Texto de apropiación científica y tecnológica_____________________________

Módulo 2. Formar el instinto científico  


2.1 La ciencia 


La palabra “ciencia” proviene del término latino scientia, que significa conocimiento o compresión, interpretado en un sentido filosófico más amplio que en el uso moderno. La palabra “científico” no entró en uso hasta mediados del siglo XIX, cuando fue acuñada por William Whewell, un filósofo historiador, sacerdote episcopal y hombre de ciencia. Previamente los cultivadores de la ciencia se consideraban filósofos naturales[1]. Ese término tenía sentido porque destacaba la ciencia como una filosofía de cómo podemos conocer el mundo natural a través de métodos que se refieren a fenómenos naturales. La filosofía natural contrastaba con la filosofía oculta, que trataba de explicar el mundo en términos de poderes y agencias sobrenaturales. La filosofía natural no floreció realmente hasta la revolución científica del siglo XVII, pero sus raíces se remontan mucho más allá. Se puede encontrar entre los antiguos griegos, como en la opinión de Hipócrates sobre la epilepsia, esta no debe ser vista como “enfermedad sagrada” causada por la posesión divina, sino como aflicción natural con una causa natural.


Este enfoque natural sobre los causales y los efectos, es una metodología que distingue al pensamiento científico. No es una metafísica aireada, sino una filosofía empírica completamente fundamentada. Las explicaciones científicas pueden ser “ocultas” solo en el sentido arcaico del término, que se refiere a causas que están en lo profundo de la realidad y requieren del arte del diseño experimental para sacarlas a la luz, piense en ello, cómo en años muy atrás antes del descubrimiento del ADN, este no existía. Parte de las maravillas de la ciencia es descubrir cómo las estructuras secretas, intrincadas y causales del mundo producen los maravillosos efectos que observamos.


Puede haber sido Sócrates quien originalmente hablaba de la filosofía como asombro. Platón le da esta línea en uno de los diálogos importantes donde discutió la epistemología, la naturaleza del conocimiento. Como es típico del diálogo socrático, los lectores se dan cuenta rápidamente de que los conceptos que habían dado por sentados no son tan sencillos después de todo. Lo que significa tener y adquirir conocimiento, el cual es el objeto de la epistemología, es una cuestión particularmente complicada. La propia respuesta de Platón, -nacemos con conocimiento, pero necesitamos usar la razón para burlarse de él en una forma de memoria- no parece inicialmente muy plausible para nuestra sensibilidad moderna esta frase. Estamos más en el linaje epistemológico de Aristóteles, quien argumentó que todo el conocimiento tiene su fuente de sensación. La ciencia se asienta de manera natural en este espacio empírico. Sin embargo, un Sócrates moderno volvería a señalar que las cosas no son tan simples. Tal vez no nacemos con conocimientos innatos en la forma que Platón imaginó, pero tampoco es que la mente sea una tabla en blanco. Nacemos con recursos axiomáticos para aprender sobre el mundo con una mente parcialmente preformada por la evolución. Somos capaces de reconocer la unidad de cantidad, las dimisiones espaciales, categorizamos en conjuntos las cosas, estimamos probabilidad y lo más importante, aplicamos lógica a las situaciones que se nos presentan. 


En el descenso del hombre evolucionado, Charles Darwin exploró la evolución de los rasgos mentales, incluyendo la atención, la memoria, la imaginación y la razón. Demostró que incluso las características mentales humanas más avanzadas podían encontrase en formas incipientes en otros animales, y ofreció explicaciones de cómo estos instintos podrían haber sido moldeados por la selección natural[2].  Sin instintos —una combinación de lo sensorial y los recursos innatos axiomáticos— que nos preparen para el mundo, los organismo no tendrían tan buena posibilidad de sobrevivir. Un organismo que pudo, por ejemplo, descubrir relaciones causa-efecto críticas en su entorno, no tendría problemas en la dura competencia de la vida. Los seres humanos no somos diferentes. Aunque nuestro poder mental es más evolucionado también estamos obligados a descubrir la estructura causal del mundo. 


Esto nos conduce a un concepto central, la verdad. Darwin es completamente típico en su respuesta, la verdad como un objetivo científico. Pero Sócrates nos advierte que seamos claros sobre lo que queremos decir con verdad. Una respuesta razonable sería decir que la ciencia tiene como objetivo el conocimiento proposicional, que implica nociones de lógica de la verdad y lo falso, aunque es posible que no sepamos cuál. Presumiblemente, el trabajo de la ciencia sería averiguarlo. Si las hipótesis científicas son solo declaraciones que expresan proposiciones, entonces tal vez la ciencia es solo para determinar su verdad o falsedad, hipótesis por hipótesis. Los positivistas lógicos hicieron un valiente intento de analizar el conocimiento, pero por razones que no nos concierne aquí el proyecto final fracasó[3].


Algo que mejor tiene sentido para la ciencia, es la posibilidad de la verdad. Consideremos una noción más amplia de la verdad por la cual podemos referirnos a una semejanza más o menos verdadera. Una imagen es el caso más simple, y a menudo hablamos de la ciencia como la que proporciona una imagen del mundo, tal vez porque por efecto pensamos en la ciencia en término de observaciones visuales. No hay nada de malo hablar libremente de esta manera,  siempre y cuando tengamos en cuenta que podemos ser informados sobre el mundo por otros sentidos; hay limitaciones a la metáfora de la imagen, y la ciencia ciertamente no se limita a los modelos visuales. Cuando los científicos hablan de buscar la verdad, se refieren a su búsqueda de los mejores modelos del mundo. Modelar algo significa reproducirlo, producir una semejanza, en mayor o menor grado, de maneras que sean relevantes para los propios intereses. 


Puede ser útil pensar en esto como la diferencia entre un binario (falso o verdadero) y lo que se puede llamar una noción analógica de la verdad. La lógica clásica tiene solo dos estados, verdadero o falso, por lo que, si una proposición no es verdadera, tiene que ser falsa.  Los científicos, sin embargo, saben que sus modelos nunca son perfectos, lo que en una noción binaria de la verdad implicaría que todos son falsos. Se podría argumentar que, estrictamente hablando, este es un relato preciso de nuestra situación, y solo necesitamos aprender a vivir con ella, porque solo los dioses podrían saber lo que es verdaderamente cierto. Pero tal punto de vista parece perverso y no esencialmente útil para entender la práctica de la ciencia. 


