bien humano en términos de vidas que pasaron exhibiendo esas cualidades. Sin embargo, los más cautelosos aconsejan reservarse de pensar en los hechos primero, sin una examinación de su naturaleza y verdad, con la noción modesta de esperar ser invitados a la fiesta que aguarda al otro lado de nuestras ideas. 


Variedades en la investigación 


Las cuestiones de gusto a menudo parecen no admitir un estado de verdad o falsedad. Las personas tienen sus propias opiniones. Un hecho abstracto sobre gustos y preferencias, es que en materia de gustos todas las personas difieren, puede crearse un conglomerado de respuestas subjetivas, y en ninguna de ellas encontraremos la verdad. Pero los gustos no pueden ser disputados, no es lo irreconciliable en lo preferido en las personas, es la incapacidad de definir en ellas la inferioridad o superioridad y de ese modo recuperar un sentido de autoridad y de lo verdadero. Las preferencias no pueden descontarse aun cuando todas sean inmunes a la presión racional. Algunas pueden ser extrañas, pero a menos que traspasen el espacio legítimo de otras personas, el atropello en lo moral, ninguna preferencia es mejor o peor. Las diferencias no son maldad y justicia, son simplemente variaciones en el temperamento y apreciación de la vida. 


Henry James, crítico literario prolífico como novelista, se caracteriza a sí mismo no como el “legislador estrecho o censor rígido”, sino como “el estudiante, el investigador, el observador, el intérprete, el comentarista activo, incansable, cuyo objetivo radica en llegar a la justicia de la caracterización[25]”. Refiere a un asunto de abrir la puerta al reconocimiento, siendo el aprecio el medio de entrada al disfrute de la creatividad racional.


T.S. Eliot refiere de la práctica de la crítica literaria como un lugar tranquilo de trabajo cooperativo[26]. El crítico,  para justificar su existencia, debe procurar disciplinar sus prejuicios personales y bielas -cizaña a la que todos estamos sujetos- y componer virtuosamente sus diferencias con sus semejantes, tanto como sea posible en la búsqueda común del juicio verdadero. La experiencia del ojo o el oído es sensible a las diferencias y matices que faltan a los noveles. En el arte, el juicio nos permite “colocar” un objeto en su tradición, apreciar los problemas del artista enfrentado y resuelto quizá, brinda las comparaciones y contextos, en otras palabras, el discurso académico es pensar y hablar más inteligentemente de lo que leemos, miramos, escuchamos e incluso de nuestras preferencias. Es la apertura del disfrute  de pasar de la percepción de una serie de notas como ruido, al refinamiento de una melodía de características intangibles, se pasa por innumerables borradores y revisiones de un mismo texto.


Buenos críticos, son aquellos en los que podemos confiar en el ejercicio de aumentar la comprensión. Reconocer los límites de apreciación no solo en profundidad, sino ante lo que les es desconocido, honrando el compromiso con lo auténtico. Generalmente confiamos en el veredicto otorgado por un enemigo, declarado o en contraparte de un miembro inmediato de nuestra familia, y cuando nos quedamos sin opciones, esperamos dejen de lado los asuntos implicados en la relación antes de abandonarnos en sus manos a la luz de sus imperfecciones.  

Un verdadero juez en el arte más fino de la razón, debe poseer un fuerte sentido de honradez unido al sentimiento delicado que nos motiva, trabajo mejorado por la práctica, perfeccionado en la comparación y libre de todo prejuicio que alude a un verdadero estándar de gusto y belleza de la razón. Dejando hasta cierto punto de lado nuestras preferencias subjetivas o personales y emprendiendo una ”búsqueda común”. William James habló de las opiniones que podemos asimilar, validar, corroborar y verificar lo que dota curiosamente a una apertura hasta donde nosotros seamos capaces de extendernos[27]. Al unirnos en la búsqueda de un juicio compartido, podemos encontrarnos con que nuestros entusiasmos y aversiones son compartidos por otros. 


