Historia del Colegio de San Nicolás

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I DON PASCUAL ORTIZ RUBIO 

I

DON PASCUAL ORTIZ RUBIO

 

Sus antecedentes familiares desde el siglo XVI.—Sus estudios en Morelia.—-Oposición a la dictadura.—En la Escuela Nacional de Ingeniería.—Escribe en la prensa antirreeleccionista.—En la campaña cívica del silvismo.—Forma parle del Congreso disuelto por el usurpador.—Es encarcelado.—En la revolución constitucionalista.—Comisiones de Carranza.— Es electo para el Constituyente, pero  no  concurre.

 

El ingeniero Pascual Ortiz Rubio nació en la dudad de Morelia el 10 de marzo de 1877, en el seno de una familia de noble linaje y posición económica desahogada. Entre sus antepasados contábanse algunos parientes de los señores tarascos, aunque ya mestizados en el siglo XVII, y los hijos de conquistadores españoles del XVI. La familia se ufanaba de su procedencia indígena, que se remontaba a los descendientes del último cazonci Tzintzincha-Tangaxoan. Una hija de éste, llamada María Cuhta-cua, casó con Paguinhuata, señor de Coyuca-Ihuatsio; la hija de ambos, María Inahuitzin —como se asienta en la Relación de Michoacán— casó con un español, Francisco de Castilleja, capitán de Hernán Cortés; y una hija de ellos, Isabel Beatriz de Castilleja, a su vez, casó con el capitán Pedro de Ábrego. Estos son los antepasados más remotos en conexión con la estirpe tarasca. Luego, la familia Ábrego Castilleja se unió a la Ortíz de Ayala, fundada en tierras americanas por el capitán Tomás Ortiz de Ayala, Justicia Mayor de Tlazazalca y Huaniqueo. Este apellido se conservó hasta el siglo XIX, por lo que el nombre completo del ingeniero fue el de Pascual Ortiz de Ayala y Rubio.[1]

En el árbol genealógico de don Pascual hubo gentes de armas como el coronel José de Jesús Ortiz de Ayala; gente de iglesia, monjas, sacerdotes y seglares de fuerte religiosidad, y un obispo, don Estanislao de Jesús Ortiz de Ayala. También numerosos  políticos,  que ocuparon cargos importantes en la magistratura, la legislación y el gobierno del Estado. Su padre, el licenciado Pascual Ortiz de Ayala y Huerta (nunca usó tan pomposo nombre) fue secretario del gobernador don Santos Degollado (1857-1858), diputado local, magistrado, senador de la República y, por muchos años, regente del Colegio de San Nicolás en la época de la dictadura.

 

 

Los primeros estudios de Ortiz Rubio los hizo en su ciudad natal, al cuidado de maestros particulares competentes, como correspondía al nivel social de su familia. Su padre era propietario de la rica hacienda de El Rincón, en el valle de Morelia, y profesionalmente representaba los intereses de otros hacendados. La de Ortiz de Ayala era, pues, una familia próspera, pero, al igual que otras de abolengo en la vieja Valladolid, era de ideas liberales. No se distinguían por su radicalismo sino por la moderación; sus paradigmas eran Juárez y Ocampo, y su devoción el Colegio de San Nicolás.

 

Ortiz Rubio ingresó al Colegio nicolaita, dirigido entonces por su padre. Fue un alumno distinguido desde el principio. En 1890 obtuvo el segundo premio, medalla y diploma, así como Mención Honorífica por aplicación y buena conducta en el primer curso de Idioma Latino (estudió la Gramática de Iriarte y tradujo las Fábulas de Fedro, bajo la dirección de su maestro, el licenciado Zeferino Páramo). Al año siguiente fue distinguido con el segundo premio, y un Premio al Mérito por su moralidad y urbanidad, en el segundo curso del mismo idioma, con la traducción de Cornelio Nepote. En 1892 se distinguió en Matemáticas, primer curso, y obtuvo como Premio al Mérito medalla, diploma y un diccionario inglés-español, por su dominio del Vallejo y las Tablas de Logaritmos de Callet. Su maestro, el licenciado Francisco Pérez Gil. En 1893 fue el mejor alumno en Idioma Inglés, primer curso y al año siguiente, en el segundo curso del mismo idioma, obtuvo el segundo lugar, medalla, diploma y el Tratado Elemental de Física, de Drion y Fernet (su maestro fue don Santiago Kattengell, y el texto: la Gramática Inglesa, de Quackemboss).[2] En el último año de Colegio (1895), el 3 de septiembre fue detenido con un grupo de estudiantes que manifestaban su repudio a la dictadura. Este hecho no era raro, pues diariamente se encarcelaba a los desafectos al gobierno.