Tomemos un enfoque diferente. La verdad de la lógica clásica podría considerarse como basada en un extremo de una escala de precisión o semejanza: la verdad es 100 por ciento y la falsedad cero por ciento. Pero esta forma de analizar las cosas confunde algo que es casi correcto, digamos 99.9 por ciento, con algo en el extremo opuesto de la escala. En cambio, ¿qué pasa si tomamos la verdad y la falsedad como estar en los extremos superior e inferior y luego pensamos en cómo una semejanza puede ser más verdadera a medida que algo es más cierto, sino es perfectamente cierto. De manera similar, se puede hablar de grado de fidelidad: ¿qué tan buena semejanza con la realidad es el modelo M? Esto también encaja con formas comunes de hablar, como cuando preguntamos qué tan preciso es un modelo de renderizado M, o cuán fiel es una reproducción de M. 


De esta manera conectamos verdad con la noción de modelado y la idea de fidelidad con la reproducibilidad, pero también debemos comprender otro aspecto clave de la metodología de la ciencia. Concretamente, se refiere a la idea de reproducibilidad en el sentido práctico de ser capaz de replicar (es decir, reproducir) los resultados. Los científicos no confían en los experimentos que no pueden replicar. Como resultado experimental, la reproducibilidad se asume como un asunto robusto, lo que significa que resiste nuevas pruebas, que razonablemente aumenta la confianza en la verdadera versa de su modelo. Esta es una noción práctica de la verdad. A diferencia de la noción clásica, no está necesariamente ligada al lenguaje. Los modelos más verdaderos, del mismo modo, harán predicciones más precisas con mayor regularidad. Esto muestra conexión entre la verdad y la replicabilidad. 


Se podría decir mucho más sobre cómo y por qué esto tiene sentido en la ciencia, el punto importante es que cuando los científicos dicen que están buscando verdades sobre el mundo (conocimiento objetivo), están hablando de la verdad empírica que nos ayuda a hacer nuestro camino en el mundo y que necesariamente viene graduada: siempre hay valores p, intervalos de confianza, grados de probabilidad u otros indicadores de precisión asociados a todos los hallazgos científicos. 


Conocimiento. Es el segundo concepto al que Darwin refiere. Filosóficamente analizamos qué es el conocimiento, dibujándolo cuidadosamente entre varias distinciones importantes, como la diferencia entre saber-cómo y saber-eso. Este estudio de Darwin está dentro de la epistemología. El saber-eso lo llaman conocimiento propositivo o descriptivo, es decir, conocimiento que se puede afirmar en forma de sentencias descriptivas: disertación. Esto es muy diferente de la noción más básica de saber hacer algo, que los filósofos llaman conocimiento procesal; tal vez sepa cómo lanzar una rosa, pero no ser capaz de articular ese conocimiento en ningún tipo de forma descriptiva. La relación entre saber-cómo  y saber-qué es importante, pero por el momento, vamos a quedarnos con esto último y preguntar lo que significa para alguien saber que P (proposición particular). La noción clásica se remonta a Platón, quien sugirió que para que algo contara como conocimiento tenía que ser no solo una verdadera creencia, sino también justificada, es decir, surgir de un proceso de agencia racional. Una suposición afortunada, no cuenta como conocimiento. El conocimiento proviene de la razón de la evidencia apropiada, reflexionada en sus conexiones causales. La epistemología moderna ha encontrado que en casos en los que incluso creencias que son justificadas, todavía no pueden contar como conocimiento si el proceso por el cual se formuló la creencia del conocedor no era rigurosa. 


El conocimiento científico es un tipo de conocimiento que ha sido justificado por demostraciones científicas dentro del diseño experimental generador de evidencia. Una vez más, no todas las preguntas son científicas o tienen una respuesta científica, pero las metodologías de la ciencia han demostrado ser confiables para responder preguntas empíricas sobre el mundo natural. También debemos reiterar que el conocimiento científico no es absoluto. Decir que la ciencia es un proceso confiable, no es decir que es perfecta o que después de una cierta cantidad de esfuerzo dado llega a la verdad absoluta. El conocimiento empírico de cualquier tipo es falible y la ciencia, no es una excepción. 

 

A diferencia de la certeza formal deductiva que proporciona la matemática, la ciencia es una empresa inductiva. Esto significa que, aunque que todas las premisas del argumento sean ciertas, todavía existe la posibilidad de que la conclusión sea falsa. El conocimiento siempre viene en cierto grado de confianza. Expresando: “los datos sugieren; parece probable; por lo que hemos visto hasta ahora” y así sucesivamente los científicos, a menudo no consideran frases de este tipo como signos de equívoco, sino como confesión de ignorancia. De hecho, lo que estos operadores lingüísticos de grado de confianza representan es la epistemología básica de la ciencia, son etiquetas lingüísticas que marcan la fuerza de la evidencia acumulada, y el reconocimiento siempre presente de que más evidencia puede sugerir un cambio. Esa es la naturaleza de la evidencia inductiva y parte de la razón por la que los descubrimientos científicos rara vez se ajustan al momento estereotipado de eureka. 


Esto nos lleva al tercer elemento de la cita de Darwin: el descubrimiento. Cada científico sueña realizar un nuevo paso en la frontera de lo desconocido… el oficio de revelación del funcionamiento natural revela hechos y elabora métodos útiles. Uno puede descubrir no solo X, sino también cómo afecta Y. En cualquier caso, el núcleo de la noción de descubrimiento está en la semántica de la misma palabra; revelar y hacer que eviten relaciones lógicas y traer luz a lo que antes estaba en las sombras. Los descubrimientos suelen darse lentamente con un acumulado de conocimiento que revela algo del mundo y sus posibilidades. Pero un descubriendo requiere disertación  (comprensión) no solo sobre el qué, sino la razón del por qué. 


Razonamiento. Filosóficamente, sabemos que la razón exige que este estándar de descubrimiento más alto se cumpla antes de que uno explore algo como un verdadero descubrimiento científico. Para poner las bases, devolvamos nuestra atención a nivel precientífico  e instintivo  que Darwin postuló. 