Si usted se involucra en la comparación de dos personajes históricos, donde se propone que Ludwig van Beethoven fue un compositor más imaginativo y amplio que Leonard Bernstein y comparte esta noción, puede indicarlo por bastas palabras ”estoy de acuerdo”, “eso está bien para mí”, “eso es correcto”, “seguro” o hacer un gruñido de asentimiento, o sin la mayor tensión teórica decir “eso es cierto”. Pero también podemos decir algo más en lugar de solo asentir. En una crítica justa la persona que elabora un juicio posee alguna autoridad sobre los que nos empeñamos en diferir y es parte de su resolución mostrarnos los procesos que interfieren al juicio. 


Asimilamos una opinión cuando nos encontramos en el camino de compartir, corroborar y validar un juicio refiriendo a la información que sustenta su verdad en un volumen suficientemente robusto, como para soportar cualquier duda que se presente y resolverla en el grado de su complejidad. Un buen síntoma de ello, por supuesto, es que este pase la prueba del tiempo. Si las generaciones han encontrado tanto por qué admirar y asombrarse a  Shakespeare, Beethoven, Tiziano, podemos suponer que un crítico que esté en desacuerdo revelará más sobre sí mismo, que sobre estos inmortales del pensamiento. Los méritos en una investigación están condenados a ser acordados en última instancia por todos los que investigan, prestando especial atención al sentimiento de delicadeza mejorado por la práctica racional, perfeccionada por la lógica modal y lo liberado de todo prejuicio. 


Si pensamos en la “verdad estética” como una especie de abstracción, posiblemente estaremos mintiendo y más allá de las respuestas humanas, más allá de nuestras satisfacciones y goces, una propiedad sin derramamiento de sangre distribuida quién sabe cómo entre las cosas de nuestro universo, llegando a un punto confuso de discriminación de las cosas presentes y ausentes en la realidad. Imposible imaginar un método para hacerlo, teniendo en cuenta que podemos empezar de la nada, pero nuestra propia naturaleza, los contextos culturales y sociales le conferirán una forma de terreno fértil. El escepticismo acerca de la noción sería una respuesta natural a esta metafísica “realista” o “racionalista.” Pero en cambio, hemos visto el arte en términos de nuestros goces y entendimientos, en términos especialmente de las virtudes que dan derecho a cualquier persona a emprender una investigación o dirigir el curso de una en sus vidas. En ningún momento agotamos la investigación, preservamos la modesta sensación y honestidad, incluso de que nos hemos desenvuelto lo mejor posible en el límite de nuestras capacidades en los aspectos apreciados completamente. Ser cuidadosos e imaginativos, es beneficiarnos de la mejor verdad de los demás, en esa búsqueda común y quedarnos razonablemente satisfechos de que hemos hecho justicia a lo abordado. Elaborar juicios en un proceso de investigación, transforma nuestras propias opiniones y, son estas las que determinarán nuestro veredicto provisionalmente y en el conocimiento de nuestra propia fiabilidad de lo verdadero. Un juicio provisional de la verdad, es distinto a la dogmática afirmación de certeza, y quizá es donde reside la honradez de los valuadores de la verdad. 


En cuestiones de gusto, la disputa queda despojada, ninguna opinión es tan buena como cualquier otra. Esto es porque la colaboración y la imaginación discriminativa ganan el día, no la disputa. En lugar de argumentar con alguien en acuerdo, pretendemos utilizar la persuasión, plantear las cosas a diferentes luces, recordando a los dubitativos atributos de su agrado para excitar su imaginación, en un proceso dependiente de la paciencia y la preocupación virtuosa. En materia académica no es tan claro cómo recibir nuestro merecido al mostrarnos descuidados o mal educados, desatentos o naturalmente insensibles al encontrarnos en puntos ciegos en materia empírica. El desconocimiento empírico implica una incapacidad para hacer muchas cosas, y entonces la ceguera objetiva parece perder importancia. Tengamos cuidado de decir que esto parece ser así, es el obstáculo para una vida virtuosa exenta de la ignorancia en cualquier otra dirección a lo estudiado.


