Historia del Colegio de San Nicolás

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VII

EL COLEGIO CIVIL HASTA EL AÑO DE 1863 EN QUE FUE

                           CLAUSURADO DE NUEVO

 

VII

 

EL COLEGIO CIVIL HASTA EL AÑO DE 1863 EN QUE FUE

                           CLAUSURADO DE NUEVO

 

Ocampo y sus ideas liberales.- Su apoyo al Colegio.- Resultados del primer año de labores.- Un informe alentador.- Ocampo precisa su idea de la Universidad. La guerra con los Estados Unidos.- Proposiciones de Ocampo.- Renuncia al gobierno del Estado en desacuerdo con el gobierno general.- Juan B. Ceballos ordena la clausura de la cátedra de Medicina.- El obispo Munguía.- La polémica de Ocampo con el clero.- Don Melchor regresa al poder.- Toma posesión en el Colegio.- Beneficios de su administración para el plantel.- Una revuelta lo derro­ca.- Sus últimos acuerdos.- "Emperador de los corazones nicolaitas".- La última administración de Santa Anna.- La revolución de Ayutla.- La Constitución de 1857.- La Guerra de Tres Años.- El gobierno de Epitacio Huerta.- Clausura del Seminario.- Sus bienes pasan a San Nicolás.- Capitales del Colegio al finalizar su Gobierno.- Santos Degollado artífice de la victoria.- Muerte de Ocampo y DegoIlado.- Ocampo dona sus libros.- Su corazón en el Colegio.- La intervención francesa y el Imperio.- Márquez ocupa Morelia y clausura de nuevo el Colegio de San Nicolás.

 

La administración de don Melchor Ocampo fue sumamente irregular por las circunstancias de la guerra. Tuvo que separarse del gobierno en varias ocasiones y se refugió en su hacienda de Pomoca o en la capital del país. Sus ideas políticas no encontraron acomodo en una nación que se debatía entre la vida y la muerte, con sus clases dirigentes divididas por intereses económicos o por prejuicios. Los conservadores empecinados en sostener los privilegios del clero y del ejército, binomio trágico en que se apoyaban todos los proyectos del retroceso; y los liberales titubeantes e inseguros, plantados en su individualismo que les impedía unirse y reconocer un jefe; y ambos -liberales y conservadores- dirimiendo sus diferencias frente a los cañones enemigos, cuando era la nación la que estaba en peligro, es decir la de todos los mexicanos, de todos los matices y bandos. "Yo voy perdiendo mis creencias; no en la parte ideológica, que me presenta la evidencia de un principio y la naturalidad de sus consecuencias, sino en la parte práctica de nuestra situación, en la aplicación de aquéllos". Pero su fino instinto político le ponía de nuevo en la senda por donde transitaban los esperanzados: "cuando me ocupo de un serio análisis de lo que hoy somos, un juicio frío y severo me inclina a creer que nos hallamos ya en la inevitable alternativa de unimos al Norte o a la Europa; otras veces es el despecho y no la razón la que me mueve a afirmar lo mismo, pero en el fondo de esto hallo mi instinto, un instinto noble que nunca me ha engañado y que me asegura que México, más tarde o más temprano, con más o menos angustias logrará ser, en nuestros días lo que la naturaleza le manda que sea... en un suelo con todos los climas botánicos y zoológicos, con una población desmoralizada, pero no degenerada del todo, México debe ser, México puede ser, México será una nación grande"[1].

 

Su confianza descansaba sobre todo en la educación. Por eso se empeñaba en el fortalecimiento de la sociedad civil y sus instituciones, preferentemente las que se relacionaban con la instrucción de la juventud. La suerte del Colegio de San Nicolás no era muy halagüeña, a pesar del apoyo que le brindaban las personas más distinguidas del cabildo y del Seminario; había sectores y gentes que no aceptaban la secularización ni el carácter liberal que pretendía imprimírsele.

Pero el gobernante no se preocupaba por las críticas sino por el engrandecimiento del plantel. El 20 de septiembre el Congreso aprobó el decreto por el cual se dispuso que el uno por ciento, de los dos que estaban designados en el presupuesto a obras de beneficiencia "se destinará al establecimiento de un Gabinete y un laboratorio en el Colegio de San Nicolás, una sala de Clínica en el Hospital, poniéndose de acuerdo con la autoridad eclesiástica (el hospital de San Juan de Dios pertenecía al clero); una pequeña hacienda modelo, y un Jardín Botánico que dependerá del mismo Colegio para facilitar la erección de las Cátedras de Física, Quími­ca, Clínica, Agricultura y Botánica, y el gradual establecimiento de un Museo Michoacano"[2].

El 9 de diciembre del mismo año, al dictarse el Reglamento para las cátedras de Medicina, se dispuso: "El establecimiento Médico Quirúrgico del Estado, queda refundido en el Colegio Primitivo de San Nicolás de Hidalgo. En consecuencia las cátedras de medicina y cirugía existentes en la Capital se sujetan en un todo al mismo Colegio de San Nicolás". Los fondos de las cátedras se incorporaron al Colegio; tanto catedráticos como alumnos quedaron sujetos al reglamento del Colegio. Sin embargo, los titulares de Medicina y Cirugía, quedaban exentos de presentar oposiciones (enero 28 de 1848), no así los que se nombraran en lo sucesivo[3].

Durante el año de 1.848, el gobierno de Ocampo rodeó al Colegio de todo género de apoyos, con los exiguos recursos del Estado, que tenía que dividir entre gastos de guerra y los destinados a la educación. Para allegarse fondos, el gobierno recurrió a los préstamos forzosos[4].

En los primeros meses de vida, el Colegio pudo conferir los grados de Bachilleres en Filosofía, Jurisprudencia y Medicina. Un decreto del consejero decano, licenciado José María Silva, (julio 24) autorizaba a quienes no hubieran estudiado allí para obtener el reconocimiento de sus estudios, medida que pretendía ampliar el espacio social del plantel, para que sus beneficios alcanzaran al mayor número de jóvenes.

Los frutos del primer año de labores fueron magníficos, y para demostrarlo se invitó a lo más selecto de la intelectualidad moreliana para que examinara a los alumnos. El gobernador Ocampo aceptó replicar en Matemáticas y en Idioma Francés. El canónigo Pelagio Antonio de Labastida y Dávalos lo hizo en Español, Etimología y Sintaxis Latina, en Lógica y en Matemáticas. Don Santos Degollado en Francés y en Física. El licenciado Manuel Teodosio Alvírez, presidente del Tribunal Supremo de Justicia, examinó en Jurisprudencia, junto con el magistrado licenciado Antonio Bribiesca. El doctor Domingo Garfias, deán de la catedral, replicó a los alumnos en Lógica, con el doctor Juan Manuel González Urueña. Y en otras materias actuaron don Manuel Elguero, el prior de los agustinos, fray Vicente Garcidueñas, el licenciado Miguel Martínez, el bachiller José Manuel Orozco, el licenciado José María Manzo Ceballos y otros distinguidos personajes.

Los resultados fueron óptimos. El periódico El Moreliano asentó en una nota: "Estamos persuadidos que en la República toda no es posible que haya un Colegio que en tan poco tiempo y con tan escasos elementos pueda presentar un conjunto tan perfecto y frutos tan sazonados como el que nos acaba de ofrecer el Colegio de San Nicolás"[5].

Al principiar su segundo año de vida se le dotó de algunos aparatos para el laboratorio de Química, y se empezó esta enseñanza ligada a los estudios médicos; fue el maestro, doctor Joaquín Mota, quien mayor empeño puso en este anexo, y fue tal su entusiasmo que no sólo servía gratuitamente sino que llevaba las sustancias para los experimentos; señaló como texto el Tratado de Bouchardat. Pero los esfuerzos de Mota no fueron correspondidos, pues dice Bonavit que, al final del año, sólo tenía tres alumnos.

Por el mismo tiempo se crearon en el Colegio los estudios de Farmacia; y fue otro maestro desinteresado quien impulsó la idea, don Manuel Urbizu; no cobraba por sus servicios, y tampoco lo hacía don Manuel Valdés, quien no sólo daba su tiempo sino que ponía al servicio de la cátedra su farmacia particular[6].

En Jurisprudencia el Derecho Civil se dividió en: Derecho Natural y de Gentes, que impartió el licenciado Mateo de Jesús Dávalos, con el texto de Gerard Reynarald; y el Romano, a cargo del licenciado Miguel Martínez, con el libro de Heineccio y Macarel, a pesar de que éste le parecía poco ortodoxo en materia de religión[7].