Darwin señaló que los rasgos mentales evolucionaron. Las formas rudimentarias o precursores de los rasgos humanos se encuentran en otros animales. Dado este descubrimiento, debemos esperar igualmente que el conocimiento científico surgiera de formas de conocimiento  más simples que precedieron a las científicas e incluso la evolución mental de los seres humanos. En este nivel básico, el descubriendo tiene raíces en el lenguaje desde un punto de vista evolutivo, saber-cómo precede a saber-qué. El primer examen para un organismo es cómo sobrevivir. ¿Cuánto necesita saber para ello? Solo tiene que ser suficientemente bueno en la práctica. ¿Qué también debe razonar? Lo suficiente. A medida que los rasgos mentales axiomáticos innatos (conteo, propiedades del espacio, categorizar, probabilidad y lógica) se vuelven más complejos, los conceptos de conocimiento y razón también se vuelven más estructurados extendiendo la lógica y las herramientas del lenguaje natural. El instinto científico de la razón tiende a manifestarse desde estos axiomas innatos como un impulso a explorar y averiguar realizándonos preguntas y creando conceptos, teorías y planteando problemas. Esto puede experimentarse inicialmente como una vaga sensación de necesidad de saber, una incomodidad de ignorancia, similar a un susurro de la mente hasta una pregunta que desconcierta, sentimos una confusión básica con nuestras creencias más elementales de nuestros axiomas. Para organismos con rasgos mentales superiores lingüísticos como nosotros, las formas de estructurar conceptos, hechos, teorías, evidencia, problemas, preguntas, métodos, técnicas… nuestra racionalidad está limitada, pero en colaboración con sociedades de investigadores, el poder cognitivo se amplifica mejorando nuestros rasgos de estilo de pensamiento. El punto es que los axiomas de nuestra cognición alimentan nuestra curiosidad, es decir la agencian de justificaciones. En resumen, la curiosidad es un instinto que Darwin expresó necesario para sobrevivir en el mundo.


La curiosidad es un instinto, y los instintos son respuestas “definidas y uniformes” a sensaciones o asociaciones particulares. Estos instintos impulsan los comportamientos y al menos en su forma más básica no se requieren aprender de la experiencia. Por su puesto, decir que los instintos no requieren aprender de la experiencia, no significa que estos no puedan mejorar y ser la diferencia de nuestra actitud a partir del aprendizaje posterior a los instintos básicos. Incluso los cantos característicos de las aves se modifican en versiones variantes dependiendo de los dialectos que las aves infantiles escuchen a su al rededor. 


Presumiblemente, los complejos entornos y las complejas relaciones con las que los seres humanos tienen que lidiar hicieron que la flexibilidad de la alta inteligencia y el aprendizaje sea más valiosa para nosotros a largo plazo, pero el punto de Darwin es que todos los rasgos mentales tienen que ser adquiridos en grados. Nuestro poder intelectual superior debe haber evolucionado sobre una base de instintos más simples. Sería un error para  nosotros pensar que nuestra inteligencia nos ha alejado del reino del instinto animal. 


Darwin observó los instintos, particularmente en la forma en que se exhiben incluso en los bebés antes de cualquier experiencia. Nadie que haya interactuado con animales jóvenes —mascotas o incluso sus hijos— duda de la evidencia de su interés innato en explorar las novedades en su entorno. La curiosidad se extiende a nuevos estímulos a través de modos sensoriales y también el interés por el mundo. Algunas personas viven la ansiedad de buscar nuevas cosas, mientras otras se adhieren a lo cotidiano si pueden, graduando la realidad en capas de abstracción. El instinto de la curiosidad también está sujeto a la selección natural, si la curiosidad siempre o incluso por lo general mata al gato; la evolución habría terminado rápidamente con esta disposición. Pero eso no es lo que observamos y no es difícil ver cómo la curiosidad proporciona una ventaja evolutiva selectiva en muchos entornos.


La curiosidad es un rasgo epistémico ventajoso para un organismo que con su juego de sensores y axiomas, es útil para adquirir conocimiento. La curiosidad y otros rasgos instintivos nos permiten averiguar nuestro único mundo parcialmente predecible. Si el mundo fuera completamente regular en todas las formas que importan a los organismos, no tendrían que ser curiosos. En un mundo con recursos limitados e irregularmente ubicados en el espacio tiempo, su posibilidad de sobrevivir y reproducirse sería una cuestión de desviarse de caminos trillados y ensayar algo nuevo.


En estos mundos, una disposición a investigar las novedades y a salir del camino estándar para probar nuevos conocimientos puede tener una utilidad real, dando a los organismos una ventaja competitiva. Sin tal instinto, el descubrimiento de nuevos recursos sería menos probable. Incluso los mecanismos elementales de investigación podrían proporcionar una ventaja. Freud tenía razón en que también es útil para el sexo. Incluso los organismos bien dotados no irán bien en la competencia evolutiva sino pueden encontrar pareja o cualquier otra cosa necesaria para reproducirse. 


Además, al considerar el valor de la búsqueda de novedades, es importante tener en cuenta que, si bien lo nuevo puede ser útil, también puede ser peligroso. Ese susurro de curiosidad es posible que esté detrás  un depredador. La capacidad de identificar nuevos peligros y aprender a evitarlos también es de valor adaptativo. Tenemos que admitir que la curiosidad a veces mata al gato. Los organismos que siempre se precipitan, rápidamente donde otros temían pisar, a veces entran en peligro. Un poco de precaución está en el orden, lo que tal vez explica por qué la curiosidad se experimenta inicialmente como una especie de inquietud… la sensación de que algo no está del todo bien o como debería ser. 