¿Qué hay en la verdad práctica académica? Hay una larga tradición de suponer que el académico ve las cosas en un modo especial que le permite discernir lo verdadero. Con intensidad en la discriminación tal vez él percibe algo en las cosas que abordan por otros y se extravían,  y en la medida en que del discurso académico tiene éxito, se adapta a lo exigido para comunicar su interpretación del mundo. En su libro What is art? R. G. Collingwood filósofo del siglo XX[28], distingue cuidadosamente entre prácticas orientadas a un fin específico, previsto y de pensamiento adecuado. Las primeras incluyen entretenimiento en el sentido de despertar sentimientos agradables en una audiencia a la que pretende expresar y tal vez, conjurar inspiraciones específicas, como la importancia ante los males que afectan a las personas. Esto es el oficio del académico, y los practicantes son artesanos que saben exactamente lo que quieren lograr y dedican su vida a lograrlo. Una falsa visión en modo distinto, concibe a los artistas como poseídos por sentimientos particulares que luego pretenden despertar en los demás. Hay un objetivo específico para despertar una emoción en los demás, y es lo literario el medio para lograrlo.  Pero a los ojos de Collingwood esto es equivocado. Más precisamente el punto de la expresión debe dejarnos claro a nosotros mismos, y potencialmente en modo consecuente a otros lo que sentimos[29]. La expresión está dirigida a nosotros mismos, pero todos tenemos trasfondos dolorosos que parecen ser inocuos en la evasión de reconocerlos, y es por ello que relacionaremos el arte con el aumento de la comprensión y la apreciación de la belleza. Solo podemos entender cómo nos sentimos, si podemos expresar o reconocer una expresión de la sensación. Al escuchar una composición de Schubert no solo somos capaces de aprender y reconocer los sentimientos que él esperaba expresar acerca del amor, la esperanza o desolación, sino que tenemos la percepción de sentir algo sobre los sentimientos que él entrañaba[30]. La expresión levanta un peso, una opresión que sentimos mientras nuestros sentimientos siguen siendo incipientes o incomunicables.


Sin embargo, Collingwood se muestra descontento a describir lo académico en términos de la expresión de la emoción. Le escapan elementos como la actividad imaginativa que el artista debió haber dispuesto a la obra, y lo que el espectador, auditor o lector puede inferir de ella es una “experiencia de la actividad total de lo imaginado” aunque la explicación ofrecida ante las múltiples interpretaciones fue de dudoso éxito involucrando en el sentido de la vida, abriéndose o revelándose a nosotros a través de la música, la literatura o el arte. La interpretación de lo verdadero se invalida al no poder ser especificado excepto por escuchar, observar o leer la obra en sí; el arte resiste a la encapsulación o paráfrasis. Quizá sea mejor admitir que en lugar de revelarnos verdades inefables, las obras de arte, como experiencias de lo bello o lo sublime a la naturaleza, nos dejan en un estado extrañamente renovado con una nueva visión para enfrentarnos al mundo y sus hechos mundanos. Un obsequio de dimensiones espectaculares que nos permiten ir esparciendo una nueva primavera en nuestros pasos, y es nuestro deber honroso completar una tradición intelectual. Este aumento en la comprensión no son más conocimientos del tipo proposicional (es decir conocimientos que sustituyan a otros) sino un incremento y refinamiento de nuestra conciencia.


La verdad en la ética


¿Cómo podemos proceder para “asimilar, validar, corroborar y verificar” ideas cuando nos preguntamos ¿cómo vivir? La cuestión es grave, puesto que mientras que en la estética los gustos no son disputables, no representa ningún reclamo a nuestra existencia, en la ética no tiene lugar ninguno, y entonces las relaciones entran en disputa. Principiantes relativistas sostienen que todo vale, que todo es una cuestión de opinión y cada una de las opiniones aporta algo al concepto, pero pueden todas unificarse o se presenta una versión distinta que  aspira a expresar la misma verdad. Es sencillo alterarse, enfurecerse y mentir acerca de algo o engañarnos por los que consideran a todo lo injusto o lo desafiante de las preocupaciones en la vida.