Ing. Pascual Ortiz Rubio.

 

Los nicolaitas detenidos (Pascual Ortiz Rubio, Enrique Ortiz Anaya, Manuel Padilla, Otilio Silva, Benjamín Arredondo, José Inocente Lugo, Fausto Acevedo, Onésimo López Couto, Juan B. Arriaga, Elias García Arista, Julio Torres y Everardo Ramos) fueron confinados en la sala de castigos del Colegio de San Nicolás, con guardias policiacos, que no permitían a nadie visitarlos; ni a sus familiares ni al regente, don Luis González Gutiérrez, pues a éste incluso le injuriaron, no obstante que, además de funcionario del plantel, era diputado local. Manuel Padilla logró salir en libertad porque su padre, que era diputado federal, cultivaba amistad con don Porfirio y directamente le pidió ese servicio. Los demás permanecieron presos hasta el día 15 de ese mes en que se les comunicó que estaban libres pero expulsados del Colegio.[3] A Ortiz Rubio le faltaba tan solo acreditar el curso de Filosofía para concluir la enseñanza preparatoria, y en tanto se gestionaba un examen "a título de suficiencia", sus familiares le internaron en el Seminario Tridentino para que estudiara esa materia. Allí estuvo hasta que autorizaron su examen en San Nicolás. "La última noche que pasé de interno en el Seminario de Morelia —escribió en sus Memorias— hubo una festividad literaria llamada "Conclusión de Filosofía" y se me encomendó la lectura de una poesía que adorné con teorías muy liberales, causando el escándalo consiguiente". Finalmente presentó el examen de suficiencia ante un jurado que formaron: el maestro de la materia, licenciado Enrique Domenzáin, y los sinodales: licenciados José T. Guido, José M. Ortiz Rodríguez y Rafael Reyes, quienes interrogaron sobre Lógica, Psicología, Moral y Teodicea, según el texto de Janet. Con este examen el joven Ortiz Rubio concluyó sus estudios y en seguida se inscribió en  la Escuela de Minería de la ciudad  de  México.[4]

El ambiente del Colegio de San Nicolás le había dejado grandes enseñanzas. En el aspecto intelectual era uno de los mejores establecimientos del país, por la calidad de sus maestros, aunque los planes, programas y textos eran los mismos que se aplicaban en planteles similares. La dirección de la enseñanza era también la de esa época en todas las escuelas. Era por aquel entonces el colegio nicolaita —escribió don Manuel Martínez Báez— plantel de enseñanza preparatoria, orientado por los principios de la filosofía positivista; daba por ello alta preeminencia a la enseñanza de las ciencias y a la práctica de austera disciplina, pero había relegado, quizá con exceso, el cultivo de las humanidades [5] Sin embargo, en el fondo se conservaba la ideología libertaria, nacionalista, y en cierto modo, anticlerical del Colegio. Su fundador había sido un obispo visionario y utopista; y de sus aulas habían salido clérigos que defendieron con la pluma y la espada el programa de reformas sociales que definieron el rumbo y la esencia de la nación; el más ilustre de ellos, don Miguel Hidalgo y Costilla. Pero él y sus compañeros de luchas y de ensueños fueron derrotados, humillados y muertos por sus enemigos, principalmente por el alto clero colonial. Estos hechos crearon un cierto rechazo al clero que se mantuvo vigente, pese al entendimiento al que llegaron el Estado y la Iglesia durante los años de la dictadura.