El 22 de enero de 1848 el gobernador Ocampo, se presentó ante el Congreso para informar de su gestión al frente del ejecutivo de Michoacán en el difícil trance de la guerra con los Estados Unidos. El señor Ocampo estaba decidido a separarse del gobierno por su desacuerdo con el gobierno federal que no tomó en cuenta a los Estados de la República para la firma del Tratado de Guadalupe Hidalgo, que puso fin a la guerra, a muy alto precio para México. "Sólo para los que consuelan una viva esperanza para el remedio de nuestros males se puede decir que realmente existe la nacionalidad de México". Palabras amargas nacidas del sentimiento de impotencia ante la pérdida de gran parte del territorio nacional. Sin embargo existía la esperanza, y Ocampo era uno de los que no desmayaban en avivarla. Su informe sobre San Nicolás es una prueba: "Grande ha sido el impulso que ha recibido la [instrucción] del Estado con la apertura del Colegio de San Nicolás... Se han establecido en él las Cátedras de Gramáticas castellana, latina y francesa; de lógica y matemáticas, de derecho civil y canónico. Todas ellas han sido desempeñadas con notoria aprobación del público, que presenció con particular agrado las muestras que de su aprovechamiento dieron los varios alumnos presentados a examen solemne en todos los ramos enseñados". Anunció la apertura de las cátedras de Química, Farmacología y Física, con las que se complementan los estudios preparatorios; y ve como posible que en breve puedan establecerse los estudios de Clínica, Botánica, Agricultura, Elocuencia y Derecho de Gentes, "lo que, si se efectúa, hará que San Nicolás presente desde su segundo año un conjunto de enseñanza que no tiene ningún otro Colegio de la República y haga desde ahora presentir la facilidad con que Michoacán llegará a tener una verdadera Universidad.. Con tanta más razón podrá esperarlo, cuanto que acaba de agregársele el establecimiento Médico-Quirúrgico que, en medio de las dificultades con que ha luchado, tiene ya dados a la ciencia abundantes frutos". Hizo enseguida un elogio del regente, y fijó la atención del Congreso en la necesidad de crear un hospital civil, pues el clero se negaba a proporcionar una sala del hospital de San Juan de Dios para las prácticas de los estudiantes de medicina; el costo sería de quinientos pesos y su sostenimiento de doscientos cincuenta mensuales. Propuso la unificación de la enseñanza primaria en el Estado, y consideró conveniente se hiciera en todo el país, y dijo que debería desterrarse de los planteles primarios, como ya se había hecho en San Nicolás, el estudio de cuestiones inútiles como las minucias de la gramática latina: "es triste ver que... se obligue a los niños a pasar meses enteros en comprender lo que son los pirriquios, dáctilos, spondéos y anapestos, principalmente cuando se sabe que está perdida para nosotros una buena parte de la antigua Ortopeia latina y... de nada serviría a la generalidad de los niños... el insípido aprendizaje de cosas totalmente inútiles, y la consiguiente pérdida de su precioso tiempo". Como se ve, a pesar del desaliento por la derrota, la clase política del país alentaba esperanzas y formaba planes para el futuro[8].

Tras la derrota del país, Ocampo propuso la formación de guerrillas para no dar reposo al vencedor, pero su iniciativa no fue aceptada; tampoco se aceptó la renuncia que presentó una vez más ante el Congreso del Estado. Lejos de toda resistencia, los políticos se aprestaron a firmar los tratados de paz, que a Ocampo le parecían una ignominia; y por eso insistió en su renuncia por tercera ocasión, "fundándola en que por mis comunicaciones al Gobierno general en Abril del año próximo pasado me había yo comprometido en el sostén de la guerra de un modo que hoy no permitía, sin que perdiéramos, yo la vergüenza y el Estado su decoro, que yo continuara en el gobierno"[9]. El Congreso de Michoacán, se resistió a la aceptación de la renuncia por algún tiempo, y Ocampo aprovechó ese tiempo en avanzar en los proyectos que tenía pendientes en beneficio del Estado: la apertura de un hospital civil, la creación de una Casa de Moneda y de un Jardín Botánico. Proyectos en los que bastante había trabajado; también se interesó en pagar los cuatro mil pesos que el señor Barandiarán había entregado para la reconstrucción del Colegio de San Nicolás, y que por malas inversiones no había podido recuperar, "principalmente ahora que el pobre Barandiarán no está muy en sus cabales, me parecía una infamia dejado expuesto a una suspensión"[10].

Firmado el armisticio con los Estados Unidos, Ocampo no quiso permanecer un día más en el gobierno, y puso una nota al Congreso en la que ya no pedía licencia sino qUé avisaba su retiro, porque no quería servir a una administración "que iba a tener que apoyarse en los enemigos naturales de la patria". Reconocía en su nota la necesidad del tratado de paz pero no quería ser actor de aquel drama. "al modo que no sería ni soldado, ni soplón, ni verdugo. por más persuadido que estuviera de que la sociedad necesitaba que tales oficios se desempeñaran por alguno". La renuncia dejaba a Ocampo en condiciones de presentarse como candidato al Senado de la República, donde esperaba ser más últil a su patria.

El quinto período constitucional en Michoacán fue cubierto por los hermanos Juan Bautista y Gregorio Ceballos, amigos y correligionarios de Ocampo, aunque sus puntos de vista fueran -como los de todos los liberales- en ocasiones divergentes. Juan B. Ceballos fue electo gobernador del Estado. y se enfrentó con graves problemas, sobre todo con el clero. "Nunca el fanatismo había llegado a mayor grado de exaltación", escribió a su amigo Mariano Otero. Ocampo comunica a Otero su opinión sobre este conflicto con el clero. Se había solicitado que a los canónigos de la catedral se les permitiera usar ropas moradas parecidas a las de los obispos, y el gobierno se oponía. Escribió Ocampo: "El negocio de Juan es que los canónigos- de Morelia no se vistan de morado y que se niegue, por lo mismo, el paso a la bula en la que se les concede este carnaval".[11] Por esos problemas, y otros que hubo de enfrentar, Ceballos no concluyó su mandato, y lo dejó en manos de su hermano. Gregorio Ceballos, consejero de Estado. Al rendir su informe de las labores de 1849, don Juan atacó duramente al Instituto Médico, y pidió su desaparición. Los alumnos recibían la enseñanza teórica en el Colegio de San Nicolás, y la práctica en el Hospital de San Juan de Dios. El gobernador dijo que los futuros médicos deberían conocer dos o tres casos de las enfermedades más comu­nes, lo que no era posible en un Hospital tan pequeño, con tan escaso número de enfermos. Sostenía Ceballos que sólo podrían formarse médicos en las grandes ciudades; y propuso que, en vez de gastarse $1,500 pesos anuales en las cátedras de Medicina y Cirugía, podrían becarse tres o cuatro jóvenes para que hicieran sus estudios en Europa, con el compromiso de regresar, una vez titulados, a prestar sus servicios en el Estado; o bien que no se dieran becas y la cantidad mencionada, que se tomaba de los fondos de la educación primaria, se aplicara a sus fines originales. El Congreso, fiel al Gobernador, decretó la suspensión de la enseñanza de la Medicina y la Cirugía, el 21 de agosto de 1850. En las discusiones de los diputados se habló de pérdida de prestigio del Instituto Médico, lo cual dio pie a que se pensara en que hubo interés de uno o varios médicos de la ciudad en perjudicar dichos estudios[12].

A la muerte del obispo Portugal (4 de abril de 1850) fue electo en la diócesis michoacana el licenciado Clemente de Jesús Munguía, hombre de innegable talento pero de línea dura en las relaciones entre la Iglesia y el Estado; si otros prelados habían sido partidarios del diálogo, Munguía habría de ser un hombre de combate, que no escucharía razón alguna que contrariara su fanatismo exaltado. Con él a la cabeza, la Iglesia mexicana pretendiórecuperar lo que había perdido paulatinamente desde el reinado de Carlos III. Para darle gusto, el país hubiera tenido que retroceder siglos para llegar al completo predominio del clero sobre la autoridad civil; pero la época en que le tocó actuar, su tiempo histórico, repudiaba cualquier absolutismo, y era imposible el retorno que él reclamaba. Fue tan radical su posición política que realizó el milagro de unir lo que parecía condenado a la dispersión: unió a los liberales al polarizar una lucha que hasta entonces había sido indecisa.

El primero que saltó a la palestra fue Melchor Ocampo con una Representación sobre reforma del Arancel de Obvenciones Parroquiales, (1851) impugnada enérgicamente por Un cura de Michoacán, seudónimo que mal encubría al equipo intelectual que dirigía el señor obispo Munguía. La consecuencia política sería el movimiento revolucionario de Ayutla, la caída de Santa Anna, protector de los intereses eclesiásticos, y la Constitución de 1857, que unificó a los liberales[13].

Dispuesto a enfrentarse con el enemigo herido con las armas de la polémica, Ocampo entró de nuevo al gobierno de Michoacán en 1852. Su pensamiento político, se había radicalizado, y su táctica era más clara.

Quiso tomar posesión del gobierno en el recinto del Colegio de San Nicolás. Así, tras una breve presentación ante el Congreso, donde pronunció un discurso en que anunció la proximidad de una crisis grave y definió su posición liberal y la decidida actitud de no admitir tutores de ninguna especie, asistió a un Te Deum en la catedral, para cumplir con la ley, y enseguida pasó al Colegio donde el decano del Consejo de Estado, licenciado Francisco Silva, le entregó el mando.