Libertad de expresión (o supresión), los derechos de los animales (o la ausencia de ellos), sin dejar de hacer mención del estado legal del aborto o la pena de muerte, presenciamos juicios alineados con demasiada rapidez. Esto, por supuesto, es parte del problema del origen de cualquier verdad ética o de hechos que se contraponen en parte a toda la diversidad de subjetividades. Reimponiéndose la cuestión del modo adecuado para elaborar un juicio, no podemos pensar en abstracto una “verdad moral” e incluso nos mantenemos escépticos de la existencia de tal cosa. A principios del siglo XX el filósofo de Cambridge G. E. Moore publicó una famosa discusión de la verdad moral que tendría que distinguirse de raíz y rama de las verdades naturales, como las verdades de la psicología, sociología y otras disciplinas empíricas y científicas[31]. More argumenta que la cavidad a dudas siempre se mantiene, la “verdad moral”  no puede ser identificada simplemente con cualquier verdad natural, empírica o científica. La cuestión abierta demostró que de colocarse todos los hechos naturales, seguiría restando algo  más por colocar, ello asumiendo una distribución de los ideales. Concluyó que “la bondad” no era natural y era distinta de todas las propiedades de las cosas. 


Pero cómo algo que escapa a la  naturaleza de las cosas puede estar tangiblemente presente en nuestro entorno y si es así ¿Por qué queremos conocerlo? Tenemos en nuestra barrera de afrontamiento con el mundo una serie de placeres y dolores, felicidad, miseria, desesperación, y alegría. Si otras propiedades morales como “ser bueno” o “deber ser” se encuentran fuera del orden causal de las cosas, ¿cómo podríamos nosotros haber evolucionado para concertarlo sublimemente con éxito? La evolución favorece a los animales que con éxito perpetúan descendientes,  y ello requiere de habilidades para hacer frente a la presencia de alimentos, depredadores, o signos de parejas potenciales. No existe razón para que nosotros hayamos sido benevolentemente, favorecidos en el reconocimiento de propiedades no naturales, como tampoco la hay para suponer que podemos formular opiniones que las representen, y menos aún, confiables en la verdad que exponen. El escepticismo parece el único resultado posible. 


Algunos autores “teóricos del error” toman esto para mostrar que la discusión moral está persiguiendo un “fuego fatuo”, la verdad no es algo tangible en lo éticamente correcto. Sin embargo, este pesimismo y nihilismo es la consecuencia de pensar a la verdad moral en lo abstracto, son pensamientos vagabundos que naufragan sin habitación humana. Si en cambio, comenzamos con los hombres y sus conversaciones o mirando las flores bajo nuestros pies en lugar de alcanzar las estrellas en el cielo (el acto más honroso sí y solo sí se vive y muere por ello), las cosas son mucho más brillantes. Esta alternativa tiene su origen en Aristóteles que percibió a la ética  como la empresa que permitía a los seres humanos florecer, delimitando un estado de florecimiento y lo que podría florecer. En su concepción actividades virtuosas propiciarían una vida lo suficientemente rica y correcta a las cuestiones éticas y aludiendo al razonamiento como el fin virtuoso de los seres humanos, y concluyendo que la mejor vida sería una en la pura contemplación. Pero esto parece insuficiente o quizá inalcanzable, otros escritores describen que en la realidad no tenemos que ser un monje o un sabio para florecer.


En el mundo moderno, el siglo XVIII presenció los primeros intentos extendidos para encontrar una idea de la verdad en la filosofía moral, en una ciencia de la naturaleza humana. El credo de estos filósofos de la ilustración fue que si bien, podemos entender quiénes somos y nuestro lugar en el orden natural, una teoría satisfactoria y edificante de la comprensión moral nos proseguirá. Adam Smith, Immanuel Kant y David Hume en una especie de colaboración describen que nuestra capacidad de pensamiento moral se rige por cinco fundamentos.