Con esta formación intelectual llegó Ortiz Rubio a la capital del país. Ser nicolaita —dijo don Ignacio Chávez— es como llevar una marca de fuego en el alma; y el joven moreliano fue un nicolaita toda su vida. En la Escuela superior enseñaban maestros liberales de inalterables convicciones, como el ingeniero Francisco Bulnes, el famoso polemista e inteligente crítico de Juárez. "El ingeniero Bulnes hacía amenas sus cátedras por su cultura y por la facilidad de su palabra", escribió Ortiz Rubio.[6] Algo más debe haber subyugado al atento discípulo: la oposición a la dictadura, que sin llegar a los extremos de otros opositores, tuvo efectos demoledores. Bulnes llevaba como texto una obra del doctor Morris Davis, cuya sencillez y sentido didáctico cautivaban a los alumnos.

Otro maestro que llamó la atención del joven fue el ingeniero Agustín Aragón, prominente representante de la escuela positivista en México. Es posible que él influyera en la familia de don Pascual para que éste continuara sus estudios en la Escuela de Ingeniería, pues tenía relaciones con diversos grupos de profesionistas michoacanos. Todavía antes de la Revolución pertenecía a la Asociación de la Escuela de Jurisprudencia de Michoacán, como socio honorario, el único que no era abogado.[7]

En 1902, como culminación de una brillante carrera presentó su examen profesional en la ciudad de México, titulándose en el antiguo plantel como Ingeniero Topógrafo y de Minas. Culminaba así su preparación profesional apoyado en todo por su familia. Esta carrera, aunque no tenía un brillante porvenir, en un hombre inquieto sería útil para forjarse un prestigio profesional y buenos ingresos que le permitieran acrecentar los bienes familiares. Una vez titulado se estableció en Morelia. Instaló un despacho y se anunció en los periódicos en espera de los clientes; vano empeño, pues los grandes terratenientes y empresarios empleaban ingenieros extranjeros, el gobierno le daba los contratos al hijo de don Porfirio Díaz, que era ingeniero. Así sucedió con las obras del desagüe en Morelia. A falta de clientes, el ingeniero dedicó su tiempo al estudio. Fue un periodo fecundo de su vida. Investigó los extinguidos volcanes de Tancítaro, Quinceo y el Xalapasco, en Uruapan, Morelia y Tacámbaro, respectivamente. Comenzó a levantar una carta geográfica de la entidad. Perfeccionó algunos inventos, y publicó sus resultados en boletines científicos; fue admitido en sociedades de reconocida solvencia como la Sociedad Astronómica de París, la Asociación de ingenieros y Arquitectos de México, la Sociedad Astronómica de México, la Sociedad Geológica  Internacional  y  la   Sociedad "Antonio Álzate". También comenzó a publicar sus poemas, en una rara combinación de las musas con el rigor científico de sus afanes profesionales. Para su actividad de poeta escogió un nombre pastoril a semejanza de los antiguos árcades, y se firmó "Augusto Irma". Algunos de sus poemas se publicaron en la revista Flor de Loto, fundada en 1909 por los nicolaitas Francisco R. Romero, Felipe Calderón, J. Isaac Arriaga y Cayetano Andrade, todos opositores a la dictadura, aunque en las páginas de la revista disfrazaban sus saetas con un ropaje romántico. Allí, en las páginas de Flor de Loto aparecieron poemas y prosas de hombres que habrían de significarse en la etapa revolucionaria como: Francisco J. Múgica, J. Isaac Arriaga, Jesús Romero Flores, Agustín Arrojo Ch., José Rubén Romero, Ignacio Chávez y Samuel Ramos. Algunas producciones de estos autores tienen fecha de 1911, cuando la revolución invadía ya los campos y las ciudades.[8]

Las inquietudes del joven ingeniero no se reducían a esos escarceos literarios sino que estaba comprometido plenamente en el movimiento antirreeleccionista. En 1905, junto con su primo don Primitivo Ortiz, escribía (con seudónimo) artículos en El Diario del Hogar y en El Tercer imperio; y contribuía a la formación de un Partido en Morelia. Muy pronto, sin embargo, se retiró de esa agrupación porque en ella militaban numerosos políticos de filiación católica, y Ortiz Rubio se definía como un liberal. Entre los políticos clericales estaba don Primitivo Ortiz quien habría de figurar en los gobiernos de transición[9].