El discurso de Ocampo en San Nicolás tuvo el mérito de ser, además de una exposición sucinta de su programa de gobierno, una definición ideológica. Habló de la división de los hombres en todas las épocas de la humanidad: unos, los que "por cordura o por interés, por pereza o por miedo aprueban y sostienen el estado presente, temiendo el porvenir y venerando el pasado"; y otros hombres que "por filantropía o por ambición, por cálculo o por descontento, pretenden variar este presente, despreciando el pasado y apresurando el porvenir"; en medio, dijo, está la mayoría, los ingenuos que siguen la inspiración del bien. "La marcha del espíritu humano es lenta, pero segura", afirmó; e hizo el vaticinio de que algún día se impondría la razón sobre todas las pasiones. Las convicciones de Ocampo se habían fortalecido, y por eso agregaba: "México, aunque lentamente y en medio de convulsiones, sigue la irresistible marcha de la civilización europea, y camina tropezando, pero lleno de buena voluntad al término común. Debemos con todas nuestras fuerzas ayudarle, sosteniendo ante todo el lazo federal". Al trazar su programa de gobierno, destacó varios puntos: necesidad de garantizar la libertad del municipio; estimular el arraigo de inmigrantes extranjeros mediante el respeto de las ga­rantías individuales, la libertad y el orden, para que ellos vengan a enseñarnos la utilización de nuevas técnicas; y la instrucción y educación de la juventud, pero "no atendiendo únicamente a las ciencias de reflexión, que ya se enseñan aquí en San Nicolás con tanto brillo, sino difundiendo los conocimientos prácticos de todas las carreras"; para eso ofreció que daría impulso a la agricultura y a la minería, a la fabricación de artefactos, a mejorar las relaciones mercantiles, desestancar la propiedad, disminuir los gravámenes, mejorar los caminos, y en todo ello aplicar "las ciencias y las artes que a esto conducen".

"Para ello agregó, nuestro cuidado preferente será San Nicolás, y ojalá que consigamos levantar su fama al nivel de la del hombre benéfico que lo fundó, y de la del héroe a cuya memoria se ha dedicado. Así debemos esperarlo del patriota, probo e ilustrado que hoy rige el establecimiento".

Mas Ocampo no pensaba sólo en cuestiones materiales, sino en altos valores sociales como "la moral más rígida para que nuestra libertad sea más perfecta", y de ese modo se pueda practicar la justicia.

 

Exhortó, finalmente, a los nicolaitas e que le pidieran explicación de sus actos, y que despreciaran "las interpretaciones siniestras de los díscolos y mal querientes"; pidió que tuvieran confianza en su probidad y recta intención, "que a Dios gracias, no se ha desmentido" .

Fue la primera -y única- vez que un gobernante tomaba pose­sión de su cargo en el aula máxima del Colegio, y que desde esa tribuna anunciaba sus intenciones y lanzaba un reto a los enemigos del progreso, no para satisfacer predominio de partido sino para ser congruente consigo mismo: "La reputación entre temporáneos es versátil, a veces usurpada; la fama que la reemplaza, casi siempre vana; no aspiro, pues, sino a la aprobación de los hombres de conciencia ya la satisfacción de la mía"[14].

La obra de gobierno del señor Ocampo en esta tercera ocasión fue muy fructífera, sobre todo en 10 que correspondió a la instrucción pública, especialmente al Colegio de San Nicolás. El plan de 1848 de convertir al plantel en una Universidad se reanimó con las disposiciones del culto gobernante; así se dieron los primeros pasos para la creación de la carrera de Agricultura, con la que pretendía innovar técnicas y cultivos y dar a las labores agrícolas una base científica. Buscaba Ocampo la multiplicación de su experiencia como labriego moderno, semejante a los que él había visto y admirado en sus recorridos por la campiña europea. El decreto del 16 de julio de 1852 estableció el plan de estudios de la nueva carrera: Matemáticas (un año), Física y Química (un año), Teoría de la Agricultura (dos años) y práctica en una hacienda de campo ( dos años); es decir dos años de preparatoria y cuatro profesionales, de los cuales la mitad sería en pleno contacto con la realidad[15].

El Colegio aumentó sus cátedras. La clase de Química, que se impartía por el desinterés del doctor Mota, fue incorporada oficial­mente al Colegio, y el señor Mota en la nómina, con lo que deben haber cesado sus angustias por tener que proveer al laboratorio sin percibir ningún salario. Fue tanto el interés de este maestro por su materia que escribió un tratado de Química General y unas Tablas de Análisis, libros que fueron los primeros -a nivel de enseñanza preparatoria- escritos por maestros del Colegio para uso de los alumnos (anteriormente, el doctor González Urueña había escrito para los del Instituto Médico pequeños tratados de Patología General, Anatomía General, Farmacia y Casos médico-legales, así como artículos sobre Hidroterapia, Diabetes, Hidrología Médica y Tisis Pulmonar)[16]. Se dispuso que el maestro de Agricultura ganaría un sueldo anual de ochocientos pesos, pero la carrera no llegó  funcionar por diversas razones que se verán después.

Se intentó igualmente la creación de la carrera de Ingeniería Civil, con el siguiente plan de estudios: las mismas materias preparatorias más Arquitectura, un curso de Agricultura, un segundo curso de Matemáticas y Dibujo. De estas materias sólo se creó la de Dibujo.

Por lo que se refiere a la Jurisprudencia, se estudiaban las carreras de Derecho Civil y Derecho Canónico, con las divisiones ya indicadas. En 1850 se inició una Academia de Derecho Teórico-práctico, a la que acudían voluntariamente los pasantes y aun algunos abogados de la ciudad. Ocampo convirtió la asistencia en obligatoria durante dos años, como requisito para su titulación; y después, una práctica de de tres horas diarias en un bufete particular o en un juzgado. En caso de que no hubiere asistido el pasante a la Academia, debería suplir esa falta con seis meses más de práctica. El fundador y maestro de la Academia fue el licenciado Agustín Norma[17].

También con relación al Derecho, el gobernador Ocampo re­formó el ejercicio de la Escribanía Pública, y estableció una carrera que debería hacerse en San Nicolás, con las siguientes materias: en la preparatoria, Gramática española (un año), Gramática latina (un año), Lógica (un año), un curso de Derecho Natural y de Gentes, y otro de Derecho Civil, más dos años de práctica en un bufete y, simultáneamente, asistir al mismo tiempo a la Academia.

 

Por disposición de Ocampo se crearon otras dos cátedras en el Colegio, una de inglés y otra de griego.

Para el gabinete de Física encargó a los maestros que hicieran una lista de aparatos, para pedirlos a la Casa Robin y Cia., de París, con un costo de 18,684 francos. En el mismo pedido incluyó un teodolito para las clases de Agricultura, y algunos objetos para su uso personal. Se advierte en todo esto su preocupación por el avance científico del Colegio.

El remolino político impidió que gran parte de estos planes se cumplieran. Don Melchor hubo de abandonar el cargo, ante las presiones que los grupos reaccionarios iniciaron en Guadalajara y fueron secundados en Michoacán. Fiel a sus principios, uno de los cuales era el de no aferrarse al poder, pidió una licencia y se retiró de la escena política de su Estado[18].

El domingo 23 de enero de 1853 escribió una carta a don Santos Degollado, y en ella muestra su afecto por el Colegio del cual era regente su amigo y correligionario. "Voy a dejar el Gobierno, -le dice- sin más sentimiento que el no poder hacer principalmente por S. Nicolás todos los esfuerzos que me proponía; pero como es día festivo y no queriendo que el recargo de atenciones que me vendrán probablemente mañana, aprovecho estos momentos para remitir a V. el telescopio y microscopio que tenía ofrecidos a ese establecimiento y que deseo se aprovechen en el presente año escolar, si es que continúa tan benéfico establecimiento"[19].

Cumplir sus compromisos era una cualidad de su educación cívica. En este sentido era sumamente escrupuloso, y esta es una demostración de ello. Casi arrojado del poder por una revuelta, entregó el poder al licenciado Francisco Silva, decano del Consejo de Estado. Este sólo pudo gobernar unas horas, pues de inmediato fue destituido por los militares golpistas. En esas condiciones, que para cualquier hombre público deben ser angustiosas, Ocampo remitió los aparatos que había ofrecido, y con toda tranquilidad le aclaró a Degollado que el telescopio carecía de una lente de poca importancia, para que no se culpara a nadie por esa falta. Advirtió, sin embargo, que exigiría al Colegio la devolución de esos aparatos "si por desgracia llegara el Establecimiento a perder su carácter de civil o, con más razón, a cerrarse". Y es que era tan estrecho el criterio de quienes asaltaban el poder una vez más, y tan identificado estaba don Melchor con el Colegio, que no resultaba difícil que sus enemigos ordenaran de nuevo la clausura. Uegaba al gobierno del país, por enésima y última vez, Antonio López de Santa Anna con el apoyo del partido conservador, cuyo principal caudillo Lucas Atamán, para justificar aquella revuelta, escribía a Santa Anna: "Quien impulsó la revolución en verdad, fue el gober­nador de Michoacán, don Melchor Ocampo, con los principios impíos que derramó en materias de fe, con las reformas que intentó en los aranceles parroquiales y con las medidas alarmantes que anunció contra los dueños de terrenos, con lo que sublevó al clero y propietarios de aquel Estado". No era difícil que la furia de esas gentes se volcara contra el Colegio, a cuya reapertura y elevación Ocampo había contribuido[20].