  1. Como el resto de los animales tenemos una dotación natural de deseos y aversiones, según si las cosas tienen un efecto positivo o negativo en nuestro bienestar. Esta es la materia en capacidad de cuidado de nuestras necesidades, si es necesario la previsión y la prudencia. 
  2. Tenemos un limitado o mínimo grado de simpatía y benevolencia con los demás, pero una preocupación mucho mayor por nuestra propia familia y amigos. 
  3. Tenemos la capacidad para abordar puntos de vista comunes, dejando de lado en modo abstracto la propia participación en  las cosas y contemplar desinteresadamente las maneras en que diferentes personas tienden a comportarse. Esto nos permite tomar actitudes ante los personajes en la historia, donde nuestros intereses son ausentes, o incluso en la ficción al presentar las características de las personas como entes inexistentes. 
  4. Tenemos una propensión al placer, y por lo tanto a ser complacidos y a aprobar aquellas  cualidades de la mente que son útiles o agradables para quienes las poseen y a los que se encuentran en su alrededor. Somos capaces de admirar a los demás y encontrar motivación en sus éxitos. 
  5. Podemos respetar compromisos de colaboración, mostrando nuestra capacidad de coordinación con otros cuando nos es esencial para perseguir nuestros intereses enfatizando la sensibilidad a los aportes de los demás y la suma de compromisos que superan cualquier posible logro individual.

Podemos enfatizar uno de los atributos menos amables del hombre, su egoísmo y reserva, en una limitada preocupación por los demás nos mantenemos a instancias de recibir una recompensa para ponernos en las manos de otros. En una colaboración suele ser el fondo de las motivaciones, podría esto distraernos de atender el juicio de lo verdadero en su transcurso, por supuesto la persona que primero se beneficiará podría tomarnos ventaja y conviene establecer algo que cimiente la reciprocidad, pero entonces qué dirige nuestros esfuerzos a la ambición de obtener un beneficio o el talento de imaginar, vislumbrar y crear es el medio para reconocer la realidad. Una solución se presenta si hay algún mecanismo por el que si la persona en que depositamos nuestra confianza, incurre  en una penalidad, es vetada de su participación. Una promesa como acto público no es señal de un estado preexistente de compromiso, sino la creación de un  nuevo estado con la noción de un derecho en la garantía y obligación de su cumplimiento. 


Del modo en que dos hombres tiran los remos de un bote por convención común, sin ninguna promesa o contrato; así el oro y la plata se hacen medidas de intercambio; así el habla, las palabras y el lenguaje son permanentes, por el acuerdo y convenio humano. La estrategia postulada por Hume va más allá de la “psicología evolutiva”. A partir de un dibujo desnudo de la naturaleza y circunstancias humanas, comprendemos la ausencia de saltos agigantados o notables ejercicios de razón, y nos adentramos en las convenciones o instituciones de colaboración que permiten a la vida social prosperar. En la historia de la humanidad solo se ha necesitado de los deseos y preocupaciones para la creación de convenciones de propiedad, promesas, leyes, gobierno, dinero y lengua para difundir raíces y crecer dentro de los soportes de la vida social. Dependemos de los otros en nuestra relación con el mundo, pero qué es lo que distingue la bondad, rectitud y ejercicio de raciocinio en las personas que no parecen estar relacionadas con vivir en un determinado periodo de tiempo, con el lugar donde nos encontremos o el color de nuestra piel; pero pensemos en la funcionalidad de un músculo cuyo proceso debe propiciarse por estimulación de actos virtuosos, y estos deban abrazarse en la existencia para evitar la atrofia del músculo, pero en los descuidos, aún los sublimes, pueden agotarlo, recuperarse requiere honradez y en ocasiones produce dolor. 