Hay dos posibles respuestas a las anomalías percibidas. La respuesta conservadora es ignorar las diferencias y seguir con las generalizaciones establecidas. La respuesta progresista y curiosa es investigar las diferencias con esperanza de descubrir una generación de modelos más amplia y precisa. Este último enfoque tiene la ventaja adaptativa de la autocorrección y el descubrimiento de patrones nuevos o más amplios. Cada una de estas posiciones está confundida, una respuesta intratable podría ser inicialmente más segura, pero una respuesta curiosa proporciona una oportunidad para el aprendizaje. El primer trabajo de un organismo es descubrir las regularidades e irregularidades de su mundo, y esto es ciertamente cierto para los seres humanos. Freud pensó que la curiosidad humana siempre era en última instancia sexual, pero aunque, por supuesto, reconocemos la importancia de la reproducción en un relato evolutiva, hay una ventaja más general que es un requisito previo incluso para esta. Los bebés lo hacen, debemos ser capaces de averiguar la estructura causal del mundo, y esto requiere atender patrones ocultos y notar violaciones a modelos existentes. Esto es lo que hacen los bebés, necesitan ser capaces de hacer cognición inductiva, que es la capacidad de aprender y generalizar a partir de nuevas experiencias. Los datos novedosos alteran las regularidades familiares, a veces el diseño de nuevos experimentos, revelan regularidades más profundas. La previsibilidad es útil, y por tanto una vez que algo ha sido comprobado y es familiar, entonces las cosas se vuelven predecibles de nuevo. La previsibilidad es útil y por lo general se necesita curiosidad para descubrirla. 


2.2 De la confusión a la satisfacción 


Cuando un organismo se aparta de un camino regular, ¿cómo podemos saber que está impulsado por la curiosidad en lugar de la confusión? A primera vista, uno parece positivo, activo y adaptativo mientras que el otro parece negativo, pasivo y no adaptativo. Los dos están estrechamente relacionados en que ambos implican una respuesta a una desviación de un patrón esperado. Ambas son reacciones a algo en el entorno que difiere del mapa conceptual (o de algún conflicto dentro del mapa conceptual) e indican una discordancia con las expectativas. Ambos implican una sensación de desconcierto. Estamos desconcertados cuando descubrimos una anomalía en lo que habíamos visto anteriormente como una regularidad. Es como si el flujo de percepción va ¿qué?..¿porqué? La desviación de la expectativa es confusa. Las anomalías de cualquier tipo se perciben como desconcertantes y también como potencialmente interesantes. 


Prestamos atención a los patrones de similitud y diferencias en nuestro entorno. La aleatoriedad pura no es interesante; si tocamos ruido blanco, después de unos minutos ya ni siquiera lo vemos. La repetición simple también puede ser aburrida. Estamos programados por la evolución para notar las regularidades y las irregularidades y para tratar de averiguar cómo resolver cualquier anomalía. Este interés se mezcla con la emoción, tal vez relacionada con la sensación producida cuando el cuerpo se prepara para un posible peligro, o de otra manera anticipa la acción. 


Además, la curiosidad, como todos los demás rasgos, es variable entre los individuos. Algunos responden solo a la novedad extrema, mientras otros sienten picazón de la curiosidad con más intensidad. Al final, el sentimiento emocional que proviene de la resolución de la tensión inquisitiva es un tipo especial de placer y para las personas que son profundamente curiosas, el sentimiento puede ser profundo. Como cualquier gato que muera de curiosidad lo atestiguaría, la resolución de algún tipo rompecabezas es un sentimiento de máxima satisfacción.


En el sentido moral de Darwin. Hasta ahora, nos hemos centrado en la extraña sugerencia de Darwin de que tenemos un instinto de verdad, conocimiento de descubrimiento, y hemos argumentado que es razonable pensar en la curiosidad como un instinto evolucionado. Pero ahora queremos pasar a la sugerencia aún más asombrosa que hizo, a saber, que es “algo de la misma naturaleza que el instinto de la virtud”. ¿Qué podría significar decir que la curiosidad es virtud? ¿Y por qué  hablar de la virtud misma como instinto? 


Para ayudar a contar la historia, veamos primero los propios puntos de vista de Darwin sobre la evolución de lo que él llamó el sentido moral. La moralidad, hipotéticamente, se hizo posible cuando los animales que habían evolucionado los instintos sociales alcanzaron un grado suficiente de poder intelectual. Por instintos sociales, Darwin tenía en mente aquellos sentimientos que llevan a los animales a disfrutar de la simpatía, como los afectos de los padres. Explicó cómo tales comportamientos de ayuda instintiva que podrían proporcionar a los animales una ventaja competitiva en diversas circunstancias, mejorando las posibilidades de supervivencia en un grupo de individuos relacionados. Tales comportamientos podrían ser esencialmente para el cuidado parental de los jóvenes o incluso el aseo mutuo que elimina útilmente los parásitos. A corto plazo, tales instintos podrían ser particularmente poderosos, pero en combinación con la memoria y la imaginación mejoradas, pueden convertirse en sentimientos más fuertes de insatisfacción asociados con instintos incumplidos. Estos sentimientos, sugirió, son la voz incipiente de la conciencia. Ser capaz, con mayor inteligencia, recordar tales sentimientos del pasado e imaginar el mismo efecto en el futuro, si se descuidaron las conductas de ayuda, proporciona una indicación de lo que deben o no deben hacer —que es el sentido moral—. Darwin no pensaba que pudiéramos atribuir adecuadamente la moralidad a los animales de la misma manera que lo hacemos a los seres humanos, pero hipotetizó que cualquier animal con la capacidad instintiva de empatía, junto con un grado suficiente de inteligencia, llegaría a sentir un imperativo moral para comportarse en consecuencia.


Es necesario tener precaución; el hecho de que necesitamos ciencia evolutiva para ayudar a explicar nuestra capacidad moral no implica que podamos leer reglas éticas directamente de la biología. La supervivencia del más apto es un poderoso principio explicativo para entender el mundo biológico, pero hace que este principio tenga una fractura. Consideren este experimento mental que Darwin propuso: “si los seres humanos fueran criados exactamente en las mismas condiciones que las abejas de colmena, entonces las hembras solteras, como abejas trabajadoras, pensarían que es su deber sagrado matar a sus hermanos y las madres se esforzarían por matar a sus hijas fértiles; y a nadie se le ocurriría interferir[4]”. Si un sentido moral evolutivo funcionara de esta manera, el problema sería obvio: sería cometer una variación de la falacia que el filósofo escocés del siglo XVIII David Home identificó al tratar de derivar un “debe” moral de un mero “es”. La falacia es obvia una vez que se señala: que algo es el caso no implica por sí mismo que debe ser así. Se necesitará un razonamiento un poco más filosófico para encontrar alguna premisa moral que vincule las afirmaciones fácticas con las conclusiones morales. Darwin mismo dio algunos pasos tentativos con la teoría ética kantiana y utilitaria.  