En la carta de don Melchor a Degollado, aquél se queja de haber .donado un valioso libro a la Escuela de Medicina, y que al clausurarse ese plantel no se lo habían regresado; por eso su advertencia respecto a los aparatos, que no desea "se vuelvan después vergonzoso recurso ordinario de necesidades a las que no me hago el ánimo de presentar ninguna donación". Finalmente envía saludos a la Junta de Estudios, y a los catedráticos y alumnos del Colegio, a quienes, dice, "los amo y estimo"[21].

Esta misiva fue contestada por Degollado el día 28 del mismo mes. Le notifica haber recibido los aparatos, y le ofrece velar porque se cumpla su voluntad de recuperados en el "evento desgraciado" de que algo pasara al plantel; "le ofrezco hacer por mi parte cuanto permita la debilidad de mis fuerzas para impedir la menor alteración de su voluntad". Le dice que los miembros de la Junta, "personas muy adictas a la de v.", están apenados por 10 del libro, que fue vendido con otras cosas, pero que están dispuestos a reintegrar el importe si Ocampo 10 desea.

Hay un párrafo hermoso que muestra el respeto que los nico­laitas tenían por su benefactor. "Con la misma carta oficial de V. -dice el regente- di cuenta a los catedráticos reunidos en junta y a los alumnos en refectorio, y todos y cada uno han quedado muy penetrados de reconocimiento hacia V. y animados de los sentimientos nobles que inspira una serie de bondadosos servicios y continuadas pruebas de afecto como V. ha dado siempre y multiplicó en la última época de su gobierno en el Estado, a favor de esta casa y de los que la componemos. Mi torpe pluma no es capaz de bosquejar a V. las tiernas y patéticas escenas que he presenciado después de su ausencia de esta Capital, siéndome únicamente posible decirle, en compendio, que al abdicar V. el molesto y fatal poder que le encomendaron los pueblos de Michoacán, se ha coronado para siempre emperador sobre todos los corazones nicolaitas. Quién no envidiará semejante reinado? Quién no siente un grato consuelo al ver que hay todavía muchos leales pechos donde se aviva el fuego de la gratitud y del amor, a medida que el objeto amado se aleja del poder y de la fortuna? Pareceré a V. tal vez un iluso, mas no puedo resistir a la tentación de manifestarle que no juzgo difícil se obre una verdadera regeneración social y que el país se salve, contando en su seno con una juventud que así piensa y así siente"[22].

Otra carta puso acampo a Degollado antes de salir de Morelia, el día 25, cuando los soldados se encontraban ya en el mando. Le notificaba que había dejado un decreto con la súplica de que lo promulgara el licenciado Silva. En él disponía que se establecieran en el Colegio de San Nicolás: una Biblioteca Pública, un Museo, un Laboratorio de Química y un gabinete de Física, para lo cual "usted sabe que tenemos ya algo adelantado".

También le hizo saber al regente que estaban por llegar los aparatos, instrumentos y útiles recomendados por los catedráticos, y que trasladaría de París el capitán de navío José Ives Limantour. Para cubrir el importe de esa compra, Ocampo había mandado a la Casa Robin y Cia. unos cinco mil francos. Le pide a Degollado le informe sobre la llegada del pedido porque en él vienen algunas cosas que encargó para él. "Tiene ya orden la aduana de Veracruz... para que dichas cajas no se abran; y a no ser que el pronunciamiento de aquella ciudad las haya declarado buena presa", llegarán a México, y de allí a Morelia. "Incierto del punto en donde la revuelta quiera dejarme en paz, ruego a V. que en mi nombre se dirija a estos SS. Viya Hermanos de Veracruz, y Robin y Cia., de México, diciéndoles que V. queda encargado por mi separación de entenderse con ellos, y le pido así mismo ponga en mi conocimiento la llegada de dichas cajas". Aun le quedaban esperanzas de que se estableciera el Museo de Historia Natural en el Colegio. Aficionado a las ciencias de la naturaleza, Ocampo hizo estudios en París sobre plantas, animales y minerales, y conservó especimenes y manuscritos de Martínez de Lejarza, el sabio naturalista michoacano. Por tanto no resulta extraña su preocupación por el Museo en San Nicolás: "Si el museo llega a fundarse también agradeceré a V. se digne avisármelo, porque le tengo destinados varios objetos de moluscolopia, hirtolopia y aun algunas piezas curiosas de zoología, paleontológica y de geología, geodesia y geognosia, que tendré suma satisfacción en que los posea, así como mis herbarios y muchos escogidos libros de historia natural, que entonces serán útiles"[23].

El pedido llegó a Veracruz en febrero siguiente, y Ocampo comunicó la noticia a Degollado, instruyéndole para que separara lo que pidió en forma particular.

En el Colegio se recibieron las cajas el 24 de abril, y cinco días más tarde el regente Degollado se lo hizo saber a Ocampo. Eran seis cajas con "instrumentos y máquinas de Matemáticas y Física, conforme a las facturas". Le informó el regente que venían varias piezas averiadas y algunas faltaban; preguntó lo que debe hacerse, y le pidió que, "tanto para arreglar estos puntos como para que V. separe los objetos que para su uso encargó, tendría mucho gusto en que V. se dignara venir a esta ciudad". Faltaban por llegar otras cinco cajas, que según se lo habían comunicado, ya se encontraban en Veracruz[24].

Ocampo contestó el 13 de mayo: "yo también tengo secretos tan graves como el que usted me comunica confidencialmente y es que tampoco yo acertaré con el uso de varias cosas encargadas. Pero esto no me impedirá ensayar el ayudar en algo". Respecto a piezas averiadas y faltantes, dijo que, por su experiencia, nada podría hacerse; sólo cabría reclamación por piezas faltantes, pues es muy difícil que las casas vendedoras respondieran por averías en el trayecto. Fue al Colegio en el mismo mes de mayo, ayudó al montaje de algunos aparatos y recogió los artículos que había pedido para su laboratorio privado[25].

En el mes de junio Ocampo fue desterrado. Primero se le mantuvo vigilado en Tulancingo; luego, se le recluyó en San Juan de Ulúa; y finalmente se le arrojó del país. Se estableció con suma penuria en Nueva Orléans, un punto estratégico, en donde se encontraban otros perseguidos por el gobierno de Santa Anna: Benito Juárez, Ponciano Arriaga, José María Mata y otros.

Durante los años de la dictadura de Santa Anna, el Colegio no sufrió alteraciones, pero tampoco tuvo progresos. Como la administración central acaparaba el poder, y en consecuencia no había Congreso, el gobierno del Estado, representado por el general conservador José de Ugarte, sólo se limitó a copiar las disposiciones del gobierno general, y de éstas muy pocas se refirieron a Michoacán, y ninguna a la instrucción pública en la entidad[26].

Ello de marzo de 1854 se proclamó en Ayutla un plan que, como otros de su especie, desconocía el gobierno y prometía la regeneración del país. Sin embargo, pronto se vio que aquel plan significaba un propósito de transformación profunda. En su elaboración habían trabajado los mejores hombres del liberalismo, y era sostenido por amplios sectores de la pequeña burguesía y de los parvifundistas en las áreas rurales, todos ellos partidarios de un cambio radical. Melchor Ocampo y los otros desterrados en los Estados Unidos participaron en ese movimiento. Desde Nueva Orléans o Brownsville, a través de las Juntas Revolucionarias, dirigieron la lucha, y en el momento preciso se internaron en el país para contribuir decisivamente en el triunfo.

La revolución de Ayuda estuvo representada en Michoacán por Epitacio Huerta, Manuel García Pueblita y Jesús Díaz, quienes encabezaron acciones militares importantes como las de Huetamo, Apatzingán, Uruapan y Zitácuaro. El 23 de noviembre de 1854 se presentaron en Morelia, defendida por fuerzas del gobierno al mando del general Domingo Echegaray. Este jefe ordenó la ocupación del Colegio de San Nicolás como cuartel de sus tropas. El día indicado tomó posesión de la comandancia militar y del gobierno dicho general, y al día siguiente, cuando los liberales atacaban el cuartel de San Nicolás, el general se asomó a un balcón y recibió una bala en la cabeza que le provocó la muerte instantánea. Le sustituyó inmediatamente el general Manuel Noriega. Los liberales no pudieron consumar la toma de Morelia, porque en el momento decisivo llegó un refuerzo de los gobiernistas, y los atacantes abandonaron las posiciones que habían tomado[27].