La ética es nuestra técnica para la vida, y como cualquier técnica puede practicarse bien o mal. Si en el acto de admiración reconocemos cosas que nos resultan desagradables, tenemos la idea de que todo lo que pueda ir mal con ellas, lo hará. No podemos complacernos con la expresión de nuestras impresiones, estas deben ser corroboradas, validadas, consensuadas y verificadas en una búsqueda de soluciones a los problemas que nos impiden vivir mejor. Por esta razón, estamos provistos de la moral, la ética, y la estética, que permiten mediante el lenguaje convenido la discusión, apoyo o desafío de los veredictos. No existen las propiedades no naturales, son solamente empresas humanas de lo que nos gusta o no, de fomentar o prohibir, tolerar u oponerse al debate. Un “escéptico” que refiere que nos encontrarnos en un estado de miseria, es mejor a la felicidad que no tiene ninguna voz en cualquier conversación moral razonable. A menos que, como parece totalmente improbable, él puede tener éxito en poner la miseria en una luz más favorable que la felicidad, o no es una voz en nuestra búsqueda común, sino una molestia por conveniencia de intereses acallados. La coordinación es importante para nuestra vida juntos, una persona que difiere y denuncia la coordinación es una molestia, y en el sentido de la crítica la afrenta con su mundo social.


El paisaje ante una injusticia es el desafío de nuestros deseos, necesidades y placeres, presentándose cuando una persona está en desacuerdo en un compromiso dado. En un entorno hipotético donde las personas se rigen por benevolencia y humanidad sin existencia de compromisos, desaparecen las nociones de justicia. Mientras Adam Smith pensaba que la ira y el resentimiento fueron reacciones naturales a los casos de prevaricación por otros. Se presenta como una reacción natural a la invasión de nuestro espacio, corrupción de nuestros intereses y desprecio por nuestras ideas, que en un “espectador imparcial”, puede compadecerse de sentir indignación en nuestro beneficio[32]. Estas reacciones de resentimiento, provienen de la parte agraviada y la indignación del espectador imparcial, naturalmente se expresa en términos de haberse comportado injustamente. Así surgen problemas de justicia, aún cuando no existe ninguna convención antecedente de las partes en suscripción, aún en un paisaje de desnudo social, la existencia de dos o más personas puede envolver situaciones que podrían considerarse violaciones contra los límites apropiados del otro, pueden no ser o sí agresiones físicas y lesiones, pero la distinción del contenido y procesamiento de la mente dará cabida al resentimiento natural.  


Kant encontró en el respeto por los otros, el cimiento más importante para la fundación de la moralidad, superando la búsqueda directa de los bienes y evasión de perjuicios o las satisfacciones derivadas de tales actividades[33]. Pensábamos que era la capacidad humana desnuda de racionalidad, la que nos confería ese respeto. Aunque nada de ello es completamente verdadero, el escepticismo no tiene lugar, no hay un punto de vista otorgado por Dios, y nadie puede saber de antemano el resultado de la exploración o investigación en cualquier parcela de la realidad.


Razón


Prestar atención solo a las acciones, manifiesta de nosotros mismos y de los demás, la forma en que se mueven nuestras mentes. Tan pronto como tenemos percepciones del mundo, todos pensamos sobre lo que esto implica y lo que podemos inferir de él. La distinción entre percepción y sensación natural, radica en que en la primera se implican consecuencias, mientras la segunda simplemente ocurre. Un vistazo es algo que sucede, pero cuando tiene lugar su interpretación, sucederán consecuencias, surgen expectativas y significados que se disciernen. Y las formas en movimiento de las mentes de las personas, son el rigor expuesto en el tema de la crítica, la conversación y otras prácticas propias del individuo.  


Así que lo que entendemos de lo que se dice de una persona, X, toma un “argumento”, A, como una razón para alguna conclusión B. Una primera puñalada sería cuando X se hace consciente de A, y esto le mueve a un estado mental B. El estado B puede ser una creencia, pero podría ser algo más: un deseo, la formación de una intención o un plan, una reacción emocional o la toma de una actitud sobre algo o sobre alguna persona.


Este es un buen comienzo aunque resulta impreciso. Para que X pueda encontrarse a sí mismo se trasladó hacia B pero pudo ser contra su voluntad o con su mejor juicio. Él no respalda el movimiento de A hacia B, o intenta justificar su conclusión de B citando A (puede sentirse culpable  de que A se dirija a B, así que reconoce que no hay ninguna razón para la aparición de B en todo). Así que podemos intentar que en lugar de que X tome A como una razón para B,  X apoye y defienda la tendencia. Pensemos que desde un punto de vista común, un movimiento de A hacía B es una aprobación. Él puede intervenir en una conversación con el fin de concretar un punto de vista común. 