La oposición a la dictadura era ya incontenible, y cada día se fortalecían los clubes y Partidos, y tomaba forma la organización nacional. El Partido Demócrata, que encabezaba don Benito Juárez Maza, hijo del Benemérito, contó con numerosos adeptos, entre ellos el ingeniero Ortiz Rubio, su corresponsal en Morelia. Los partidarios de la dictadura desplegaban gran actividad en favor de la candidatura de Díaz-Corral para presidente y vicepresidente. Los demócratas morelianos apoyaban al general Bernardo Reyes, ídolo del cambio político en aquellos años.

Surgió entonces la figura de don Francisco I. Madero como candidato de la oposición. Sus propósitos renovadores, aunque limitados al campo político, lograron aglutinar a los diversos grupos y tendencias bajo un solo programa, y en Morelia fueron los Ortiz Rubio, Pascual y Francisco, los heraldos de la revolución maderista. En 1910 trabajaba el ingeniero en una hacienda cercana a Santa Clara del Cobre, y era amigo del subprefecto de aquel lugar, Salvador Escalante. Entre los meses de abril y mayo se levantaron en armas varios jefes improvisados, desde distintos puntos del Estado, en apoyo al plan de Madero. El principal jefe fue precisamente Escalante. Después de algunos triunfos, este jefe rebelde, ya con el grado de general, se preparó para la toma de Morelia. Entre los hombres que le acompañaban estaba el ingeniero Ortiz Rubio, ya con el grado de Capitán Primero de Ingenieros expedido por el mismo Escalante el 10 de abril de 1911.

Los maderistas de Morelia se agruparon en torno a un hombre de grandes virtudes, el doctor Miguel Silva González, y le postularon al gobierno del Estado. Don Aristeo Mercado había dejado el poder tres días después de la firma de los tratados de Ciudad Juárez, el 13 de mayo de 1911. Los más activos propagandistas de la candidatura del doctor Silva fueron los miembros de la familia Ortiz. Se formó el Círculo "Paz y Unión", con políticos, comerciantes, hacendados y profesionistas liberales. El Presidente Honorario del Círculo fue el licenciado Pascual Ortiz, padre del ingeniero, y en el comité directivo figuraban: Felipe Iturbide, licenciado Andrés Iturbide, Enrique Arreguín Oviedo, doctor Simón W, García, licenciado José Ortiz Rodríguez, Manuel García Gómez, y los doctores Alberto Oviedo Mota  y Luis lbarrola.

El Partido Católico presentó como candidato a gobernador al licenciado Francisco Elguero, conocido intelectual conservador, cuya familia se había significado por esa ideología (su padre había sido Prefecto del Imperio de Maximiliano).