Correspondió al general Noriega la publicación del Plan General de Estudios ordenado por Santa Anna y promulgado el 19 de diciembre de 1854. El documento contenía, además de la lista de materias que formarían el curriculum, los reglamentos y disposiciones que deberían observarse en todos los planteles de instrucción (primaria, secundaria o preparatoria, superior y de estudios especiales). En el caso de la secundaria y preparatoria señalaba seis años de estudio: tres de latinidad y humanidades y tres de estudios elementales de filosofía. Las materias eran: Religión, Gramática castellana, Gramática latina, Principios de literatura, Elementos de cronología, Elementos de geografía, Elementos de Historia, Sicología, lógica, metafísica y filosofía moral, Elementos de matemáticas, Elementos de física experimental, Nociones de Química, Lenguas vivas y dibujo. Este plan no se puso en práctica en San Nicolás por las circunstancias de la guerra y, además, porque aquí los estudios rebasaban la instrucción preparatoria e incluían materias profesionales[28].

Al triunfo de la revolución de Ayuda se integró un gobierno provisional presidido por el viejo soldado insurgente don Juan Álvarez, quien llamó a Ocampo para que encabezara su gabinete, del que formaron parte liberales tan distinguidos como Juárez, Prieto y Comonfort. Pero éste, penetrado de ciertas tendencias transaccionistas, chocó con don Melchor, quien renunció al cargo y entregó a la posteridad un documento básico para la comprensión de aquellos momentos cruciales[29].

Como lo había ofrecido el plan revolucionario, se convocó al Congreso Constituyente, y los diputados electos representaron diversos matices del liberalismo, con predominio de los liberales moderados. Melchor Ocampo fue electo por un distrito de Michoacán, y sus intervenciones han quedado como las más puras manifestaciones del pensamiento liberal mexicano[30].

Es conocida la oposición del clero hacia algunos artículos de esa Constitución Política, jurada "en el nombre de Dios", el 5 de febrero de 1857, y cómo el presidente Comonfort, por su conducta titubeante, facilitó el ascenso al poder de los enemigos de la misma Constitución que él había jurado defender. Se encendió de nuevo la guerra intestina, y Juárez se irguió en defensa del orden constitucional, acompañado por un grupo de liberales, Ocampo entre ellos, que desde Veracruz, complementaron su obra con las Leyes de Reforma.

Michoacán permaneció fiel al gobierno legítimo, gracias a la energía del general Epitacio Huerta, que asumió el mando militar y civil en la que él mismo llamó su "administración dictatorial", del 15 de febrero de 1858 al 10 de mayo de 1861. Atacó duramente al clero michoacano, que en plan de reto desobedecía las disposiciones de la autoridad civil. Se anticipó a varias de las leyes de Reforma, y cuando éstas fueron aprobadas las apoyó con firmeza no obstante que hubo liberales muy destacados que se le opusieron, y aun compañeros de armas que trataron de removerlo porque les parecía demasiado radical su política. Llegado el momento, se enfrentó a don Benito Juárez y a otros funcionarios del gobierno federal, cuando consideró que se violaban los principios liberales, la Constitución y la unidad de los defensores del progreso[31].

"Como los recursos -dijo a sus conciudadanos- eran especialmente para Michoacán el escollo en que tropezaban todas las buenas intenciones del Gobierno, me resolví a sacados de donde los hubiera y muy especialmente del enemigo principal que es el clero, a cuyo efecto libré las correspondientes disposiciones sobre ocupación de diezmos, plata de la crujía de la Catedral, campanas de los templos y un tanto de los réditos de los capitales piadosos". Expulsó a los eclesiásticos sediciosos del Estado; ocupó las extensas huertas de los conventos y allí abrió calles; expulsó a los Padres Paulinos de Pátzcuaro; y clausuró el Seminario Tridentino, cuyos fondos destinó al Colegio de San Nicolás de Hidalgo[32].

Las Juntas directoras de Instrucción Pública y de Beneficencia fueron suprimidas por el general Huerta. Estaban formadas, por personas filantrópicas que voluntariamente desempeñaban esos cargos de servicio social. Con el tiempo se habían convertido en un estorbo; como no dedicaban todo su tiempo a esa labor, no era posible exigirles que cumplieran con algunas disposiciones, las que a veces contrariaban por no estar de acuerdo con ellas. Huerta sustituyó esas Juntas por Inspectores pagados por el Estado y que estaban a su servicio sin reservas y con el tiempo necesario para el cumplimiento de sus funciones.

Creó el Hospital Civil; estableció las oficinas del Registro Civil y los cementerios municipales; y dio numerosas leyes en las que se advierte su estilo radical de afrontar las situaciones, y robustecer en todo el poder civil.

La secularización del Hospital, y su traslado a un edificio más amplio, permitieron al gobierno de Huerta restablecer las cátedras de Medicina. Se abrieron ya en el Hospital Civil, los cursos de Patología, Operaciones, Obstetricia y Disecciones Anatómicas, señalándose una sala para cada maestro. Los cursos teóricos y todas las labores del Instituto Médico siguieron en el Colegio de San Nicolás. A cada uno de los cuatro profesores con que contaba ahora la carrera se les señalaron $ 450.00 anuales. La carrera se fijó en cuatro años, disponiéndose que se abrieran los cursos alternativamente: primero y tercero en los años pares, y segundo y cuarto en los nones. Las materias de enseñanza fueron: primero: Anatomía y Medicina Operatoria; segundo: Fisiología, Farmacia y materia médica; tercero: Patología y Clínica externa y obstetricia; y cuarto: Patología y Clínica interna y Medicina legal[33].

El general Huerta se propuso extender la educación preparatoria y superior a las principales poblaciones del Estado, y esta fue una de sus obras en que se reveló como un buen estadista. En su decreto 68, del 16 de abril de 1859, creó el Instituto avil de Instrucción Secundaria, en Pátzcuaro; para ello clausuró el Colegio de Santa Catarina que atendían en esa ciudad los regulares de San Vicente de Paúl, Orden que fue traída por el señor Mungufa en 1854, para hacerse cargo del Colegio patzcuarense. Los fondos con que se sostenía, y que eran del clero, se aplicaron por disposición del gobernador Huerta al Instituto Civil. Los "paulinos" fueron expulsados del Estado el 29 de diciembre de 1858[34].

El Colegio de Zamora, institución sostenida y atendida por el clero, fue secularizado. Con sus fondos se creó el Colegio Menor de San Nicolás de Hidalgo, en cuyas aulas se enseñarían las siguientes materias: Idiomas (español y latín), Lógica, Ideología, Ética, Matemáticas, Física Experimental, Historia Sagrada y Religión. Estas últimas se enseñarían en todas las cátedras, "poniendo en ellas los profesores toda su dedicación". Es muy curioso este punto, ya que el general Huerta se significó por sus medidas anticlericales[35]. Este Colegio Menor de San Nicolás no llegó a funcionar, porque un nuevo decreto, el 125, del 14 de junio de 1860, lo transformó en Colegio de Agricultura. Los puntos en que se apoyó este nuevo decreto fueron: "Primero. Que ya hay dos Colegios científicos en los que la juventud michoacana podrá seguir las varias profesiones que hasta aquí han sido el principal objeto de los mexicanos... Segundo. Que no existe hasta ahora en el Estado, un solo establecimiento donde pueda recibir el menor impulso la agricultura, siendo su principal riqueza; y Tercero. Que en Zamora, Departamento eminentemente agrícola, es donde podrá plantearse mejor dicha escuela..." Por lo tanto, "el Colegio Menor de San Nicolás de Hidalgo... se erige en Colegio de Agricultura[36].

El Colegio de Santa Catarina tenía asignado un capital de 77,941 pesos, prestados a diversos hacendados al 5%, que producía 3,546.50 pesos al año[37].

El Colegio de Zamora tenía 96,168.75 pesos, que producía 4,808.44 anualmente, con lo que pudo crearse el Colegio Menor de San Nicolás de Hidalgo y posteriormeme el de Agricultura[38]. La creación de este último plantel había sido uno de los sueños de don Melchor Ocampo, y es posible que desde Veracruz, donde residía entonces, se lo haya sugerido a Huerta, o éste procedió por sí solo. Lo cierto es que recibió muy fuertes censuras de sus propios correligionarios, como explica en su Memoria oficial; hubo resistencia al cumplimiento de estos decretos "se oponían aun los mismos funcionarios de la administración".

El 27 de abril de 1859, ante la proximidad de las fuerzas del general Leonardo Márquez, el general Huerta trasladó la sede de su gobierno a Uruapan. La entrada de las tropas conservadoras de Márquez, cuya espada aun chorreaba la sangre de los mártires de Tacubaya, fue saludada por los reaccionarios de Morelia, con muestras de júbilo. Se distinguieron en la recepción los maestros y alumnos del Seminario, que en forma ruidosa manifestaron su alegría. Pocos días después, el Tigre de Tacubaya abandonó la ciudad, y don Epitacio regresó a ella. Entró con sus tropas por la garita de Chicácuaro y avanzó por la calle Nacional hacia el Oriente, y al pasar frente al Colegio Seminario ordenó vuelta a la izquierda y las tropas entraron por la puerta principal del edificio, posesionándose de él. Se permitió la salida de maestros y alumnos, pero nadie de los seminaristas pudo entrar.