Este breve panorama, es suficiente para ver cómo Darwin pensó en la evolución del instinto de la virtud y algunas de las complejidades que tendrían que ser resueltas a medida que avanzamos. Algunos teóricos no piensan que la falacia naturalista es una falacia en lo absoluto. Alistair McIntyre, pensó que las declaraciones sobre lo que es bueno, son solo una especie de declaraciones fácticas[5]. Dejando a un lado esta cuestión, como con el sentido moral, no se debe esperar derivar una sólida noción ética de la normatividad de las consideraciones biológicas por sí sola. Sin embargo, el relato evolutivo del origen de la curiosidad como instinto puede recibir importancia normativa cuando se pone en un contexto filosófico. Tanto Darwin como Home lo habrían encontrado atractivo. Los rasgos de carácter como la curiosidad que son principios para la ciencia 


2.3 Quién es el científico, por Sócrates


La ciencia, como toda gran filosofía, comienza en el asombro. El objetivo de la ciencia es hacer descubrimientos, pero el anuncio de uno ocurre al final de un proceso de investigación que comenzó cuando un científico observó algo extraño, interesante, diferente o desconcertante, y pensó: esto es extraño. La ciencia generalmente se presenta como un conjunto de respuestas, pero esto tergiversa más que en su producto. La ciencia se caracteriza mejor como una serie de preguntas por mentes inquisitivas que simplemente no pueden dejar de preguntarse qué o por qué.


El secreto de la ciencia es preguntarse de una manera especial. Se entiende bien que todas las respuestas son científicas: en su búsqueda de respuestas, tanto científicos como religiosos reconocen que fue un “milagro” la existencia. Tales preguntas requieren un modo diferente de pensar: metodologías. Tampoco distinguir las interrogaciones científicas es solo una cuestión de elegir las preguntas correctas. No es tan fácil como decir, por ejemplo, que la ciencia se ocupa de los "qué" y la religión de los "porqué". ¿Cuál es el significado de la vida?  No es una pregunta científica por el hecho de que comiencen con “qué”. Por otro lado, puede haber una respuesta científica perfectamente razonable a una pregunta como, ¿Por qué estamos aquí? Siempre que sus diferentes sentidos sean liberados de ambigüedad. La ciencia no puede abordar esta pregunta si se entiende que el "por qué" se refiere al propósito metafísico último. Deja eso a los filósofos o teólogos. Sin embargo, puede abordar muy bien la pregunta más mundana de por qué de los procesos causales que nos grajearon aquí. La ciencia evolutiva proporciona respuestas científicas satisfactorias a ese último sentido de la pregunta. Algunos podrían pensar que uno simplemente necesita separar las preguntas filosóficas de las científicas, pero es no es un asunto simple. La mayor parte de lo que pensamos ahora como preguntas científicas comenzaron como preguntas filosóficas. De hecho, en un sentido básico, las preguntas científicas son un subconjunto de preguntas filosóficas. A algunos les puede resultar curioso hablar de la ciencia como filosofía. ¿No son las nociones aireadas de los filósofos de cabeza en las nubes lo opuesto a los hechos duros producidos por los pies en la tierra científica? Esta puede ser una visión común, pero surge principalmente de conceptos erróneos sobre la filosofía y la ciencia. En realidad, hay buenas razones por las que un título avanzado en ciencias se llama  doctorado en filosofía o por sus siglas en inglés PhD:. Este enfoque metodológico natural es parte de lo que distingue al pensamiento científico. No es una metafísica aireada, sino una filosofía empírica complemente fundamentada[6]. 


Las explicaciones científicas pueden ser “ocultas” solo en el sentido arcaico del término, que se refiere a causas que pueden estar “ocultas” a la vista. Parte de la maravilla de la ciencia es descubrir cómo el secreto, las intrincadas estructuras causales del mundo producen los maravillosos efectos que observamos. Como es típico de los diálogos socráticos, los lectores se dan cuenta rápidamente de que los conceptos que habían dado por sentados no son tan sencillos después de todo. Lo que significa tener y adquirir conocimientos, que de la epistemología, es una cuestión particular complicada. La propia respuesta de Platón, que nacemos con conocimiento, pero necesitamos usar la razón para desentrañarlo en una forma de recordar, inicialmente no parece muy plausible para nuestra sensibilidad moderna. Estamos más en el linaje epistemológico que se remonta a Aristóteles, quien argumenta que todo conocimiento tiene su fuente en la sensación. La ciencia se encuentra de manera más natural en este campo empirista. Sin embargo, un Sócrates moderno volvería a señalar que las cosas no son tan simples. 


Tal vez no nacemos con un conocimiento innato en la forma en que Platón imaginó, más bien con una base axiomática biológica[7], pero tampoco la mente es solo una pizarra en blanco, como sostenía una forma estricta de empirismo[8]. El animal humano tiene instintos programados para reconocer las propiedades geométricas del espacio, contar a partir de la unidad (monada), categorizar en conjuntos las cosas, estimar probabilidades en la predicción del entorno y razonar sí, no, y, o, como operadores modales lógicos. Pero el punto es el mismo: nacemos biológicamente listos para aprender sobre el mundo con una mente que está parcialmente preformada por la evolución. 


2.4 El instinto de la verdad


En “The descent  of man”, Charles Darwin exploró la evolución de los rasgos mentales, incluyendo la atención, memoria, imaginación y la razón. Demostró que incluso las características mentales humanas más avanzadas podrían encontrarse en formas incipientes en otros animales, y ofreció explicaciones de cómo estos instintos originales simples podrían haber sido moldeados por la selección natural. Sin institutos los científicos universitarios que los preparen para el mundo, serán intelectuales sin tantas posibilidades de sobrevivir.  A un universitario que no pudo, por ejemplo, disertar y descubrir las relaciones críticas causales en su entorno le iría mal en la dura competencia de la vida. Los seres humanos no son diferentes a muchos animales, así como solo más plásticos y adaptables cerebrales, a un nivel básico nosotros, también estamos obligados a descubrir la estructura interna de la biología, las estrellas, la mente…, estructura causal del mundo.