La lucha entre silvístas y elgueristas fue cruenta, pues hubo enfrentamientos en diversos puntos del Estado. El ingeniero Ortiz Rubio fue comisionado para dirigir la campaña política silvista en los distritos de Maravatío y Zitácuaro. En Morelia, el 13 de agosto, los silvistas recibieron con muestras de júbilo a su candidato que regresaba de una entrevista con el señor Madero en la capital. El señor Elguero salió al balcón de su casa en forma provocativa, y en un momento de ofuscación, ante los gritos de repudio a su persona, sacó una pistola y disparó contra la multitud, provocándose una refriega entre los silvistas y la fuerza pública llamada con urgencia para proteger la casa de Elguero. Sólo la decidida intervención de Ortiz Rubio y del doctor Silva pudo contener a los indignados manifestantes que pedían la cabeza del agresor. Elguero huyó de su casa y de la ciudad, y aunque Ortiz Rubio se percató de la maniobra quiso favorecer la huida para evitar mayores problemas. Pero la sorpresa del doctor Silva y de sus partidarios fue muy grande cuando se enteraron que Elguero, ya en la ciudad de México, los acusaba de haber instigado la agresión en su contra. Ortiz Rubio envió a Elguero una carta llena de energía y claridad: "yo vi cómo desafiaba usted a esas que ha llamado chusmas indecentes. . . yo vi a usted amenazarlos con la pistola y vi cuando enloquecido, perdida la noción de todo, hasta del miedo, disparaba usted su arma. .. Todo esto demuestra que el provocador del motín fue usted.. . y ya ve que los acusados como instigadores fuimos sus defensores esa noche ante el pueblo".[10]

Elguero se retiró de la contienda, pues a sus mismos patrocinadores no convenía aquel escándalo, y fue sustituido por el licenciado Primitivo Ortiz, el primo de don Pascual Ortiz Rubio. Don Primitivo había sido de los primeros opositores a la dictadura, pero al llegar el momento de las definiciones pesaron más en su ánimo los sentimientos religiosos y sus re­laciones con el arzobispo que sus ideas políticas.

El doctor Silva triunfó arrolladoramente, pues la mayoría de los michoacanos aquilataban sus virtudes, su inteligencia y su patriotismo. Asumió ei poder el 16 de septiembre de 1912. Ortiz Rubio continuó laborando en la realización del programa revolucionario del gobernante, y por su actividad en cuestiones de su profesión fue ascendido, el 14 de noviembre de ese año, a Mayor y Teniente Coronel de Ingenieros.[11]

La diputación local electa en 1912 se formó en su totalidad con políticos adictos al doctor Silva, distinguiéndose en ella el doctor Alberto Oviedo Mota. La diputación federal, en cambio, se integró con personas de diversas filiaciones políticas; la mayoría eran maderistas pero entraron también, por el voto popular, algunos que eran contrarios a Madero, como el derrotado candidato don Francisco Elguero. Fue electo también el ingeniero Ortiz Rubio como diputado en esa legislatura, y en consecuencia le tocó actuar en los acontecimientos de la Decena Trágica y conocer y aceptar la renuncia del presidente y vicepresidente de la República, el señor Madero y don José María Pino Suárez. En aquellos momentos dramáticos, el diputado moreliano formó, con algunos de los más fieles maderistas, el grupo "renovador" del Congreso, que pugnaba por la continuación del proceso revolucionario y el desconocimiento  del usurpador.

Las dos Cámaras del Congreso de la Unión, diputados y senadores, se aprestaron a pedir garantías al gobierno de Huerta, debido a que la represión más sangrienta —que era el signo del huertismo— había cobrado sus víctimas entre los miembros del Congreso. Los diputados Adolfo G. Gurrión y Serapio Rendón habían sido asesinados, y a esos crímenes se sumaba el del doctor Belisario Domínguez, senador por el Estado de Chiapas (8 de octubre de 1913). Los congresista exigieron al gobierno la investigación de esos hechos, el castigo de los culpables, el cese de la persecución a los representantes populares, y el respeto a su investidura. El gobierno, en respuesta muy apropiada a su condición violatoria de los derechos humanos, del orden constitucional y de la libertad de expresión, ordenó la disolución del Congreso y la aprehensión de los diputados del grupo "renovador". Al salir del recinto legislativo fueron detenidos por la policía auxiliada por los soldados del 29o. batallón, ochenta y cuatro diputados, entre ellos: Aquiles Elorduy, José Natividad Macías, Pascual Ortiz Rubio, Luís Manuel Rojas, Félix F. Palavicini, Juan Sarabia, Alfonso Cravioto y Gerzáin Ugarte. Se les condujo a la Penitenciaría, y allí permanecieron incomunicados desde el 10 de octubre, fecha de su aprehensión, hasta que Ortiz Rubio y otros de sus compañeros de cautiverio fueron liberados el 31  de diciembre del mismo año de 1913.