Después de la ocupación del seminario, el general Huerta dispuso su clausura, y una de las razones en que basó su decisión fue: "Que la existencia de dos colegios en donde se enseñan ideas y principios enteramente contrarios es no sólo impolítica sino de fatales trascendencias para el bien común". De este modo quiso subrayar un hecho que era patente desde la reapertura del Colegio de San Nicolás; que el plantel tenía una orientación liberal y que, en consecuencia, servía los intereses de la burguesía y la pequeña burguesía michoacanas, en oposición al Seminario, "plantel de ilustración aunque incompleto y vicioso... se había convertido en un foco permanente de conspiraciones contra la autoridad civil, en el centro de las más audaces maniobras contra la libertad y el progreso...". En seguida viene el decreto número 72, que dice:

Art. 1. Se extingue el Seminario Tridentino de esta ciudad, y los fondos de que subsiste se aplicarán al Primitivo y Nacional Colegio de San Nicolás de Hidalgo, quedando estos sujetos, tanto en el modo de recogerse, como en su posterior cobro, al decreto de 16 de abril próximo pasado.

Art. 2. La carrera eclesiástica se hará en este último establecimiento, en el cual se abrirán las cátedras respectivas con total arreglo a las disposiciones vigentes sobre la materia.

Art. 3. El edificio del Colegio extinguido y los objetos que en él existan y le pertenecen quedan a disposición del Estado para que les dé el destino que creyere más conveniente al bien público.

Art. 4. La Junta directora de estudios se recibirá de los fondos que del establecimiento extinguido deben pasar al de San Nicolás y dictará cuantas providencias creyere más eficaces para impedir la ocultación o fraude de los capitales, sujetándose en todo a lo preceptuado en la Ley mencionada del 16 de abril.

Art. 5. Todas las obligaciones que dicha Ley impone a los tenedores de capitales pertenecientes al instituto de Pátzcuaro omprenden también a los tenedores de capitales pertenecientes al extinguido Seminario, y los que no cumplan con aquéllas, quedarán sujetos a las penas que en la mencionada Ley se establecen"[39].

Los capitales que tenía el Colegio de San Nicolás en marzo de 1858, al hacerse cargo del gobierno el general Huerta, ascendían a $60,581.80, y producían un interés de $ 3,425.17, al 5 o 6 %. Al entregar el cargo, los capitales habían ascendido a $166,837.41, que producían $8,069.38 anualmente. La mayor parte de los capitales impuestos a favor del Colegio no pudieron cobrarse o ya habían sido amortizados, por lo que al depurarse los antiguos quedaron sólo $29,381.29, a los cuales se agregaron $137,456.12 de los bienes del Seminario y de otras donaciones, que dan el total indicado. El detalle presentado por don Epitacio Huerta, es el siguiente:

 

Firma el secretario de la Inspección General de Instrucción Pública, Luis González Gutiérrez, el 26 de abril de 1861[40].

Es verdad que, como el general Huerta reconoció en su Informe o Memoria presentado al Congreso, "al principio ocupé los fondos del Colegio de San Nicolás como los más expeditos para proporcio­narme los recursos que necesitaba... cuidé después de sustituírselos al grado de que lejos de haber perdido han adelantado". Este adelanto se debió en gran parte a la incorporación de los bienes del Seminario y de otras propiedades del clero michoacano[41].

Otros beneficios hizo al Colegio el general Huerta. Por decreto del 3 de febrero de 1859 se crearon las becas municipales para que los jóvenes más adelantados de cada lugar pudieran ingresar al plantel, y "adquirir en él a educación que han sacado tantos hombres distinguidos"[42].

Al crearse la Inspección de Instrucción Pública, los fondos destinados a ese servicio se aplicaron con mayor fluidez. Los empleados del Colegio no cobraban desde el mes de octubre de 1859, y bajo el nuevo organismo no sólo se regularizó su sueldo sino que recibieron aumentos.

En la Guerra de Tres Años, el artífice de la victoria en el terreno de las armas fue don Santos Degollado, el antiguo regente del Colegio de San Nicolás, Al establecerse el nuevo orden constitucional en 1857, fue electo gobernador de Michoacán, y empezó a laborar con su acostumbrada constancia; pero el golpe de Estado y los acontecimientos que le siguieron, así como sus profundas convicciones políticas, le hicieron retirarse del gobierno del Estado, y sumarse como combatiente en la causa de la República liberal, y fue designado jefe máximo del ejército. Su labor fue titánica; sin recursos ni armas ni equipo, pero con una elevada moral, hizo frente a su responsabilidad. Se le llamó el Héroe de las Derrotas, por los numerosos reveses que sufrió en el campo de batalla; pero todos los hombres de bien le llamaban el Santo de la Reforma por su inmaculada conducta, su honradez sin límites, su lealtad, su desinterés y su modestia[43].

Al concluir la guerra de Tres Años, Ocampo renunció a su cargo de Ministro en el gobierno de Juárez. Creyó su misión cumplida y se retiró a la hacienda de Pomoca, su refugio preferido, junto a sus plantas, sus libros y sus aparatos científicos. De allí le arrancaron los verdugos, Zuloaga y Márquez, para inmolarle en Tepeji del Río el 3 de junio de 1861[44].

Próximo al momento de su ejecución, el señor Ocampo recordó al Colegio que él había secularizado, y escribió con pulso firme: "Lego mis libros al Colegio de San Nicolás de Morelia, después de que mis señores albaceas y Sabás Iturbide tomen de ellos los que les gusten"[45].

El sacrificio de Ocampo causó una gran conmoción en el país; los liberales pedían a Juárez las medidas más atroces para castigar no sólo a los responsables directos del asesinato sino a todos los individuos del partido conservador, pero el presidente se mantuvo dentro de la dignidad de su cargo, y manifestó no estar dispuesto a la venganza sino a la justicia, no obstante que sentía más que nadie la muerte del distinguido político.

En ese ambiente de tensión, don Santos Degollado se presentó ante el Congreso y pidió se le dejara salir a combatir a los asesinos. Como se encontraba pendiente de un proceso, estaba separado del ejercicio de las armas, pero su indignación le convertía en el brazo vengador que la República necesitaba. El Congreso le autorizó, y salió al combate, con tan mala fortuna que en el primer encuentro con los reaccionarios murió el 15 de junio, unos días después de su entrañable amigo, a quien quería vengar. Así desaparecieron, con pocos días de diferencia, dos hombres importantes para el Colegio de San Nicolás, el gobernante que lo secularizó, y uno de sus primeros y más ilustres regentes.

De este modo concluyó un ciclo de la historia del Colegio, el de su re apertura. Ciertamente, don Melchor Ocampo no regresó desde que se despidió de catedráticos y alumnos en 1853; pero siempre quedaba la esperanza de que alguna vez volviera y se sintiera de nuevo en el plantel el influjo de su palabra y los efectos de su bondad. Su ausencia dejó un vacío en los nicolaitas.

Al conocerse tan terrible noticia hubo manifestaciones de indignación y duelo en Morelia, y sobre todo entre los catedráticos y alumnos del Colegio de San Nicolás. El gobierno del Estado, en el decreto Núm. 7 dispuso que se guardara luto nueve días; y que la bandera nacional se izara a media asta durante tres días. Los nicolaitas organizaron una ceremonia solemne en el atrio de la iglesia de San Diego, y allí habló el licenciado Rafael Carrillo en nombre de las autoridades[46].

Otro decreto del general Huerta, el Núm. 8 dio al Estado el nombre de Michoacán de Ocampo; nombró a éste: Benemérito del Estado; ordenó que en todas las oficinas públicas estuviera su retrato, y que de los fondos públicos se erigiera un monumento a su memoria, en la antigua plaza de San Juan de Dios; dispuso también que todos los batallones de milicia de la entidad, en lo sucesivo, llevaran el nombre de Ocampo; condonó a los familiares el adeudo que don Melchor tenía con el Colegio de San Nicolás, y que, como hemos visto, ascendía a cuatro mil pesos; y que todos los años se recordara con una ceremonia la fecha luctuosa[47]. Por otro decreto, el Núm. 32, se elevó a testamento solemne el que hizo don Melchor poco antes de ser fusilado. En el Colegio se conservan, además del testamento original y el corazón de Ocampo, las ropas que portaba en el momento de su sacrificio y algunos objetos de su uso personal. Con estas reliquias se ha formado un museo que se llama Sala Melchor Ocampo, donde se han reunido, además, algunos de los libros que donó generosamente al plantel. Estos libros fueron entregados por los albaceas, el licenciado Francisco Benítez y el señor Estanislao Martínez, en el mes de agosto de 1862. El recibo oficial lo extendió el regente, licenciado Rafael Carrillo; la relación o inventario fue firmado por el licenciado Luis González Gutiérrez, secretario de la Inspección General de Instrucción Pública[48].