Dichas anotaciones o aprobaciones pueden darse en diferentes grados. En lo más sutil, puede ser que X no desapruebe el movimiento de A hacia B. Puede aprobarlo con mayor intensidad y eventualmente desaprobar a cualquiera que sea consciente de A y corrompa el movimiento hacia B, estableciendo que la relación de movimiento es obligatoria. Los avales y aprobaciones en cuestión podrían ser éticos, pero no necesariamente. Confiar en lo que escuchamos por considerarlo “verídico”, es mérito de crítica y ser llamado crédulos e ingenuos, y estas serán  las críticas que evidencian el funcionamiento en sus mentes, pero no una consideración ética o moral.  Es nuestra inteligencia o conocimientos lo que falla incluso si el corazón se mantiene en el lugar correcto. Al hacer conciencia de algo, cualquier ser humano añade un fondo enorme de creencias, de lo que desea y piensa. Puede ser que el movimiento de A hacia B pueda ser aprobado sobre algunos fondos y en otros no. Considerarlo como un proceso obligatorio o categórico usualmente se asocia a la lógica y la matemática que codifican deducciones obligatorias, y los conjuntos de proposiciones que conviene evitar.


Gran parte de la filosofía de la ciencia se refiere no con preguntas de consistencia lógica, o con inferencias puramente matemáticas y evidencias de lo verdadero, sino a través de  la evaluación de interpretaciones de experimentos y observaciones. Tenemos una tendencia a generalizar el uso de analogías y modelos, una faceta de nuestro sesgo cognitivo hacia la sencillez en las explicaciones y la cantidad de confianza en nuestra interpretación de las cosas. Estos son esencialmente ejercicios evaluativos y pueden ser abiertos o sujetos al juicio de referencia como discusiones comparables en la ética y la moral. 


Los movimientos en la mente son razonables o irrazonables del mismo modo en que discutimos que las motivaciones y comportamientos son admirables u obligatorias, pero algo es evidente, no todos los razonamientos son igualmente correctos. Gran parte de nuestro razonamiento es automático e implícito. La percepción de que hay una silla delante de mí nos lleva a suponer que habrá otra detrás sin evaluar lo efímero de su existencia. Pero una mente que no explota su posibilidad de ser, siempre abierta e incapaz de hacer una inferencia, no es una buena adaptación a la vida en este mundo maravillosamente regular y predecible en el que nos hemos adaptado a vivir. De que insulsamente se podría tratar, en el límite de lo estricto no sería una mente consciente sino un mero registro de las sensaciones momentáneas, en términos de Kant “Rapsodia de sensaciones, menores incluso que un sueño” o como describió William James "un florecimiento en un zumbido  de confusión.” Es con la inferencia que la sensación se transforma en percepción.


Cuando hablamos de razón, como cuando abordamos la estética y la moral, las cosas se vuelven más claras al dirigirnos a un “ir particular”. No deseamos que más personas razonen mal, con juicios erróneos, titubeantes por senderos insensatos de inferencia; necesitamos una señal que delimite el camino, que no nos deje extraviar del objetivo virtuoso. Podemos suponer que en las razones existe una distribución no natural de inferencias que podemos hacer y cosas que podemos creer, pero solo con la paciencia necesaria para hacer contacto con lo acertado. Mientras que partimos de donde estamos ubicados, apreciar nuestros procedimientos de diálogo, acuerdo y desacuerdo en nuestros éxitos reales en el aprendizaje de cómo vivir y creer, podemos lograr modestas confidencias, aunque en cualquier momento podemos encontrar sesgos y problemas en nuestra interpretación. En otras palabras, buscamos la “verdad moral” o “verdad racional” como ejes respecto a investigaciones y discusiones importantes sobre lo que sabemos, creemos saber, nuestras limitaciones y posibilidades. La investigación es esencialmente práctica: podemos decir que su objetivo es la verdad, pero también puede ser descrita como saber cuándo y cómo actuar, que admirar, como educar a las personas, que creer o en definitiva como vivir. 















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