De sus experiencias en la prisión, donde se templó su ideología revolucionaria, formó el ingeniero Ortiz Rubio un libro, Memorias de un penitente (1916), de amena lectura.[12]

Desde la prisión, varios de aquellos políticos entraron en contacto con los seguidores del Plan de Guadalupe que, con las armas en la mano, peleaban contra el gobierno espurio del general Huerta; y al salir de la cárcel se incorporaron a esas fuerzas llamadas "constitucionalistas" jefaturadas por don Venustiano Carranza. Ortiz Rubio se sumó a ese movimiento, muy cerca del Primer Jefe quien le confió delicadas y difíciles tareas. Otros michoacanos colaboraban estrechamente con don Venustiano, entre ellos el joven capitán Francisco J. Múgica.

En Michoacán, el movimiento constitucionalísta había tomado gran auge bajo el mando de los generales Gertrudis G. Sánchez, José Rentería Luviano y Joaquín Amaro, que ocuparon varias poblaciones del Estado, y el l de agosto de 1914 la capital, Morelia.

Al triunfo de la revolución carrancista, Ortiz Rubio desempeñó comisiones especiales del Primer Jefe, y nombramientos oficiales como el de jefe de la Oficina Impresora de Estampillas (en el desempeño de esta comisión fue a Nueva York para negociar con el American Bank Note Co. la impresión de los billetes llamados "infalsificables" que haría circular el gobierno), Director General de Bienes Intervenidos y jefe del Departamento de Ingenieros de la Secretaría de Guerra y Marina. Durante su permanencia en los Estados Unidos publicó varios artículos para desmentir las calumnias que la prensa de aquel país levantaba contra la Revolución.[13]

Por desgracia, la lucha entre las facciones retrasó el cumplimiento del programa revolucionario. En el fondo de esa guerra interna estimulada por los caudillos  surgidos del movimiento contra  la dictadura porfirista,  se debatían los principios, perfilándose dos grupos principales; los mexicanos que sólo deseaban el cambio de autoridades y la seguridad de su renovación periódica mediante el ejercicio democrático; y los representantes de las grandes masas de obreros y campesinos que habían dado cuerpo y sustancia a la Revolución, y que reclamaban tierras, derechos laborales, educación amplia, gratuita y laica, y el respeto a la libertad de expresión. En suma, los que seguían el programa del Partido Liberal Mexicano, de Flores Magón; y los que se quedaban con el Plan de San Luís de Madero. Los que deseaban una transformación social del país, y los que sólo se preocupaban de las formas. La misma lucha que en la época de la Independencia; idéntico enfrentamiento que durante las guerras de Reforma.

Muy significativo resulta el hecho de que, el 29 de agosto de 1913, Lucio Blanco y Francisco J. Múgica hicieran el primer reparto de tierras en Matamoros. Este hecho, aunque sólo favoreció a once campesinos, fue considerado por los auténticos revolucionarios como un acto de justicia, aunque causó un serio enojo al señor Carranza, quien no deseaba provocar el disgusto y la desconfianza de los terratenientes, el clero y los industriales, más fuertes que el gobierno usurpador; "hay que acabar —di­jo a Múgica-— primero con éste y atacar después los problemas que con justicia entusiasman a ustedes".[14]

La lucha entre los grupos se originaba en ese aplazamiento que un grupo deseaba frente al ansia de reivindicaciones de la mayoría de la nación. Al final de cuentas el gobierno usurpador se nutría y sostenía del poder de los terratenientes, es decir de la estructura del porfirismo que se negaba a morir.