El testamento concedía a los albaceas y al señor Sabás Iturbide el derecho de tomar los libros que desearan. Los señores Benítez y Martínez no hicieron uso de ese derecho, pero el señor Iturbide sí, aunque para ello autorizó a su amigo -y también muy entrañable de don Melchor-, el doctor José María Manzo, para que en su nombre escogiera los libros a su placer. La autorización se dio el 2 de junio de 1863, y ya el doctor Manzo había reservado, desde el 23 de mayo anterior, las siguientes obras:

No obstante la constancia de que estos libros fueron entregados al doctor Manzo (9 de junio de 1863), entre las obras que se conservan en la mencionada Sala del Colegio, se encuentran casi todas esas obras, entre ellas la Enciclophedie Methodique, en 190 tomos. Cabe suponer que no fueron retiradas, debido a las circunstancias irregulares de la nación y del Colegio, o que más tarde el señor Iturbide o el doctor Manzo hicieron donación de las mismas, sin que obre constancia alguna[49].

El respeto de los nicolaitas a don Me1chor Ocampo era muy grande; por eso, en el acto que se llevó a cabo el 17 de junio, unos días después del crimen, el maestro Luis González Gutiérrez se refirió al principal motivo de gratitud: la reapertura y seculariza­ción, y el haber convertido a San Nicolás en una trinchera de las ideas liberales. "El fundo legado por D. Vasco -dijo- alzábase frente a frente del palacio de gobierno, como un reto al poder civil y como para burlarse de su impotencia y de la letra muerta de sus decretos". El clero michoacano fue señalado como el autor intelectual de aquel crimen, acusación que iba muy de acuerdo con las tendencias del liberalismo radical y los golpes propinados por el gobierno del general Huerta[50]. En el mismo acto, el poeta Gabino Ortiz exclamó: "El sacrílego plomo del soldado J vendido al clero de poder sediento, aleve ha traspasado, ese rostro, mirad, al que animaba, el rayo de divina inteligencia". El Colegio de San Nicolás unía su destino a la causa del liberalismo por la que Ocampo había ofrendado su vida[51].

En el mes de enero del año de 1861 se convocó a elecciones para gobernador constitucional de Michoacán. Los liberales "de los términos medios", como los llamaba don Epitacio, no compartían los propósitos de este general, y le formaron oposición al presentarse a las elecciones como candidato a un nuevo período. Sus enemigos postularon al regente de San Nicolás, licenciado Rafael Carrillo, pero resultó vencedor Huerta, y sus contrarios aceptaron formar parte de su gobierno, en un inusitado gesto de unidad revolucionaria.

La suspensión provisional del pago de la deuda exterior por parte del gobierno de México, fue el pretexto que usaron las potencias imperialistas para atacar al país. Se reunieron en Londres los representantes de las principales naciones acreedoras, Francia, España e Inglaterra, y suscribieron una Convención o convenio (31 de octubre de 1861) en la que exigían el pago inmediato, sin atender las razones de reorganización administrativa después de la guerra intestina, invocadas por el gobierno mexicano. Como una medida de presión para el pago, los pactantes acordaron formar una fuerza terrestre y marítima de los tres países que se presentaría frente a las costas del país deudor, para mostrar su decisión y entrar en negociaciones que condujeran a un compromiso de pago en plazo perentorio. Con base en este acuerdo, entre el 8 y el 10 de diciembre se presentó en el puerto de Veracruz la escuadra española, y unos días más tarde invadió el territorio nacional en abierta violación a la Convención y con el disgusto de sus aliados.

Los días 6 y 7 de enero siguiente se presentaron las escuadras de Inglaterra y Francia. Los propósitos intervencionistas eran muy claros. España ha­blaba del retorno de México al seno de la Madre Patria; Inglaterra deseaba vengarse por la pérdida de sus colonias del norte; y Francia buscaba el campo mexicano para el cultivo del algodón, suspendido entonces por causa de la guerra civil de los Estados U nidos. Las tres naciones eran enemigas entre sí, pero se unían en el propósi to evidente de frenar el impetuoso desarrollo de los Estados Unidos,

y no descartaban la posibilidad de una guerra desde México[52].

El gobierno del presidente Juárez y la opinión pública del país tenían plena conciencia de los peligros que acechaban a México. Eran claras las ligas que los sectores conservadores mantenían con los intervencionistas, principalmente los franceses, gobernados por una monarquía católica. El gobierno de México propuso la negociación, y en La Soledad se iniciaron las pláticas entre delegados de los cuatro países; el representante del gobierno mexicano se enfrentó desde luego a los fines "regeneradores" de los invasores, los que consideraban que nuestro país no estaba en condiciones de pagar, de adquirir compromisos serios, y ni siquiera de gobernarse. Todo esto era ajeno a la Convención de Londres; constituía un atraco a mano armada contra un pueblo desangrado por las discordias internas y desgarrado por su vecino del norte. En La Soledad afirmó el representante de México que la nación contaba con los "elementos de fuerza y de opinión" para sofocar cualquier revuelta intestina. Los aliados dijeron en el mismo documento preliminar que "nada intentan contra la independencia, soberanía e integridad de la República"; se aceptó que las tres potencias ocuparan las poblaciones de Córdoba, Orizaba y Tehuacán, mientras se desarro­llaban las negociaciones, comprometiéndose a retirarse a la línea primitiva en caso de no llegarse a ningún acuerdo. Los planes de Napoleón III eran malvados; estaba decidido a invadir al país, y se valió de esa maniobra para avanzar sin ser detenido. Al no conseguirse el compromiso de México para el pago inmediato, las fuerzas de España e Inglaterra se retiraron de aquella empresa innoble, y los franceses quedaron frente a Puebla, cuya defensa heróica constituye una de las páginas más brillantes de nuestra historias[53].

La intervención francesa estuvo fraguada y apoyada por el clero y los sectores conservadores más retardatarios, que anhelaban el establecimiento de una monarquía de corte europeo con el apoyo de las bayonetas extranjeras. Demostraban con ello su falta de patriotismo, y la preferencia por sus mezquinos intereses antes que los de la nación que tanto declamaban amar. Al amparo de la fuerza militar de Francia y de Bélgica se entronizó el Segundo Imperio, con Maximiliano de Hapsburgo y su consorte Carlota, princesa belga.

En Michoacán, el general Huerta se retiró, con permiso, del cargo de gobernador constitucional y se concentró con las fuerzas a su mando en Puebla, al Iado de los defensores de la soberanía nacional. Después de la rendición de la ciudad, con los principales jefes de nuestro ejército, fue hecho prisionero y conducido a Francia, donde sostuvo la dignidad del soldado mexicano, en su calidad de jefe de los desterrados[54].

 

El gobierno constitucional, representado por el coronel Antonio Huerta, hermano de don Epitacio, designado por el Congreso, funcionó hasta el mes de enero de 1863, en que fue sustituido por un gobierno militar, como lo requerían las circunstancias. Los gobernadores y comandantes militares (generales Santiago Tapia, Luis Couto, José López Uraga y Felipe Berriozábal) tuvieron su sede en Morelia hasta finales de noviembre de ese año en que la capital fue ocupada por el ejército imperial al mando del Lugarteniente del Imperio, el tristemente célebre Leonardo Márquez. Este jefe entró en Morelia el día 30, y enseguida ordenó la clausura del Colegio de San Nicolás, cuyo edificio dedicó a cuartel de nueva cuenta[55].

Antes de partir el gobierno liberal hacia Uruapan para dejar la ciudad de More1ia a las fuerzas imperiales, en un breve interinato del licenciado Francisco Ortiz Rubio, dispuso que el cargo de Inspector General de Instrucción Pública (creado por decreto del 21 de febrero de 1861) fuera desempeñado por el regente del Colegio de San Nicolás, por carecerse de fondos suficientes para pagar al Inspector, "conciliando la economía con el servicio público". El trabajo del regente sería honorario[56].

La nueva clausura del ilustre plantel se debió a la actitud asumida por sus maestros y estudiantes. Para nadie era un secreto que allí se formaron los más radicales defensores del poder civil y de la República federal; el pensamiento más avanzado del país, los liberales más decididos y patriotas, tenían por recinto el antiguo Colegio, y sus más abnegados hijos tomaron las armas para defender al país, como lo hicieran los insurgentes en las guerras de independencia.

El general Márquez estableció en Morelia tina prefectura im­perial y designó prefecto al viejo líder conservador José de Ugarte; pero era tan monstruoso el atentado a la nación, que aun los reaccionarios sentían escrúpulos para sumarse al Imperio. Ugarte, aunque no contaba con la absoluta confianza de los imperialistas, se le obligó a aceptar el cargo. Lo mismo sucedió con el licenciado.

          Antonio del Moral, puesto personalmente por el emperador, durante su vsita a Morelia, el 11 de octubre de 1864. "Pero el nuevo funcionario -dice Aguilar Ferreira- resultó ser un caballero con ideas propias y con el carácter suficiente para hacerlas escuchar y respetar, y si bien pertenecía al partido conservador y era un leal partidario del imperio, no admitía la intromisión de personajes franceses en los asuntos de México[57].