Dado tal punto de vista, las reflexiones de Darwin sobre sus propias motivaciones científicas y su carácter en los años durante los cuales formuló su teoría de la evolución no deberían ser una sorpresa. En una carta a su amigo y colega científico John Henslow, escribió[9]: creo que existe, y siento mucho dentro de mí, un instinto de verdad, o conocimiento o descubrimiento, de algo de la misma naturaleza que el instituto de virtud, y que tener tal instinto es razón suficiente para las investigaciones científicas sin ningún resultado práctico que se derive de ellas. 


Mucho más que un sentimiento personal es la manifestación de la conciencia y sus recursos axiomáticos inscritos en el genoma humano[10]. Esta es una observación asombrosa con implicaciones radicales. Darwin notó que algo muy significativo sobre sí mismo como científico. Se reconoció a sí mismo como agente epistémico, un buscador de conocimiento a un nivel más profundo. 


Vale la pena mirar en detalles algunos elementos claves con el objetivo desempacar su importancia para cómo pensar sobre el carácter de la ciencia. Comencemos con la verdad.


Verdad. Para Darwin fue completamente típico el centrarse en la verdad como un objetivo científico, pero Sócrates nos advertía que tratemos de ser claros sobre lo que queremos decir con esto. Una respuesta razonable sería decir que la ciencia apunta al conocimiento proposicional, que implica nociones lógicas bien definidas de la verdad. Las proposiciones se expresan como declaraciones descriptivas y son verdaderas o falsas, aunque es posible que no sepamos cuáles. Presumiblemente, el trabajo de la ciencia sería averiguarlo. Si las hipótesis científicas son solo declaraciones que expresan proposiciones, entonces tal vez la ciencia se trata solo de determinar su verdad o falsedad, hipótesis por hipótesis. Por atractivo que sea este enfoque basado en la lógica, hacer que funcione fue más difícil de lo esperado. En filosofía de la ciencia, los positivistas lógicos hicieron un valiente intento de analizar el conocimiento científico en términos de lógica proporcional, pero por razones que no nos conciernen aquí, el proyecto finalmente fracasó.


Algo diferente tiene más sentido para la ciencia. Considere una noción más amplia de la verdad por la cual podemos referirnos a una semejanza más o menos verdadera. Una imagen es el caso más simple, y a menudo hablamos de la ciencia como una imagen del mundo, tal vez porque no pensamos en la ciencia en términos de observaciones visuales. No hay nada de malo en hablar libremente de esta manera, siempre y cuando tengamos en cuenta que podemos ser informados sobre el mundo por otros sentidos; hay limitaciones a la metáfora de la imagen, y la ciencia ciertamente no se limita a los modelos visuales. Cuando los científicos hablan de la búsqueda de la verdad, se refieren a su búsqueda de los mejores modelos del mundo. Modelar algo significa reproducir una semejanza, en mayor o menor grado, de manera que sean relevantes para los intereses humanos. 


Puede ser útil pensar en esto como la diferencia entre un binario y lo que puede llamarse una noción analógica de la verdad. La lógica clásica tiene solo dos estados, verdadero y falso, por lo que si una proposición no es verdadera, tiene que ser falsa. Los científicos, sin embargo, saben que sus modelos nunca son perfectos, lo que en una noción binaria de verdad implicaría que todos son falsos. Uno podría argumentar que, estrictamente hablando, este es un relato preciso de nuestra situación, y solo necesitamos aprender a vivir con ella, porque solo los dioses podrían saber lo que es la “verdaderamente verdadero”. Pero tal punto de vista parece perverso y no especialmente útil para comprender la práctica de la ciencia. 


2.5 Un científico universitario en expansión 


Un cambio en nuestras creencias más fundamentales están destinadas a enfrentar la resistencia. No somos ajenos a esto; nos hemos encontrado con la oposición a nuevas formas de pensar toda nuestra vida. Cuando éramos niños, por las noches meditábamos en descubrir en un telescopio o microscopio una vida como científicos, mirando las maravillas a través de la razón. Pero la realidad parecía en recordarnos que esto era solo un sueño. Al ingresar al primer grado, los estudiantes teníamos referentes de nuestros padres campesinos, carpinteros, soldadores, panaderos…, Justo allí surgió la pregunta de ¿por qué el cielo es azul?, la respuesta del profesor fue, lo “dicen los libros”, y entonces la siguiente pregunta fue: ¿Quién hace los libros? Fue hasta la era de nuestros estudios de ingeniería que un profesor expresó que el arte de pensar es la fuente de los libros y de las explicaciones incluyendo teorías sobre el color con que percibimos al cielo azul. 


Nos convertimos en apasionados de la poesía, las matemáticas y la ciencia, los libros inundaron todo nuestro hogar y la economía se fue a la ruina. Los científicos están capacitados para hacer innovadoras preguntas, pero también están entrenados para ser cautelosos y racionales; su interrogatorio generalmente está dirigido a ganar profundidad incremental, no al derribo de paradigmas (modelos dominantes de explicación). Ser científico es recoger frutas y bayas evadiendo depredadores y permaneciendo vivos el tiempo suficiente para procrear ideas y diseñar experimentos para comprender la naturaleza matemática de la existencia. 


“Una cosa que hemos aprendido en una larga vida”, dijo Einstein, “es que nuestra ciencia, medida contra la realidad, es primitiva e infantil, y sin embargo es la cosa más preciada que tenemos[11]”. Las ciencias deben trabajar con conceptos operativos simples que la mente humana pueda comprender al transformarlos en datos. Pero a medida que la evidencia del poder de nuestra conciencia crece con el poder lingüístico humano, la ciencia puede ser la clave para responder a preguntas que antes se pensaban que estaban más allá de sus fronteras, las que nos han plagado desde antes del comienzo de la civilización.