Se convocó la reunión del Congreso Constituyente de la nación después de la lucha armada. Se eligieron los diputados que representarían al pueblo en esa magna asamblea, y resultaron por Michoacán los ciudadanos: Morelia (tres distritos electorales) Francisco Ortiz Rubio, hermano de don Pascual (estuvo muy corto tiempo y le suplió el doctor José Pilar Ruiz); coronel Alberto Peralta, sonorense; y doctor Cayetano Andrade, guanajuatense. Zinapécuaro. Coronel Salvador Herrejón (actuó el suplente, coronel Uriel Aviles). Maravatío. Coronel y profesor Alfredo R. Cervera, coahuilense. Zitácuaro. Onésimo López Couto. Huetamo. Ingeniero Salvador Alcaraz Romero. Tacámbaro, Ingeniero Pascual Ortiz Rubio (actuó el suplente, doctor Manuel Martínez Solórzano). General Martín Castrejón (fue electo por los distritos de Ario de Rosales y Pátzcuaro. optó por el primero; el suplente, licenciado Alberto Alvarado representó a Pátzcuaro). Uruapan. General José Alvarez y Alvaréz. Apatzingán. Licenciado José Silva Herrera. Aguililla. Coronel Rafael Márquez. Jiquilpan. Doctor Amadeo Betancourt. Zamora. General Francisco J. Múgica. La Piedad de Cabadas. Profesor Jesús Romero Flores. Puruándiro. Fue electo el coronel Florencio G. González, coahuilense, quien no pudo concurrir; como no se llamó al suplente, José de la Peña, el distrito quedó sin representación. En resumen, de los 17 diputados constituyente, 8 fueron nicolaitas, entre ellos el distinguido historiador y maestro don Jesús Romero Flores, a la fecha el   único  sobreviviente de aquellos representantes populares.

Otros tres nicolaitas concurrieron a la asamblea constituyente por otros Estados de la Federación: el doctor Francisco Díaz Barriga, por Salvatierra, Gto.; el licenciado David Pastrana Jaimes, por Cholula, Pue.; y el general Salvador González Torres, por Oaxaca.[15]

Las diversas tendencias que concurrieron a la Revolución Mexicana se manifestaron en los debates del Congreso constituyente. Pudo advertirse allí la crisis del liberalismo, entre la moderación y el jacobinismo o sea entre el antiguo régimen (clericalismo colonial, latifundismo, sujeción económica al extranjero, adhesión declamatoria a los héroes, a la patria y a sus símbolos, positivismo en la enseñanza) y la nueva nación que surgía dé un movimiento armado (libertad de creencias religiosas, colectivismo y reparto de la tierra, nacionalismo económico, patriotismo auténtico, educación socialista). La Constitución de 1917 recogió las inquietudes populares, y estableció junto a los derechos individuales propios de nuestra estructura burguesa, los de la colectividad, como aspiración a un porvenir más claro.


 

NOTAS

 

[1] Acerca de estos antecedentes familiares,  ver:  Ibarrola. Casas y familias...,  pp.331-337; y consultar, entre otros, a López Sarrelangue, La nobleza indígena...

[2] Archivo histórico   de  la  Universidad Michoacana

[3] P. G. Macías. Aula Nobilis, pp. 127-129.

[4] Memorias publicadas en el periódico El Nacional, de la ciudad de México, con el título de "Medio siglo", febrero de 1946.

[5] M.  Martínez Báez. Homenaje a Samuel Ramos (1959), p.   174.

[6] M.  Bernal  R. G.   Universidad Michoacana...,  p.  100

[7] Boletín de la Escuela de Jurisprudencia. Años 1907-1909

[8] Flor de  Loto (1909-1911). Colección del autor de esta Historia.

[9] P. Ortiz Rubio. Memorias..., cit.

[10] La carta íntegra   cu P. G. Macías, Aula Nobilis, pp. 229-230

[11] Vid. A.   Oviedo   Nota.  Bosquejo histórico..

[12] P. Ortiz  Rubio. Memorias de un  penitente, p. 67

[13] M. Bernal   R. G. Op. cit., p. 6

[14] G.  Magaña.  Emiliano Zapata...,  t.  III,  p. 81.

[15] P. G. Macías. Op. cit., pp. 311-315