Los gobernantes militares traían el gobierno en la cabeza de su silla de montar. Funcionaban como un símbolo de la dignidad, y no desaprovechaban momentos para la recuperación de Morelia. La intentaron el 17 de diciembre, en que Tapia, Echegaray y Berriozábal, bajo el mando del moreliano José López Uraga, sitiaron la ciudad; lograron avanzar por varios puntos, llegaron hasta el Colegio de San Nicolás, frontero al edificio donde Márquez había establecido su cuartel, y cuando dicho general quiso cerciorarse de la proximidad del enemigo, subió a la azotea y fue alcanzado por una bala que le hirió en la cara. El mismo Márquez escribió: ''Al concluirse la batalla recibí una herida en el rostro, y en los momentos en que entraban a la plaza los prisioneros, los médicos me operaban para extraer la bala". Y no era que los imperialistas hubieran vencido, sino un lamentable desacuerdo entre los jefes republicanos, o la traición del general López Uraga, que ordenó la retirada cuando la acción se había ganado. Transformó en derrota lo que era ya una victoria alcanzada con mucho esfuerzo. Meses más tarde, López Uraga se sumó, para su deshonra, a las fuerzas del Imperio[58].


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[1] A. Martínez Báez. Melchor Ocampo... Carta del 14 de marzo de 1846 (pp.15--16) Y carta del 6 de sept. de 1847 (pp.28-29).

[2] Decreto número 39: Recopilación...,t.IX,pp.53-54.

[3] El Reglamento en: Recopilación...,t.IX,pp.64-65.

[4] Vid., el decreto del 13 de enero de 1848, "en uso de: facultades extraordinarias", cuyo artículo 10. dice". Se impone un préstamo forzoso de cincuenta mil pesos a las corporaciones y personas acomodadas del Estado". Recopilación...,t.IX,pp. 66-68. El Colegio tenía sus propios fondos, pero en 1848, por las circunstancias de la guerra, no era posible cobrarlos. Sobre estos fondos y su incremento, escribió Juan de la Torre: abrirse el Colegio en 1847 contaba con 10,000 pesos de capitales de antigua imposición. En 1849 se aumentaron con 15,000 más "habiéndose recaudado durante estos tres años 40,000 pesos, inclusos los fondos capitalizados". Bosquejo...,p.176. Se sostenían, según el mismo autor, en 1848 "diez y seis cátedras de estudios preparatorios y profesionales...con muchas penurias" lbid., p.173

[5] J. Bonavit. Historia del Colegio...,pp. 211-212.

[6] Ibid., pp22-233.

[7] Ibid.,p.239.

[8] Memoria del Gobierno... El informe lo reproduce parcialmete J. Romero Flores en Disto de Michoacán, t. 11, pp. 72-99. Verlo íntegramente en Obras Completas de don Melchor acampo, T.III, pp.223-346

[9] R. Arreola. M. Ocampo..., pp. 57-61.

[10] Carta a Mariano Otero... Apud. A. Martínez Báez. pp. 41-42. 11.

[11] Ibid., p.42.

[12] J. Bonavit, Historia …,pp. 224-227.

[13] R. Arreola. Quién se amparó en el pseudónimo... ? pp. 63-91.

[14] Obras completas de Melchor Ocampo, vol. 11. pp. 50-56.

[15] J. Bonavit, op. cit. supra, p. 237.

[16] El Centro de Est. de Cult. Nicolaita publicó algunos de estos trabajos en un tomo dedicado al doctor González Urueña.

[17] Bonavit. op.cit, p. 219.

[18] La rebelión fue encabezada por José María Blancarte, en Guadalajara, y en la Piedad fue secundada por Francisco Cosío Bebamonde.

[19] La carta está en AHUM, y fue publicada en Don Melchor Ocampo y su obra, pp. 31-32.

[20] La carta de Alamán a Santa Anna fue publicada por Arrangoiz, pp. 420-423.

[21] Archivo histórico de la Universidad Michoacana. También puede verse en Don Melchor..., pp. 31-32.

[22] Archivo histórico del Inst. Nat. de Antropología e Historia (INAH), primera serie,50-D-5-11.

[23] Angel Pola y Aurelio J. Venegas dicen que había en Pomoca "un herbario tan rico y costoso como la misma biblioteca, una selecta colección de conchas... animales disecados, ejemplares teratológicos, esponjas, planos y mapas, algu­nos obra de su impulso: esferas terrestres, celestes y armilares; hornillas, sopletes y balanzas de precisión: microscopios, botiquines y estuches de matemáticas"; en suma, el gabinete de un científico. Obras completas..., 1. III. p. XXI. La carta de Ocampo al regente Degollado, en el Archivo de la Univ.

[24] AHINAH, primera serie, 50-0-5-12.

[25] AHUM, y Don Melchor..., p. 41.

[26] Existe la versión de que el Colegio fue clausurado en este periodo.

[27] M. Barbosa, Apuntes..., pp. 106-110.

[28] Plan general de estudios..., pp. 2-4.

[29] Mis quince días de Ministro..., pp. 5-35.

[30] Ver sus intervenciones en Historia del Congreso Constituyente, de Francisco Zarco.

[31] R. Arreola, Epitaclo Huerta... De esta biografía hay dos versiones: una de la Secretaría de Educación Pública (1967) y otra del Gobierno de Michoacán.

[32] E. Huerta. Memoria... Morelia, 1861.

[33] J. Bonavit. Historia... (edic.de 1910), p. 142. La Ley del Hospital Civil y de la Escuela de Medicina (24 de nov. de 1858), en Coromina, Recopilación..., t. xv, pp. 37-45.

[34] El decreto en Coromina, op. cit., t. XV pp. 67-71. Los libros de Sta. Catarina (428 volúmenes) pasaron a San Nicolás. Bonavit, op. cit., p.252.

[35] El decreto Núm. 69 (18 de abril de 1859) que creó el Colegio Menor de San Nicolás de Hidalgo, en Coromina, op. cit., t. XV, pp. 71-73.

[36] Este decreto, en Coromina, op. cit., t. Xv, pp. 141-142.

[37] E. Huerta. Memoria... Cuadro número 68.

[38] Ibid., Cuadro número 69.

[39] El decreto de extinción, en Coromina, op. cit., pp. 73-75.

[40] E. Huerta. Memoria..., Cuadros 66-67.

[41] Ibid;, p. 54.

[42] Decreto Núm. 55, en Coromina, op., t. Xv, pp. 56-59.

[43] Vid. Vicente Fuentes Días. Santos Degollado...(1959).

[44] Los generales Zuloaga y Márquez se inculparon mutuamente de haber ordenado el fusilamiento de Ocampo. Ver: la entrevista de Angel Pola con Zuloaga, en Uberales Ilustres Mexicanos y Reminiscencias sobre el fusilamiento..., de Márquez.

[45] El testamento original existe en el Colegio de San Nicolás, como una reliquia  de valor inestimable, junto con el corazón del mártir.

[46] J. Bonavit, Historia pp. 254-255

[47] El Estado conserva el nombre de Michoacán de Ocampo. El monumento se erigió en el sitio que señaló el decreto. Al adeudo se hicieron ajustes, pues con frecuencia don Melchor entregada cantidades como abonos a su cuenta. Tenemos a la vista recibos del Procurador Tesorero, Francisco García Anaya, que están en el Archivo de la Universidad Michoacana (17-3-11-8). La cere­monia luctuosa se lleva a cabo cada año, tanto en Morelia como en Pomoca.

[48] El recibo fue publicado por J. Fernández de Córdoba en el Boletín Bibliog­ráfico de la Secretaría de Hacienda, Núm. 156, p. 5. La relación de los libros, en Alberto Oviedo Mota: Los libros de don Melchor Ocampo, con errores de copia (el manuscrito está en el Archivo de la Univ. Michoacana). Un cotejo más depurado, con noticia de los autores en Raúl Arreola Cortés, La obra científica y literaria de don Melchor Ocampo, pp. 215-240.

[49] Cuatro documentos existen en el Archivo de la Universidad Michoacana en relación con este asunto, mismos que aparecen publicados en Don Melchor Ocampo..., pp. 45-51.

[50] La mayoría de los biógrafos de Ocampo atribuyen al clero michoacano la muerte de Ocampo, y algunos hasta señalan personas responsables de una trama diabólica. Debe tomarse encuenta que la Iglesia Católica no era el único poder que se sentía afectado por las prédicas y medidas de don Melchor.

[51] El poema de Ortiz y el discurso de González Gutiérrez, en el folleto conmemorativo del acto. El poema, además, en Cayetano Andrade. Antología de escritores nicolaitas, pp. 107-111.

[52] O. Castañeda B. La convención de Londres

[53] En esa defensa participaron elementos de Michoacán comandados por el gobernador Huerta, quien en la última acción resultó prisionero de los franceses.

[54] Un informe de los sufrimientos que pasaron los desterrados en Francia, en Epitacio Huerta. Apuntes para servir a la historia... (1868).

[55] Vid. M. Aguilar Ferreira. Los gobernadores           pp. 68-79.

[56] El decreto, en Coromina. op. cit.. t. XVII. pp. 102-104.

[57] M. Aguilar Ferreira, op. cit., p. 79.

[58] L. Márquez. Manifiestos p.12. En la Historia del Monte de Piedad se publicó una litografía del sitio en que fue herido el jefe imperialista, p.10.