Este será el comienzo de un manuscrito, pero no es el comienzo de nuestra historia. Eso es porque nos estamos hundiendo en una odisea en curso dentro de la literatura de los héroes del pensamiento. Es una vida que ha comenzado a leer a los gigantes del pensamiento dentro de sus conexiones de justificación y fundamentos. Nos estamos asentando mucho después de que los créditos académicos de apertura tuvieran sentido (grados académicos). Es igual al Renacimiento, ese que fue testigo de una trasformación en forma que los humanos intentaron entender el cosmos. Pero incluso cuando la superstición y el miedo perdieron lentamente su control sobre nuestra curiosidad, la visión establecida que surgió distaba una división firme entre dos entidades básicas: los observadores pegados a la superficie de nuestro pequeño planeta, el vasto reino de la naturaleza que constituye un cosmos casi totalmente separado de nosotros mismos. La suposición de que estas entidades: conciencia y realidad; son dos bolas de cera completamente diferentes que han impregnado tanto el pensamiento científico que es probable que todavía sea asumido por el lector incluso ahora en el siglo XXI. 


Sin embargo, la opinión opuesta no es nueva. Los primeros maestros sánscritos y taoístas declararon unánimemente que cuando se trata del cosmos, “todo es Uno”, es decir, materia y conciencia. Una unidad entre el observador y el llamado universo externo o extralingüístico, a medida que trascurrieron los siglos, eran consistentes en mantener que tal distinción es ilusoria. Algunos filósofos occidentales como Berkeley y Spinoza desafiaron los puntos de vista prevalecientes sobre la existencia de un mundo externo y su separación de la conciencia. Ahora mismo el modelado matemático estadístico considera el sesgo cognitivo como una fuente importante de error inseparable del observador y su modelo predictivo. Sin embargo, el paradigma dicotómico entre mente y materia siguió siendo el consenso de moda, especialmente en el mundo de la ciencia positivista. 


Pero la minoría negacionista consiguió un megáfono importante hace un siglo, cuando algunos de los creadores de la teoría cuántica, sobre todo Erwin Schrödinger y Niels Bohr, concluyeran que la conciencia es fundamental para cualquier verdadera comprensión de la realidad. Si bien, la escritura creativa de disertación es el medio para la conciencia, fueron las matemáticas el experimento de laboratorio mental, en el curso de la formación de ecuaciones que formarían la base de la mecánica cuántica y sus innumerables éxitos, por lo tanto, también fueron pioneros que ayudaron a poner en la mesa el papel lingüístico de la conciencia, un siglo más tarde en apoyo con el terreno computacional de la racionalidad humana asistida por ordenador.


Hoy en día las rarezas del mundo cuántico como el entrelazamiento han llevado a la minoría cada vez más a la corriente principal del pensamiento moderno. Si es realmente cierto que la vida y la conciencia disfrutan de una clarificación inmediata. No son solo resultado de laboratorios extraños como el famoso “experimento de la doble hendidura” que no tiene sentido a menos que la presencia del observador esté íntimamente entrelazada con los resultados. A nivel cotidiano, cientos de constantes físicas como la fuerza electromagnética llamada “alfa” que gobierna los enlaces eléctricos entre los átomos (enlaces químicos) son idénticos en todo el universo y “establecidos en piedra” precisamente en los valores que permiten la existencia de vida. Esto podría ser simplemente una coincidencia asombrosa. Pero la explicación más simple es que las leyes y condiciones del universo permiten al observador porque el observador las genera con su base axiomática.


Nos sumergiremos en lo que Niels Bohr, el gran físico Nobel, quiso decir cuando dijo: “no estamos enseñando a los estudiantes universitarios a medir el mundo; lo estamos creando[12]”. Enseñar a pensar es desenredar la lógica que la mente científica utiliza para generar nuestra experiencia espacio-temporal y obtener información sobre problemas de cómo surgen a la conciencia, explorando aquellas regiones de la realidad enredadas en el cerebro que juntas constituyen el sistema de asociación con la sensación unitaria del “yo” observador. 


En la medida que reconocemos cada vez la vida más como una aventura que trasciende nuestra comprensión de sentido común, también obtendremos pistas sobre los experimentos del pensamiento, que se pueden utilizar para explicar por qué estamos aquí ahora a pesar de las probabilidades abrumadoras en nuestra contra. 


Todos nosotros somos prisioneros de nuestros primeros adoctrinamientos en el hogar, porque es difícil, casi imposible, sacudirse el primer entrenamiento de uno. Por eso estos son tiempos peligrosos para la ciencia, cuando sus conocimientos contradicen a los políticos o empresarios. 

Es emocionante porque algunas de nuestras preguntas más profundas por fin están siendo respondidas y nuestros problemas humanos están en la cúspide de ser resueltos. Los cambios científicos son más obvios cuando comparamos el mundo de hoy con el que algunos de nosotros estudiamos ciencias hace solo unas dos décadas atrás. Este programa universitario pretende empujar aún más los límites de la educación del estilo de pensamiento científico.


Este manuscrito no es para aquellos que se resisten a creer en la evidencia que tienen ante sí. En cambio, está dirigido a estudiantes que son receptivos a revelaciones importantes basadas en observaciones y experimentación, porque eso es lo que es la conciencia, incluso si nuestro enfoque final es contraintuitivo. 


Dado que el conocimiento es sine qua non de la ciencia, y la percepción sensorial y cognitiva basada en axiomas, son la única manera de adquirir conocimiento, la conciencia debe parecer más básica para nuestra comprensión que cualquier metodología neuronal o subsistema. Después de todo, si la conciencia humana contiene sesgos o peculiaridades fundamentales, esta podría colorear todo lo que vemos o aprendemos. Así que nos gustaría saber esto antes de continuar en nuestros innumerables métodos de adquisición de información científica, ya sean clasificaciones de datos y regresiones o taxonomías de formas de vida. La conciencia es la raíz. Es más fundamental que el disco duro de su computadora. En esta analogía, es más bien como la corriente eléctrica. Además, los experimentos desde la década de 1920 han revelado inequívocamente que la mera presencia del observador cambia una observación. Trata entonces y ahora como una rareza o inconveniente, este fenómeno sugiere fuertemente que no estamos separados de cosas que vemos, escuchamos y contemplamos. Más bien, nosotros —la naturaleza y el observatorio— somos una especie de entidad inseparable. Esta simple conclusión se encuentra en el corazón de la conciencia.  


Pero, ¿Qué es esta entidad? Desafortunadamente, dado que la conciencia se ha estudiado superficialmente y en gran medida sigue siendo un misterio, la amalgama que es “conciencia y materia” es igualmente enigmática, de hecho, más aún. Al estudio superficial, referimos que mientras que la neurociencia ha progresado impresionantemente desde la determinación de qué partes del cerebro controlan varias funciones sensoriales y motoras hasta explorar cómo las redes complicadas de neuronas codifica conceptos, este mismo campo ha hecho poco para revelar problemas fundamentales profundos sobre cómo la conciencia  surge de la materia en primer lugar, el llamado “gran problema de la conciencia”.


Tal vez la investigación no quiere, ya que esos problemas fundamentales han demostrado ser obstinados e inmunes a la elucidación a través de las herramientas habituales de la ciencia. ¿Cómo empezar a diseñar un experimento que resulte en información objetiva sobre este fenómeno subjetivo?


No se puede negar que los científicos tienen los mismos sueños y prejuicios que todos los demás, y tienen puntos de vista que pueden no ser siempre del todo objetivos. Lo que un grupo de científicos llama “consenso”, otros lo ven como “dogma”. Lo que una generación considera un hecho establecido, la próxima generación demuestra ser un malentendido ingenuo. Al igual que en la religión, la política o la educación, los argumentos siempre han estallado en la ciencia. A menudo existe el peligro de que, mientras una cuestión científica sigue sin resolverse, o menos abierta a dudas razonables, las posiciones que ocupan cada lado del argumento pueden convertirse en ideologías arraigadas. Cada punto de vista puede ser matizado y complejo, y sus defensores pueden ser tan inquebrantables como serían en cualquier otro debate ideológico. Y al igual que con las actitudes sociales sobre religión, política o cultura a veces necesitamos una nueva generación para venir, sacudirnos los grilletes del pasado y hacer avanzar el progreso del debate.  


Pero también hay una distinción crucial a la ciencia, en comparación con otras disciplinas. Una sola observación cuidadosa o resultado experimental puede hacer que una visión científica o una teoría de larga data sean obsoletas y reemplazables con una nueva visión del mundo. Esto significa que esas teorías y explicaciones de los fenómenos naturales que ha sobrevivido a la prueba del tiempo son las que más confiamos. La tierra va alrededor del sol y no al revés; el universo en expansión y no estático; la velocidad de la luz en un vacío siempre mide lo mismo sin importar la velocidad con la que se mueva el observador; y así  sucesivamente.


Ante una nueva idea que se hace de un descubrimiento científico importante, que cambia la forma en que vemos el mundo, no todos los científicos la comprarán en él inmediato tiempo, pero ese es su problema; el progreso científico es inexorable, que, por cierto, siempre es algo bueno: el conocimiento y la iluminación son siempre mejores que la ignorancia. Comenzamos con no saber, pero buscamos averiguar… y, aunque podamos discutir en el camino, no podemos ignorar lo que encontramos. Cuando se trata de nuestra comprensión científica de cómo es el mundo, la noción de que la ignorancia es dicha carga tiene sentido. Como dijo Douglas Adams una vez: “yo tomaría el asombro de la compresión sobre el asombro de la ignorancia cualquier día[13]”.



Referencias


[1] Butts, Robert. (2008). William Whewell: Philosopher of Science, and: William Whewell: A Composite Portrait (review). Journal of the History of Philosophy. 30. 621-623. 10.1353/hph.1992.0088.

[2] Charles Darwin, The Descent of Man, and Selection in Relation to Sex (1871), in From So Simple a Beginning: The Four Great Books of Charles Darwin, ed. Edward O. Wilson (New York: W. W. Norton, 1958), chaps. 3–5.

[3] Frederick Suppe, “The Search for Philosophic Understanding of Scientific Theories,” in The Structure of Scientific Theories, 2nd ed., ed. Frederick Suppe (Urbana: University of Illinois Press, 1977).

[4] Wool, David & Paz, Naomi & Friedman, Leonid. (2020). Darwin: The Descent of Man (1871). 10.1201/9781003023869-18.

[5] MacIntyre, Alasdair. (2007). After Virtue: A Study in Moral Theory.

[6] French, Nathaniel. (2019). Empirical Philosophy and the Schoolmaster. Journal of Education. 42. 307-308. 

DOI:10.1177/002205749504201804.

[7] Chen, Huan & Gu, Xiao-hong & Zhou, Yuxi & Ge, Zeng & Wang, Bin & Siok, Wai Ting & Wang, Guoqing & Huen, Michael & Jiang, Yuyang & Tan, Li-Hai & Sun, Yimin. (2017). A Genome-Wide Association Study Identifies Genetic Variants Associated with Mathematics Ability. Scientific Reports. 7. 40365. 

DOI:10.1038/srep40365.

[8] Skeide, Michael & Wehrmann, Katharina & Emami, Zahra & Kirsten, Holger & Consortium, Annette. (2020). Neurobiological origins of individual differences in mathematical ability. PLoS Biology. 18. 

DOI:10.1371/journal.pbio.3000871.

[9] Darwin Correspondence Project online. http://www.darwinproject.ac.uk.

[10] Chen, H., Gu, X.-h., Zhou, Y., Ge, Z., Wang, B., Siok, W. T., . . . Tan, L.-H. (2017). A genome-wide association study identifies genetic variants associated with mathematics ability. Scientific reports, 7, 40365.

[11] Goldman, Steven. (2021). Einstein Versus Bohr on Reality. 

DOI:10.1093/oso/9780197518625.003.0012.

[12] Aaserud, Finn. (1988). Book Review:The Philosophical Writings of Niels Bohr Niels Bohr. Isis. 79. 351. DOI:10.1086/354767.

[13] Douglas Adams, The Salmon of Doubt: Hitchhiking the Galaxy One Last Time (New York: Harmony, 2002), 99.


 

 

 

Autores:
Eduardo Ochoa Hernández
Nicolás Zamudio Hernández
Lizbeth Guadalupe Villalon Magallan
Salomon Eduardo Borjas García
Gladys Juárez Cisneros
Pedro Gallegos Facio
Gerardo Sánchez Fernández
Estrada López Brittanny Dayan
Abraham Zamudio Durán
Rogelio Ochoa Barragán